Crimen, locura y subjetividad. Héctor Gallo

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Crimen, locura y subjetividad - Héctor Gallo

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clínicamente cuando se entrevista a un sujeto acusado de un crimen y del que se sospecha que algún trastorno lo condujo a la violencia contra el semejante. Se ha constatado, en la clínica, que en esos tres momentos lógicos se asiste a tres posiciones subjetivas distintas, que requieren ser analizadas, cuestión que los jueces no están en condiciones de establecer a partir de su conocimiento del derecho, menos del sentido común que suele guiarlos en sus interrogatorios, de la apariencia del acusado o de la influencia transferencial favorable o desfavorable que este ejerza sobre el juez.

      Proximidad y diferencia del psicoanálisis con la sociología en el análisis del crimen

      Pasar por la vida sin transgredir la ley no es algo sencillo para ningún ser humano. La posición de respeto a la ley es una conquista que se relaciona con una ética ciudadana, y no con un instinto de adaptación a lo social, que es común encontrar en los organismos vivos, pero complicado de lograr en los sujetos de lenguaje. Ningún ser de lenguaje se acoge gustoso a la ley, cuya función es prohibir; por eso, hay que educarlo con esfuerzo para que renuncie a la parte de sí que lo empuja a la transgresión y al daño. En lo más íntimo de cada ser humano se alberga una voluntad transgresora de la ley, voluntad a la que desde el psicoanálisis se llama “pulsión”. Esta voluntad es silenciosa, y respecto a la misma, cada ciudadano tiene gran responsabilidad, debido a la crueldad que involucra.

      Así como para la sociología no hay nada más normal que el crimen, para el psicoanálisis no hay nada “más humano que el crimen”. Esto quiere decir que mientras existan seres humanos y organización social el crimen nunca desaparecerá de la faz de la tierra. No es gratuito que en el origen mítico de la sociedad se establezca la prohibición de tres delitos —el homicidio, el incesto y el canibalismo—, de los cuales únicamente el último parece más o menos superado socialmente.

      Intimidad humana del crimen

      El sueño tiene dos contenidos, uno manifiesto y otro oculto. El primero puede ser color de rosa; pero el segundo, la mayoría de las veces, está hecho de la realización de deseos que un ciudadano que se considere a sí mismo inscrito en la razón moral no aceptaría.

      Para el psicoanálisis, lo amoral hace parte tanto de mentes enfermas y de criminales desalmados como de los hombres moralmente “buenos” e incapaces de cometer crimen alguno. La diferencia entre un criminal y un ser que no lo es radica en que mientras el primero ha fracasado en la civilización de sus pulsiones agresivas y sexuales, el segundo ha logrado abstenerse de actos inmorales, mediante la construcción de una ética que implica detenerse antes del acto transgresor, e inscribirse en principios opuestos al daño al semejante o a la corrupción facilitada por un poder atribuido.

      Si un crimen monstruoso-excesivo escandaliza y suele pedirse para el victimario un castigo severo —pena de muerte o cadena perpetua—, es porque se ve allí reflejada una parte obscena de nosotros mismos, que estimamos ajena y preferimos localizar afuera, en un Otro socialmente considerado malo, monstruoso, desadaptado y peligroso para la vida en sociedad. Cada quien prefiere lejos de sí la maldad, puesta en otros seres considerados canallas, a no ser que llegue a cierto margen de honestidad perversa y declare: “Yo soy un bandido y es así como viviré y moriré”. La honestidad de Jhon Jairo Velásquez Vásquez (alias Popeye), el conocido sicario del fallecido narcotraficante colombiano Pablo Escobar, consiste en decir: “Soy un bandido y ahora que salgo de la cárcel estoy preparado mejor que nadie para la guerra o para la paz”. La deshonestidad del político criminal y corrupto consiste en decir que se ha sacrificado por los demás y que lo malo que se dice de él son calumnias de la oposición o un complot de sus enemigos políticos.

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