Psicología y psicoterapia transpersonal. Manuel Almendro
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Apuntes. Como teoría relativamente reciente, el cognitivismo ha alcanzado un notable crecimiento y popularidad. Ello se debe en gran parte a su soporte empírico, su marco teórico y a su gran número de estudios sobre la población clínica. De formación rápida, hace que se preparen terapeutas con un año de entrenamiento. Los cambios terapéuticos también se producen cuando el paciente está comprometido emocionalmente con sus problemas, por lo tanto la experiencia emocional durante la terapia es un hecho importante. Las reacciones entre terapeuta y paciente son importantes. La terapia cognitiva puede ofrecer una oportunidad para un acercamiento entre la terapia psicodinámica y la terapia conductual, y hay quien piensa que existe un común asiento prometedor para estas dos discisciplinas. Hoy, muchos terapeutas conductistas se definen como cognitivistas. La investigación continua en la relación entre la cognición y el afecto abre un campo interesante.
Conclusiones generales sobre estas dos teorías
No cabe duda, como hemos afirmado ya, de que la psicología moderna va unida al desarrollo simultáneo de las otras ciencias. La psicología abandona unos devaneos filosóficos manidos y se precipita hacia el hombre de carne y hueso, apurando su encauzamiento hasta llegar al hombre máquina, susceptible de ser controlado y determinado, como sucede en el conductismo radical. La soberbia del científico –según algunas críticas– toma cuerpo dramático cuando se refiere al hombre y lo reduce a un exclusivo producto fisiológico en el que los organismos sólo reciben pasivamente lo que les hacen. Tal vez ello inspiró a Orwell su 1984. Watson ya decía : dadme dos niños y haré de ellos lo que quiera. Maslow criticaba que los voluminosos libros conductistas no tienen importancia, al menos para el núcleo humano, el alma y la esencia humana. Realmente sabemos que trabajan con condicionamientos sobre la mente condicionada. Entiendo que incluyendo las diferencias evidentes entre cognitivismo y conductismo, ambas se definirían como terapias de superficie, pues se dirigen a la modificación del consciente. Son terapias rápidas que pretenden cambiar la capa conocida por otra más adecuada a la vida del paciente. En el caso más radical del conductismo no parece existir subjetividad, así que no podremos hablar seriamente de cambios. El hombre no es reducible a una máquina, en los nuevos paradigmas es considerado una totalidad ineludible. Por supuesto, tiene instintos animales, pero también razona e intuye, y además no podemos dejar ahí el listón, puesto que la evolución continúa. El problema radica en el reduccionismo soberbio, cerrado, que supedita que el hombre es aquello y solo aquello que determinada persona y su teoría establece.
El cognitivismo, donde se abordan sentimientos y pensamientos, aparece –bajo una crítica transpersonal– como una terapia que se acerca a una necesidad de solventar los problemas superficiales que molestan al consumidor, para sobrellevar una vida racional, adaptada a los parámetros medios de la sociedad occidental. De ahí su necesidad de rapidez y utilitariedad, por lo que se convierten en terapias industriales, adecuadas a una cierta demanda; creo que bastante interesante para personas que se inicien en el conocimiento de sí mismas o no deseen introducirse en sus espacios interiores; también son adecuadas para lo que ya decíamos antes, para los entrenamientos e instituciones donde se busca una rentabilidad operaria, y para acoplamientos de amplios sectores de la población. Los tratamientos parecen dirigirse al hemisferio izquierdo, a lo concreto y racional, y su carácter de utilidad es indiscutible y positivo siempre que no reduzcan lo demás a su perspectiva. Por ello las teorías cognitivas conductuales se mueven en términos de “destrezas”, “habilidades”, etc., evitando las causas. En ello siguen a la medicina alopática. El aspecto más preocupante de su encauce clínico es que se dirigen a curar síntomas, pero la boya esconde un anzuelo bajo el agua, y si desaparece la boya perdemos la poca orientación que teníamos, y un anzuelo escondido incrementa su peligrosidad. Sobre todo en patologías profundas.
