Psicología y psicoterapia transpersonal. Manuel Almendro
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La psicología transpersonal también pretendería, en mi opinión, una vía para llegar con gran respeto a la psicología integral, unificando posturas que lleguen a una totalidad desde las franjas que ocupa cada posición. Por supuesto, ofrecer un camino de curación tranpersonal al mundo de la drogadicción, buscadores descarriados, víctimas del cambio. Al mundo de los buscadores de transmentalidad, para que no caigan en redes oscuras que utilizan la espiritualidad como reclamo. A las víctimas de pandemias, como el sida, cáncer, del estigma de las guerras, etc., para que vean que existen otras realidades; y sobre todo para los que se encuentran en el embarcadero de la muerte. También para los cansados de una vida desacralizada y rutinaria, pendiente de los reclamos consumistas que ofrece la enfermedad planetaria. A los que asumen su existencia como algo grande y decisivo, en un proyecto en el que curarse es conocerse y a la inversa, como decía el gran indio mazateco.
En fin, dar respuesta al sinsentido de nuestro mundo simbolizado en esos adolescentes de hoy que, buscando locamente un rito de pasaje, una iniciación, se lanzan a la velocidad, al alcohol, a las drogas estimulantes, e incluso al asesinato y al pacto de sangre. Todo por una necesidad de reto, desviado entre otras cosas porque eso es lo que venden los medios de comunicación de los que estos adolescentes maman, un reto que busca ir más allá de lo conocido en la noche del sábado, porque lo que ofrece su sociedad drogada por el consumo no les vale tanto la pena y necesitan ir más allá de los límites. Se ha perdido el rito de pasaje por el que la tradición sabia utilizaba esa fuerza que late en la sangre adolescente para iniciarlo como guerrero, como adulto, ofreciéndole una “hazaña”, emprendiendo un viaje para forjarse como adulto. El fruto de ello suponía ampliar el horizonte personal y colectivo. Sin embargo vemos cómo la muerte se lleva a adolescentes en estúpidos accidentes de carretera. Por otra parte, los ancianos, ansiosos durante su madurez de una pensión de jubilado, anunciada y añorada ilusoriamente, se les convierte en trampa mortal cuando llega en la realidad, arrinconándoles como estorbos y entrando en la demencia a los dos días de dejar el trabajo rutinario para esperar la muerte. Muchas veces agonizan aparcados en las aceras o en refugios sociales, donde muchos de ellos desean el desenlace que hoy se les retrasa con la todopoderosa magia médica, sintiéndose inservibles para la sociedad y para la vida. Por todo ello lo transpersonal vendría a ofrecer una nueva vía a toda la sociedad, un nuevo renacimiento, un cambio de civilización, partiendo de una ciencia que no reduzca la vida al azar, a un accidente, ni la consciencia a un producto de la materia. Muchos científicos se están encuadrando en el mensaje de lo transpersonal, junto con artistas y demás sectores de la humanidad en general, ancestral y moderna, urbana y rural, lejos de los Rambos y especuladores sin escrúpulos, devolviéndole a la naturaleza otro trato que no sea el de la expoliación ni el desaprensivo laboratorio de animales, a pesar de que éstos, minerales, animales y plantas, se nos ofrezcan como alimentos, belleza y fotosíntesis. Lo transpersonal propone un nuevo impulso hacia otra escala de valores que no dependen de una producción y adquisición de locura consensuada e hipnótica. La nueva ciencia de la que se habla iría por ahí; muchos de sus representantes, según mi opinión, han accedido a ese mundo naguálico, holotrópico, para encontrar las bases de sus mensajes. Ya en e=mc2 tenemos la cantidad de luz necesaria para transmutar la oscuridad, la cantidad de renacimientos para transmutar las muertes, procesos que no necesitan de la muerte física para poder ser sobrepasados. Lo transpersonal viene a entrar con todo ese bagaje de ayuda en la comprensión del vacío, base de la compasión y del amor, para reencontrarnos con el destino de todo lo viviente, de la visión oriental y occidental, como hemos señalado, descubriendo la falsedad y la necedad del control racional y estático en un mundo impermanente.
