El Afilador Vol. 2. Juanfran de la Cruz
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La aportación del campeón en el Super Ser fue exigua, ya que se consumó con dos victorias de etapa en la temporada anterior, concretamente durante la disputa de la Vuelta a Andalucía y en la Vuelta a La Rioja, respectivamente.
Por su parte, el ciclista que honró el maillot de Super Ser de un modo más que elocuente fue el salmantino Agustín Tamames, quien se impondría en la Vuelta a España de 1975, además de ser campeón nacional en ruta en la temporada siguiente, 1976, el año en el que Viejo escribiría una página para la historia que, hasta la fecha, nadie ha sido capaz de superar.
2. 6 de julio de 1976. El día de los hechos
Tras ese arranque dubitativo en Super Ser, José Luis había comenzado 1976 con mejor pie.No en vano, antes de la llegada del Tour de Francia, en el que Super Ser esperaba que Ocaña pudiera reverdecer viejos laureles, el alcarreño se colocó segundo en la general final de la Vuelta a Asturias, por detrás de Santiago Lazcano, venciendo en dos etapas, y se llevó una de las victorias parciales de la desaparecida Vuelta a los Valles Mineros.
Ya en Francia, conviene señalar que en aquella edición del Tour tomaron la salida un total de trece escuadras con diez hombres cada una. Los principales favoritos, en la salida de Saint-Jean de Monts eran los belgas Van Impe, Pollentier y Maertens, el local Poulidor, el holandés Zoetemelk y los españoles Ocaña y Galdós.
El recorrido planteado por la organización se dividía en un total de veintidós etapas, más el prólogo inicial de 8 kilómetros (en el que se impondría Maertens, luciendo el primer amarillo de la carrera que no perdería hasta Alpe d´Huez). Se ascendían primero los Alpes, que fueron totalmente determinantes para el desenlace final de la carrera. Baste reparar en el hecho de que el holandés Zoetemelk se impuso en las jornadas de Alpe d´Huez y en la que finalizaba en Montgenèvre, pero el gran beneficiado fue Van Impe, quien se enfundaba la túnica amarilla que tan solo abandonaría, por dos jornadas, en los hombros del francés Raymond Delisle, para recuperarla en la etapa de Saint-Lary-Soulan y no desprenderse de ella durante el resto del camino hacia París.
Y, como todo en esta vida, también en el ciclismo los hechos derivan de una serie de causas (más o menos inextricables). La participación del Super Ser en el Tour no estaba cubriendo las expectativas de Orbaiceta, en especial por la ejecución de Ocaña, quien no se encontraba en el fragor de la batalla (distanciado a casi once minutos del líder Van Impe), por lo que, superados los Alpes, y antes del segundo día de descanso, el navarro ordenó a su director de equipo, Gabriel Saura, que concediera una mayor libertad a los gregarios para luchar por las victorias parciales.
La primera, y a la postre más propicia, oportunidad llegaba el día 6 de julio, en el tránsito de 224 kilómetros que unía Montgenèvre (la estación de esquí en la región de la Provenza) y Manosque (la comuna ubicada en el departamento de los Alpes de la Alta Provenza), en la undécima de las etapas de la ronda gala.
Aunque tendremos ocasión de detenernos sobre este particular, la acometida del trayecto no constituyó una de esas conocidas como huelgas encubiertas en el pelotón. Del mismo modo, tampoco puede hablarse de que fuera un día en el que no existiera lucha por fraguar la escapada buena. El propio José Luis Viejo, en las entrevistas mantenidas con Richard Moore, señala que, durante gran parte de su aventura, el pelotón[1] se hallaba solo a un minuto o un minuto y medio de diferencia[2].
De hecho, en el comienzo, muchos fueron los corredores que intentaron abrir hueco con el pelotón. El primero de ellos fue el francés del equipo Peugeot, Jean-Pierre Danguillaume, pero su intentona quedó en agua de borrajas ante el empuje de los de atrás. Más adelante, y cuando la carrera apenas llevaba cuatro kilómetros, se conformó un tercero con el español de Super Ser José Casas, Arbes y Borreau. Sin embargo, su pretensión cayó pronto en el fracaso, aunque tanto Casas como Arbes lo volvieron a probar unos cuantos kilómetros más tarde, en esta ocasión con un grupo de buenos ciclistas en los que destacaba nuestro compatriota Miguel Mari Lasa (que defendía los colores del equipo italiano Scic-Colnago y que ya había vencido en la localidad belga de Verviers).