En relación con todo lo comentado, Frances Vaughan afirma que «la mayor parte de las psicoterapias breves suelen utilizar un enfoque cognitivo-conductista y pretenden cambiar las pautas habituales de pensamiento y reprogramar las repuestas».
La consciencia está también ausente en el conductismo. Sin embargo, es notable el estudio de lo manifiesto en las expresiones corporales que acompañan a las verbales y a sus contenidos, verdaderos enclaves de lo inconsciente, de ahí que las investigaciones cognitivas de esos procesos, como el de la construcción de hábitos, el de la construcción de los mecanismos proyectivos de imágenes etc., sean un buen punto de estudio beneficioso para el camino de esa deseada psicología integral, donde se encuentre todo lo sabido hasta ese momento, en beneficio de la salud y del conocimiento.
En pocas palabras podemos decir que si en el cognitivismo priva el pensamiento sobre el resto de los procesos, en el conductismo sólo reina ese pensamiento, absolutamente.
Vemos que estas teorías se asientan exclusivamente, aunque desigualmente, sobre el intelecto de la cuadrinidad de Hoffman que detallaremos más adelante: cuerponiño(ser emocional)-intelecto-ser espiritual. Las radicalizaciones, a veces, me parece que no son más que tretas de la naturaleza para apurar caminos y sacar lo provechoso de ello. Si el conductismo apuró lo externo, Freud intentó lo propio con lo interno; el cognitivismo se extiende a la emoción, pero ambos parten de una consideración positivista, racionalista de la vida, en la que no hay margen para la consciencia, puesto que ignoran la presencia de la semilla espiritual en el hombre. Si el marco es abierto, entonces se contribuirá a la sinergia investigadora. Si es reduccionista, se pueden generar síntomas de asfixia en sus propios representantes. Por lo tanto, la vida no puede reducirse a una cuestión exclusiva de “software” y “hardware”, ni tampoco todo desajuste de una persona frente a su medio tiene que pasar por una terapia que busque exclusivamente la readaptación al mismo. Si el cliente lo quiere así, todavía. Si no, después surgirán brotes más rebeldes. Conductismo y cognitivismo están unidos en buena parte a la producción consumista de nuestra sociedad y a la utilidad racional y productiva.
El terapeuta de la conducta asume, según Claudio Naranjo, que cuando la situación que provoca el síntoma se asocia con las recompensas presentadas, se está estableciendo una nueva respuesta condicionada. Sin embargo, parece improbable que una nueva respuesta condicionada, lo suficientemente fuerte como para reemplazar a la vieja, pueda surgir de unos refuerzos positivos tan suaves como un estado de relajación o la aprobación del terapeuta. El valor de las recompensas aportadas, que neutralicen lo desagradable es que, en el proceso de confrontación con lo evitado, el paciente aprende que su miedo era infundado. Las ansiedades son generalmente perpetuas para evitar la situación que las originó y así la persona pierde la oportunidad de aprender que no hay nada que temer. Se extingue, pues, una mayor apertura a experimentar la capacidad de confrontar la situación. Naranjo concluye que la terapia de conducta es ampliamente divergente de la meditación.
Walsh y Waughan reconocen en el conductismo la característica de su insistencia en la mensurabilidad y la verificación del comportamiento y el cambio. Aunque eficaz, su fuerza y su debilidad coinciden. Excluye lo subjetivo, la consciencia, y hasta hace poco los pensamientos y sentimientos. Así que poco tiene que decir sobre el nivel óptimo de salud y bienestar. Sin embargo, se está abriendo a lo cognoscitivo, se propone la eficacia del sí mismo como mediador en el cambio terapéutico, incluso con técnicas que ya el budismo practicaba en parte. Los transpersonalitas han reconocido