A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos. Juan Valera
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El critico y el historiador de nuestra literatura deben tener presente todo esto para no excitar con sus alabanzas á la lectura de libros que no merezcan ser leídos, pero tampoco deben escatimar el encomio á todo libro ó trabajo que sea digno de él, aunque la generalidad del público no sepa apreciarle.
La lectura de libros antiguos, aun de puro pasatiempo, requiere cierto aparato de erudición y bastante fantasía, discreta é ilustrada, para trasladarse en espíritu á la edad en que cada autor escribió, y comprenderle y sentir con él como su contemporáneo, juzgándole después sin pasión y volviendo, al hacer el oficio de juez, á vivir en la edad en que ahora vivimos.
Sólo así se podrá componer al cabo una historia completa de nuestra literatura ó de nuestra cultura en general, donde se tase su valor, ya absoluto, ya con relación á la cultura de Alemania, Italia, Francia é Inglaterra, que son los cuatro pueblos que con los de esta Península han estado alternativa ó simultáneamente á la cabeza de la civilización del mundo, desde que empezó la historia moderna hasta hoy.
En España podemos jactarnos de la cantidad de lo que se ha escrito. Somos ricos en obras. No hay una sola lengua literaria, sino tres: la castellana, la portuguesa y la catalana. Y en cada una de estas tres lenguas, sobre todo en las dos primeras, ha habido un enjambre de fecundísimos autores. Pero como muchos catalanes y muchísimos portugueses han escrito en castellano, la literatura castellana, aunque sólo fuese por esto, sería la más rica de las tres.
Aún nos queda mucho por hacer á fin de lograr una cosa con la que yo sueño: una literatura selecta española: una bibliotequita, por ejemplo, de cuarenta ó cincuenta volúmenes, chiquitos, elegantes y primorosos, donde se reuniese lo mejor de nuestra inmensa riqueza intelectual; bibliotequita que leyesen las damas sin fatiga y hasta con gusto, y que ellas pudiesen tener en sus habitaciones, al lado ó en lugar de los autores franceses que leen ahora cuando algo leen.
Esta selección atinada no se ha hecho bien aún. Hay motivos, que sería prolijo exponer aquí y que la dificultan. De ello proviene que las letras en España son menos populares y divulgadas que en otros países; y que pasado el momento de la moda, si llega durante su vida á estar de moda un autor, todo cuanto se ha escrito se hunde en el más profundo olvido para el público, y sólo permanece para los eruditos, casi como si fuera una reconditez. De ello proviene también algo de muy lamentable ó de muy risible, según el humor con que se considere: un divorcio casi completo entre lo literario y lo ameno ó interesante, sobre todo en el teatro, que es por donde el vulgo, que apenas lee, penetra en el santuario de las letras. A menudo se oye decir á la salida de los teatros—la comedia no tiene sentido común, pero me ha interesado ó me ha divertido:—ó bien,—mucho me ha fastidiado el drama, pero confieso que tiene mérito literario y ¡qué buen verso!—Lo cual da malísima idea de autores y de público, porque razonablemente no se concibe que lo absurdo divierta ó interese, ni menos aún que tenga buen verso ni mérito literario lo fastidioso.
De todo lo dicho se infiere que debemos propender á que salgan en España las letras amenas del apartamiento en que viven, con respecto á la generalidad del público, y lo que es más de sentir, con respecto á lo que ahora llaman high life, en cuyos centros rara vez se ve un libro en castellano.
Alguna culpa tienen de esto los bibliófilos. No pocos de los libros que publican en ediciones elegantes, que jamás ó rara vez tuvieron en España los autores que todo el mundo debiera leer sin aburrirse, son libros que valen por su rareza, y no valen nada en cuanto dejan de ser raros; libros que suele no ver sino por el forro el curioso ó vanidoso que los compra, pudiendo afirmarse que de los trescientos ó cuatrocientos ejemplares de que consta la tirada, las dos terceras partes quedan con las hojas unidas sin que llegue á separarlas la plegadera.