A ese grupo le siguió otro, en el que ya se encontraba Viejo, además de Perurena, Paolini, De Meyer y Delepine. No obstante, la proximidad de la meta volante de Embrun, dio al traste con la escapada, gracias al empuje de un pelotón en el que Maertens vencía al francés del Gitane-Campagnolo Robert Mintkiewicz.
Antes del movimiento definitivo, el bravo Casas lo probaría por tercera ocasión, pero su demarraje no contó con el beneplácito de un pelotón del que se destacaba, mínimamente, el campeón francés del equipo Peugeot Guy Sibille.
Con esta situación de carrera, y coincidiendo con el paso por el avituallamiento de Savine-le-Lac, Viejo lanzaría un ataque que vendría a ser el definitivo. El alcarreño se marchó por delante y el pelotón, quizá pensando en el agotamiento de las dos etapas alpinas previas y en la jornada de descanso del día siguiente, permitió rodar a nuestro hombre. La meta se hallaba a 160 kilómetros por lo que la empresa se alzaba como heroica. No obstante, el ciclismo tiende a empequeñecer la validez de los grandes epítetos y, esa tarde, José Luis Viejo se encargó de demostrarlo.
Es cierto que la fuga del hombre de Super Ser no preocupaba a los hombres de la general (Viejo transitaba en la posición septuagésimo séptima a cincuenta minutos del líder) pero el empeño en fraguar una distancia que le habilitase a creer en sus opciones se demuestra si se atiende al hecho de que, en tan solo diez kilómetros de escapada, su diferencia con el gran grupo se situaba en más de cuatro minutos. Esa renta se dobló al llegar a la primera dificultad montañosa del día, el ascenso al puerto de tercera categoría de Saint-Jean (de 1.324 metros de altitud) y ello a pesar de que, por detrás, Ocaña, junto a Sibille y el italiano del Scic-Colnago Conati habían acelerado, no pudiendo lograr una ventaja sólida con el pelotón. Al coronar la cima, el gran grupo pasaba con más de doce minutos de retraso respecto del escapado.
Desde ahí, la fisonomía de la competición varió notablemente. Viejo perseveraba en su denodado esfuerzo mientras que, por detrás, el ritmo decaía hasta límites insospechados. De hecho, en el kilómetro 137, la grieta se disparaba hasta los veintiún minutos y medio. Aún quedaban algo más de cien kilómetros para la meta, pero todo invitaba a pensar que la epopeya del ciclista del Super Ser atesoraba muchísimas papeletas para solidificarse.
En la siguiente referencia, coincidiendo con el segundo punto de avituallamiento de la etapa, kilómetro 151 a la altura de Digne, Viejo, en cuya solitaria andadura se vio obligado a enfrentarse a la siempre incómoda lluvia, lucraba más de 27 minutos. Todo apuntaba a que la titularidad de la victoria se hallaba vista para sentencia pero Viejo tuvo que cambiar de rueda por un inoportuno pinchazo y el ritmo que marcaban los hombres del Gan-Mercier-Hutchinson, en beneficio de Poulidor y Zoetemelk, sirvió para reducir el hueco hasta los veinticinco minutos.
La siguiente complicación que avistaría Viejo en su huida era el ascenso a un nuevo puerto de tercera categoría, la Côte du Poteau-de-Telle (600 metros sobre el nivel del mar) cuya cima se hallaba a poco menos de cuarenta y cuatro kilómetros del final. Por si quedaba alguna duda, tras superar la escalada, el alcarreño mantenía un hueco de casi veinticuatro minutos con sus perseguidores. Solo un infortunado accidente podía impedir el triunfo.
Por el camino, y tras un primer paso por Manosque cuando restaban todavía seis kilómetros de etapa, nuestro hombre aún tendría que vérselas con otro puerto de tercera categoría, le Mont d´Or (a 880 metros sobre el nivel del mar), que se alzaba a tan solo cuatro kilómetros de la meta. Mientras, por detrás, el holandés del Ti-Raleigh, Karstens se había adelantado del gran grupo.
Viejo llegó a la meta de Manosque y levantó, con parsimonia, los brazos, consciente de la gesta que, gracias