Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio Fernandez
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La oposición kantiana entre libertad (ámbito moral) y naturaleza (ámbito necesario) se ve con claridad en este punto: ninguna tendencia puede ser fuente de moralidad, en cuanto dichas tendencias pertenecen al ámbito de la naturaleza, de la necesidad, y no a la dimensión de la moral y de la libertad.
La primera conclusión revolucionaria de su punto de partida es que la moralidad de una acción humana no se puede basar en su materia —es decir, en los bienes o fines a los que tiende una acción—, sino en su forma, es decir, en la intención del agente, teniendo en cuenta si esta intención se conforma con el deber dictado por la razón.
Entre la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica, Kant publica Fundamentación de la metafísica de las costumbres. En esta obra, nuestro autor afirma que la única cosa que podemos llamar buena es a la buena voluntad. Lo que hace que una voluntad sea buena no son sus obras ni el éxito que puede alcanzar, sino su rectitud, que consiste en la intención de obrar por el deber. No se trata sólo de obrar de acuerdo con el deber, sino por el deber. Una acción hecha sólo por inclinación no es moral, aunque materialmente esté conforme con el deber. ¿Qué es el deber? Es una ley que proviene a priori de la razón y que se impone por sí misma a todo ser racional. Es un factum rationis, y se traduce en la conciencia a través de un imperativo categórico.
Kant distingue entre imperativo categórico e imperativo hipotético. El segundo determina a la voluntad sólo con la condición que quiera alcanzar unos determinados objetivos: «si quieres obtener buenas calificaciones, debes estudiar». El imperativo hipotético puede ser una regla de conveniencia, o un consejo de prudencia. El imperativo categórico, en cambio, declara la acción objetivamente necesaria en sí misma, sin relación con ninguna finalidad: el imperativo categórico no dice «si quieres..., debes...», sino «debes porque debes».
El imperativo categórico es una ley práctica que vale incondicionalmente para todo ser racional, pues se trata de una regla objetiva y universalmente válida, independientemente de todas las condiciones subjetivas accidentales que se pueden encontrar entre los hombres.
En la Fundamentación Kant presenta tres fórmulas del imperativo categórico:
— «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal»20.
—«Considera a la humanidad, sea en tu persona, sea en la persona de otro, siempre como un fin, nunca como un medio»21.
—«Obra de modo que tu voluntad, con su máxima, pueda considerarse como universalmente legisladora respecto a sí misma»22.
Mediante la tercera formulación se introduce el concepto clave de autonomía. El deber no se impone desde el externo de la voluntad, ya que proviene de la razón que constituye al hombre. Someterse a una razón extraña sería una heteronomía incompatible con la dignidad de la persona humana. Para Kant, la autonomía de la voluntad es el único principio de toda ley moral y de sus deberes respectivos. La heteronomía no fundamenta ninguna obligación y es contraria a la moralidad del querer.
En la teoría moral kantiana, la autonomía está estrechamente ligada a la libertad. La libertad es la independencia que tiene la voluntad respecto a las leyes naturales de los fenómenos.
En sentido negativo es independencia; en positivo, autodeterminación. La ley moral es una ley de libertad. Primero conocemos la ley, el deber, como factum rationis, y después inferimos como su fundamento la libertad: «debes, por lo tanto puedes».
La moral kantiana se configura como una moral formalista, del deber, autónoma y universal. Como se puede observar, hay un cambio de perspectiva notable entre la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica. En la primera se criticaba la tendencia de la razón a desligarse de la experiencia y trabajar en vacío: por eso se critica la razón pura. En cambio, en la segunda Crítica, Kant quiere alertar respecto a la tendencia a quedar ligados, en el ámbito moral, a la experiencia. Por eso se critica no la razón pura práctica, sino la razón práctica sin más, la que quiere basar la moral sobre lo sensible .
En la Crítica de la razón práctica Kant retoma la misma temática de la Fundamentación, y añade la teoría de los postulados. Las ideas de la razón pura, las exigencias ideales que escapaban a la razón, ya que representaban un mundo nouménico desconocido, llegan a ser, en el ámbito de la razón práctica, postulados.
¿Qué significa un postulado? Responde Kant: «no son dogmas teóricos, sino presupuestos, desde un punto de vista necesariamente práctico; por lo tanto, no amplían el conocimiento especulativo, sino que dan a las Ideas de la razón especulativa en general una realidad objetiva, y autorizan conceptos de los cuales, de otra forma, no se podría afirmar ni siquiera su posibilidad»23. La tesis de los postulados es una exigencia de la razón práctica, porque son condiciones para la vida moral.
La afirmación de los postulados requiere un acto de fe práctica. La fe, en cuanto tal, no añade nada a nuestro conocimiento.
Se trata de una afirmación libre, voluntaria. Los tres postulados de la razón práctica son: la inmortalidad del alma, la libertad y la existencia de Dios.
La libertad es condición para la vida moral y, como hemos visto, se basa en la ley. Kant añade que en el campo nouménico la libertad se puede entender como causa. Así, el hombre pertenece al mundo fenoménico de la necesidad, y al mundo nouménico de la causalidad libre.
La existencia de Dios es justificada del modo siguiente: la ley moral me manda ser virtuoso, entendiendo por virtud la adecuación de mi acción al deber. Ser virtuoso me hace digno de felicidad. Ser digno de felicidad y no llegar a ser feliz es absurdo. De aquí surge la necesidad de postular a Dios como el cumplimiento de la felicidad, que en este mundo no se encuentra nunca.
La postulación de la inmortalidad del alma proviene del hecho de que el sumo bien —es decir, la perfecta adecuación de la voluntad a la ley moral— es la santidad. Dado que esta meta requiere un proceso infinito hacia la adecuación completa, solo es posible presuponiendo una existencia y una personalidad del ser razonable que perdura infinitamente, que no es otra cosa que la inmortalidad del alma.
Al final de la Crítica de la razón práctica nos encontramos frente a tres realidades morales que eran exigencias ideales de la razón pura. En un cierto sentido, el mundo nouménico se recupera con la teoría de los postulados. Hay, por lo tanto, una supremacía de la razón práctica sobre la teórica, que manifiesta la finalidad moral del proyecto kantiano. Cabe aclarar que esta recuperación no es de orden gnoseológico: la teoría del conocimiento de Kant no supera nunca la barrera de la experiencia posible.
d) La filosofía de la religión
Para Kant, como ya hemos visto, Dios es un ideal de la razón teórica, y un postulado de la razón práctica. En su obra