Mi espíritu muy inclinado á las contradicciones, si bien más aparentes que reales, me ha llevado á decir cuanto va dicho, sobrado extensamente si se mira al objeto que hoy me mueve á escribir, y me lleva en seguida á añadir algo que parece diametralmente opuesto. Y lo parece aunque no lo es, porque, á fin de llegar á la clasificación y selección deseada, á que tengamos bien determinadas nuestras obras maestras, y á que salgan, digámoslo así, de entre el ingente cúmulo de cuanto se ha escrito, para que el vulgo las admire, importa que ese ingente cúmulo se forme todo y venga á ser conocido, al menos por los que especialmente se dedican al estudio.
En este sentido, sin salvedad ninguna y con toda el alma, es menester declarar que son altamente beneméritos de la patria y de la cultura castiza, Gallardo, Estébanez Calderón, Gayangos, Durán, Barrera y Leirado, Sancho Rayón, Zarco del Valle, Valmar, Cañete, los dos Fernández-Guerra y algunos otros.
El autor del libro de que voy aquí á dar cuenta, ha venido á colocarse á no poca altura, en compañía de tan ilustres críticos y eruditos.
Aunque D. Domingo García Pérez es portugués de nación, pasó su primera mocedad en Granada, y estudió en el colegio del Sacro-Monte, donde fué compañero de los Fernández-Guerra, y donde, sin duda, tuvo por maestros á D. Juan de Cueto y á D. Baltasar Lirola, quienes hubieron de inspirarle su buen gusto en literatura y su amor á la de Castilla y al idioma de Castilla. Dan prueba de ello el estilo fácil y castellano castizo con que su libro está escrito; la gran copia de noticias curiosas é interesantes que el libro contiene sobre la vida y las obras, de quinientos ó seiscientos autores, y la multitud de composiciones, muy raras ó inéditas, que en sus páginas encierra.
Sin duda el Sr. García Pérez debe bastante, como él mismo confiesa, á trabajos anteriores de los críticos eruditos castellanos que mencionamos ya, y también á los trabajos de algunos egregios portugueses, como Barbosa, Inocencio de Silva y Costa Silva; pero es de admirar lo mucho enteramente nuevo con que ha sabido enriquecer su obra.
Ésta sigue el orden alfabético por los apellidos de los autores, que nos atreveremos aquí á distinguir y á clasificar.
Unos son celebérrimos en Portugal; son los principes de las letras de aquel pueblo. Lo que han escrito en portugués casi siempre vale ó importa más que lo que han escrito en castellano. En este número pueden ponerse Camoens, Gil Vicente, Bernardín Riveiro, Mousinho de Quevedo, el P. Vieira y dos condes y una condesa de Ericeira. Otros son tan ilustres y tan dignos de serlo en Portugal como en Castilla; así, por ejemplo, Sa de Miranda. Otros, aunque portugueses, alcanzan más gloria y nombradía por sus escritos en castellano, y se cuentan entre nuestros clásicos, como Jorge de Montemayor, Gregorio Silvestre y D. Francisco de Melo. Y otros que, si menos gloriosos, son en España muy conocidos por su laboriosidad fecunda, como Faría y Souza.
Es muy grande el número de dramaturgos portugueses que, sobre todo, bajo el dominio de los tres Felipes, escribieron en castellano sus comedias. El más ilustre fué Matos Fragoso. Síguenle dos Pachecos, Cayetano Souza Brandao y otros varios, entre ellos algunas poetisas. De todos trae García Pérez noticias biográficas y bibliográficas en abundancia.
Más interesante, y casi siempre más nuevo, suele ser lo que nos enseña el Sr. García Pérez sobre otros portugueses que también escribieron en castellano, y son célebres por su ciencia, por sus hazañas, por sus peregrinaciones ó por el brillante papel que representaron en la historia de la Península, y aun de todo el mundo, interviniendo en nuestros descubrimientos, colonizaciones,