El Afilador Vol. 2. Juanfran de la Cruz
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Un año después, tras darle muchas -demasiadas- vueltas a la cabeza, adquirió al fin un flamante BMW M3, su sueño de juventud, pero sin olvidarse nunca de su querido Opel Corsa; no en vano, aún es de su propiedad y de vez en cuando se le puede ver rodando con él.
Cuando comencé a ganar dinero mi primera prioridad fue comprar un buen piso para mi familia. Aún vivía con ellos y en realidad compré un piso nuevo que yo también iba a disfrutar, pero lo que quería era devolver a mi familia todo lo que habían hecho por mí simplemente mejorando su calidad de vida. En el mismo barrio de Torrelavega (Cantabria) donde siempre había vivido, a unos pocos metros de la casa anterior; pero un piso nuevo, mucho más amplio y con ascensor en el portal.
El capricho del coche podía esperar a tiempos mejores; «y es que además, yo con el Corsa estaba encantado» dice ahora Óscar cuando se le recuerda el tema.
Volvamos ahora al rallye, que me alejo divagando con otras cosas. Unos minutos después de cada tramo, cuando se cumple el momento teórico en el que el último participante debería pasar por el último control, los cronometradores nos envían un SMS al teléfono móvil en el que nos informan de la penalización que hemos realizado en ese tramo en concreto, y de la clasificación que ocupamos en ese momento en la general. Tras dos largos tramos, llegamos al reagrupamiento general y comprobamos que estamos en la posición 26, con 47 puntos de penalización acumulados en 16 controles. Entonces nos damos cuenta de que en esta carrera el nivel de los participantes es muy alto -a pesar de que los vehículos no tienen excesivo glamour-, pues en nuestro primer rallye finalizamos en séptima posición y lo hicimos de un modo parecido. La sensación es que lo estamos haciendo bien, pero el resultado nos indica que otros lo están haciendo bastante mejor. Todo un flashback, porque esto nos ha ocurrido muchas veces en nuestra carrera deportiva.
Y esto parece que nos descoloca un poco porque nada más comenzar el tercer tramo comienza nuestra debacle del día. En un cruce, interpretamos una viñeta del libro de ruta a nuestra manera, dudando y discutiendo para repartirnos culpas en caso de error, y nos dejamos llevar por la intuición. Unos kilómetros después nos damos cuenta de que la hemos liado porque la información posterior no coincide con lo que nos vamos encontrado. «¡Creo que la hemos liado en la viñeta anterior!» le digo. «Yo he tirado para adelante como tú me has dicho, y me da que teníamos que haber girado a la derecha al pasar el pueblo anterior» se defiende. Pensándolo ahora, me acuerdo de dos de las victorias de Óscar menos conocidas, pero en las que se sacó de la manga su personal toque de genialidad, cogiendo en ambas un camino alternativo. Por no hablar de su primer mundial en Verona 99 en el que sorprendió al resto del grupo de favoritos lanzando el sprint desde muy lejos por la derecha cuando todos miraban a la izquierda, su mayor golpe de genio sin duda ninguna. Un movimiento que todo el que lo vio nunca olvidará, y sino que se lo pregunten a los que circulaban en aquel grupo de elegidos, que aún se están preguntando cómo lo hizo el español.
La primera fue en el Trofeo Luis Puig del año 2004, en el que muy cerca de meta cogió por la izquierda una rotonda que teóricamente se debía trazar por el lado derecho, y los metros que consiguió de ventaja fueron suficientes para que se presentase en solitario en la meta de Benidorm. Y la otra fue en la séptima etapa de la Vuelta a Suiza 2006 que finalizaba muy cerca de su propio domicilio. Circulaba escapado con un grupo que se jugaría la victoria, y llegando a una rotonda que también se tomaba por la derecha, realizó con habilidad un salto por la mediana para trazar la rotonda por el lado izquierdo. «Conocía muy bien aquella rotonda y sabía que por la izquierda era mucho más corta» dijo después.
