Crimen, locura y subjetividad. Héctor Gallo

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Crimen, locura y subjetividad - Héctor Gallo

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la actualidad, hay representantes de distintas disciplinas del hombre que se ocupan de cuestiones relacionadas con el crimen. Están los denominados “expertos en psicología forense”, que suelen referirse al tema como si fueran abogados, y dejan de lado su responsabilidad disciplinar; los neuropsicólogos, que lo hacen como si fueran neurólogos; los psicólogos cognitivo-conductuales y los psiquiatras de esta misma orientación, que se presentan como peritos expertos que estarían en condiciones de resolver “lo que se quitaba de las manos del jurista o experto del jurado”.2

      El psicoanálisis, por su parte, se ha posicionado, frente al crimen y el delito, desde un lugar opuesto a la biologización de las conductas criminales, a las concepciones genéticas y neuronales, a los discursos morales, a las explicaciones sociológicas y culturalistas. Desde el punto de vista de la subjetividad, la distancia que separa al criminal del que no lo es, es menos grande de lo que se supone.

      Mientras el lenguaje de la psicología de nuestro tiempo se encuentra atravesado por el discurso epidemiológico, el lenguaje psicoanalítico se distancia de este, pues el énfasis de aquel recae en una medicina preventiva más que curativa. Mientras la medicina, las neurociencias, la psiquiatría y la psicología tienen en común que, en sus diagnósticos, evaluaciones e intervenciones, se instalan en el paradigma aristotélico del cuerpo y el alma como una unidad, el psicoanálisis prefiere el modelo cartesiano, que diferencia rotundamente estos dos registros. Para el psicoanálisis, cuerpo y alma están separados, y cuando entran en relación ello no sucede porque forman una unidad, sino gracias a la mediación del inconsciente, que por estar estructurado como un lenguaje tiene una composición simbólica y no biológica.

      El modelo del discurso penal también fue descartado como vía metodológica, pues la pregunta que se formuló en ese momento no era por el crimen como objeto penal, ni por el criminal en su sentido jurídico, sino por la relación del sujeto con el crimen como objeto social. En esta perspectiva, se valora la función del inconsciente en las conductas y se tiene en cuenta la causalidad externa al sujeto, pero esta última no es tomada como argumento explicativo.

      Dado que, desde el psicoanálisis, tenemos en cuenta que el sujeto del acto es gobernado por fuerzas psíquicas que se localizan más allá de la influencia malsana del aspecto social y familiar, y que nada tiene que ver lo orgánico degenerado, los analistas nos preocupamos más por los indicios subjetivos que por las señales materiales recogidas en la escena del crimen. Lo psíquico no lo asociamos con trastorno o desorden, sino con el inconsciente sexual y agresivo, el deseo insatisfecho, los conflictos éticos, las pasiones, la pulsión representada por el superyó cruel, los desgarramientos de la culpa y el malestar supuesto en el orden simbólico. Esta dinámica psíquica funda y conforma una subjetividad existencial, que en lugar de ser medida, evaluada y medicada más bien se interroga, dándole la palabra al ser que habla.

      Desde la perspectiva del psicoanálisis, el “hombre delincuente” no remite a una “personalidad criminal”, ni es alguien a quien se le deba evaluar un posible déficit, ni medir su grado de responsabilidad en la falta cometida. El delincuente tampoco es una máquina que puso su capacidad de razonar al servicio del mal, pues si bien en cada delincuente encontramos un sujeto que calcula y sigue una lógica en sus actos, nada en ese cálculo es mecánico ni químico. El cálculo, la razón, el déficit posible y la lógica del sujeto delincuente dependen de operaciones simbólicas, de las cuales no siempre es consciente.

      El instrumento que se prefiere en el psicoanálisis, para tratar en el ámbito práctico con el sujeto criminal, no es el microscopio, ni los test de inteligencia, el interrogatorio, las pruebas de personalidad o el polígrafo, sino la “palabra”. Sabemos que la dialéctica en la que nos sumerge la palabra del sujeto no nos conduce hacia una causa unitaria, ni a un saber exacto, como el que se pregona con el gen o se persigue con el test, pero sí nos orienta hacia un saber que, por no ser preconcebido, sino construido a partir de la palabra del sujeto, cuenta con la verdad referida a sus modos de satisfacción pulsional. Esta verdad no es “exacta”, en el sentido de la objetividad positivista que para el discurso jurídico es tan importante; pero allí donde logra ser reconstruida, sin duda, nombra con rigor, no el esclarecimiento del crimen, sino el fundamento subjetivo del malestar existencial de un hombre y los motivos de su acto criminal.

      Para un psicoanalista es más importante la palabra del criminal que los hechos, así esté demostrada la falta de sinceridad del delincuente, pues su orientación es hacia procesos psíquicos que permiten definir la relación del sujeto con el acto criminal, y no hacia la realidad de lo que sucedió. En lugar del psicoanalista hacer hablar el objeto inanimado, como sí lo lleva a cabo el criminalista, hace hablar al sujeto del acto animado por su goce, y en este sentido no lo asume como alguien conocido, como lo suele tomar un experto, sino como un enigma y con la intención de establecer “a quién ha matado realmente” el asesino.

      Nos

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