La psicología transpersonal no fomentará una terapia dirigida hacia la formación de un yo karateca, de un yo todopoderoso o de un yo de porcelana, de cara a la galería. Tampoco una asepsia que desprovea a la persona de sus fuerzas antagónicas que generan el movimiento, ni tampoco estancará a la persona en las cuatro reglas que definen una normalidad ramplona. La psicología transpersonal más bien está en la línea de la progresiva chamanización del terapeuta, es decir, más que anclarse en un aprendizaje de taxonomías y recetas teóricas, aunque útiles hasta cierto punto, propugna una progresiva vivencia y pasaje a través de la enfermedad, la crisis-cambio; de tal manera que este terapeuta tenga su propio “pasaje”, su propia crisis de transformación, lo que le proporcionará un conocimiento directo e inequívoco de por dónde transita ese cliente-paciente que ha ido a pedirle ayuda. “Sólo el herido cura” es la frase que ilustra de manera certera este cometido, y la que de verdad da el título de guía para las regiones sublimes del cuerpo, la mente y el espíritu.
Por otro lado opinamos con Frances Vaughan que no se trata de que el camino espiritual ocupe el lugar de un proceso terapéutico. Sobre ello Vaughan dice que: «lamentablemente, sin embargo, pocos maestros espirituales están entrenados para manejar diestra y éticamente la transferencia… el problema surge cuando consideramos a la espiritualidad como una alternativa al desarrollo psicológico, más que como su prolongación… la consciencia espiritual sólo contribuye a la totalidad cuando se basa en la salud psicológica y en la integración de todos los niveles de consciencia».
Hoy lo transpersonal trabaja por esa vía interior que los grandes maestros iniciaron con la religión como supraciencia, aunque hoy posiblemente gastada, sobre todo la oficial, pues sus ritos, cultos y dogmas, que también están presentes en los actos profanos, se vacían poco a poco de inspiración, entregándose a la curiosidad turística y folclórica. Sin embargo, los mapas enriquecedores y complementarios de la tradición, como el cristianismo, budismo, etc., son recuperados como verdaderos guías de los procesos vivenciales en este momento de síntesis. Lo transpersonal también encuadra a esos científicos que se encontraron con el final de la materia en los mundos cuánticos y biológicos, en la psicología que vive lo transmental y en tantos intuitivos que apenas necesitan de la palabra ni de títulos para ver algo que cada día es más evidente: el rumbo está desviado y consumándose su periplo. Son momentos para comenzar. Y eso a pesar de que la palabra “espiritual”, la palabra “mística”, se utilicen en determinados ambientes con signos de burla, a pesar de que se hayan de rescatar de lo “rancio y moralizante” a donde sus representantes tradicionales las han relegado. Por ello es muy conveniente recuperar tandems como el de Pauli-Jung, hoy con nombres como Grof, Lupasco, Sheldrake, Bohm, Pribram, Wilber, etc. Atendiendo en el proceso al sutra del corazón en aquello de que forma es formavacío es vacío, después todo es vacío para terminar con que forma es forma-vacío es vacío. Oyendo el canto de la campana de la tarde en el monaterio zen, que puede estar en cualquier esquina: «oyendo el sonido de la campana todo pensamiento es cortado. El conocimiento crece; aparece la sabiduría; el infierno queda atrás… Haciendo votos para ser el Buda y salvar a todas las gentes. El mantra para romper el infierno.»
En realidad el científico racionalista, con amplios horizontes y con la consciencia de que vivimos en el enigma, es un buen candidato para entrar en los espacios transpersonales. Todos los acontecimientos que suceden en la actualidad nos llevan a una evolución posible hacia el próximo peldaño de la humanidad o por el contrario a un racionalismo exclusivista y poderoso que no tiene salida. Vivir este proceso de evolución, en palabras de Richard Moss, es: «nuestro más grande desafío es intentar apreciar la vida y nosotros mismos en completud, como partes indivisibles de una totalidad inombrable».
Desde la ventana la luz brilla con intensidad y todo lo recubre, los colores multiplican los destellos, una luz fina lo atraviesa todo, un silencio hecho de murmullo acogedor. Aparece un orden que todo lo contempla, el aire que se respira inflama el corazón. Todo es uno. La voz está en todas partes.
Los libros se acumulan por doquier, el recorrido por ellos ha sido acompasado por el tecleo del ordenador, las ideas de sus autores han sido envueltas en los sentimientos que las despertaron. Me encuentro –uno– con ellos, y a ellos en este momento remito una irreprimible emoción.