Esa intuición, ese hacer las cosas de una manera determinada sin dudar y sin pensarlo dos veces que tanto le ha funcionado en otras ocasiones; como saber qué rueda exacta coger a la hora de lanzar un sprint desmarcándose con esos 50 metros letales que siempre guardaba en la recámara, o qué rueda no coger para evitar las temibles caídas del sprint final -es increíble las pocas veces que ha besado el suelo para la cantidad de veces que ha estado en esas guerras-.
Pero ese día su intuición estaba en baja forma, aunque él se empeña en atribuirme toda la culpa: «yo he hecho lo que tú me has dicho» me repetía descargando su dosis de responsabilidad. Dimos la vuelta y, para rematar, tratamos de meternos en el recorrido del tramo atajando por intuición. El resultado fue que nos encontramos en la mitad de ningún sitio. De repente un bar en una pequeña aldea: «vamos a parar y preguntamos a cualquier paisano» convenimos. Le enseñamos a un anciano la viñeta del libro de ruta tal y como estaba indicado el cruce, y aquello fue como si le mostráramos el mapa de las lunas de Saturno: no tenía ni idea de qué le estábamos preguntado.
Circulando a la deriva nos cruzamos con otro participante y decidimos seguirle hasta poder ana-lizar la situación. Y así llegamos a la salida del siguiente tramo con cierto adelanto. El resultado fue que nos saltamos dos controles, acumulando por tanto la máxima penalización de 30 puntos en cada uno de ellos: nos podíamos ir ya olvidando de hacer algún buen puesto en la general. «Ya te dije yo que en aquel cruce había que girar a la derecha, me tienes que dejar de copiloto que tú de esto no entiendes» insistía haciéndome tragar toda la responsabilidad del error.
Y el resto del rallye, una vez perdida la ambición y ya más relajados en nuestras tareas, fue un cúmulo de despropósitos. Las penalizaciones seguían acumulándose sin tregua, pero gracias al error previo llegaron los momentos más divertidos del día; recordando anécdotas y disfrutando del paisaje sin presión ninguna. Exactamente como nos ocurría tantas veces en carrera tras descolgarnos; olvidada la presión por disputar, llegaba el momento de disfrutar hasta la meta y ya mañana sería otro día.
Y entre otras cosas, como por ejemplo su pasión por la ebanistería que desarrolla con cierta maestría en el garaje de su casa, así transcurre ahora la vida del excampeón.
Ahora disfruto de mis amigos y de mi familia como si viviese en unas vacaciones constantes. Hasta que no he dejado la bici no me he dado cuenta de cuantas cosas he tenido que sacrificar por mi carrera, así que ahora poco a poco trato de recuperar lo que todavía es posible.
Buena filosofía de vida, él que se lo puede permitir.
Siento que toda mi vida deportiva he estado acumulando y acumulando, privándome en muchas ocasiones del disfrute, así que ahora llega el momento de ser más pragmático y disfrutar de todo lo que he conseguido.
Y mal no le irá siempre y cuando se deje guiar por su intuición, de eso estoy plenamente convencido. Porque Óscar es de esos que muchas veces no sabía explicar ni el cómo ni el porqué de sus acciones cuando desde un punto de vista racional tratabas de entender alguna de sus genialidades. «Lo hice porque así me salió» era su forma de explicarse en muchas ocasiones. Y tú te quedabas pensando: quién pudiera...
El Fugitivo Ángel Olmedo Jiménez
1980. Alicante, circunstancialmente, pero de corazón ineludiblemente tomellosero, como bien muestra su “nick” @olmedotomelloso. Licenciado en Derecho en la Universidad Pontificia de Comillas- ICADE, es abogado laboralista en el despacho Garrigues. Colaborador en temas ciclistas en el portal digital www.ciclo21.com y en www.roadandmud.com, también escribió en la sección de ciclismo de www.latarjetablanca.com.
El Fugitivo
Un fugitivo lleva huido 90 minutos. La velocidad media campo a través, si no está herido, es de 6 kilómetros por hora. Eso nos da un radio de 9 kilómetros. Lo que quiero de ustedes es una búsqueda exhaustiva de cada gasolinera, residencia, almacén, granja, gallinero, cobertizo y caseta de perro de esta zona. Habrá controles cada 20 kilómetros. El nombre del fugitivo es Doctor Richard Kimble. Cójanle (El fugitivo).
Madre