A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos. Juan Valera

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A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos - Juan Valera

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y al testimonio de un papiro con escritura hierática, que estaba unido á dichos objetos.

      Como se ve, todos ellos forman un tesoro de imponderable valor para el anticuario, y están ahora expuestos al público en cinco salones del Museo austriaco de artes é industria.

      Lo más importante lo descubrió y trajo á Viena el señor Teodoro Graf, de quien, en 1884, lo adquirió el Archiduque.

      El tesoro procede de diversos puntos, por ejemplo, de Al-Uschmunein, la antigua Hermópolis; pero el fondo principal se ha encontrado cerca de Medina-al-Fayun, no lejos del lago Moeris, entre las ruinas de la ciudad de Schet, llamada por los griegos Crocodilópolis ó Ciudad del Cocodrilo, porque allí era adorado el dios Sobk, cuya cabeza era como la de dicho animal. Schet se llamó más tarde Arsinoe, en honor de la segunda reina de este nombre, hija de Ptolomeo I.

      El libro, de que vamos extractando todas estas noticias, se titula Guía de la Exposición; está impreso en la imprenta Imperial y Real de la Corte y del Estado, y ha sido compuesto por tres principales autores. En lo egipcio ha trabajado el Sr. J. Krall; en lo greco-latino el Sr. K. Wessely, y en lo arábigo el Sr. J. Karabacek, de quien es también la Introducción de la obra.

      Como yo no acierto á escribir nunca con el conveniente disimulo ó hipocresía, que alguien llama pudor literario, y, sin poderlo remediar, impongo al público en mis secretos como si el público estuviese formado de amigos íntimos, no he de ocultar aquí los sentimientos y pensamientos, acaso abominables y vitandos, que acuden á mi alma ó en ella se despiertan, al visitar la referida Exposición ó al hojear el libro que la describe. ¿Hubiera perdido algo el linaje humano con que todos estos papiros y papeles se hubiesen perdido sin llegar hasta nosotros ó con que nunca el Sr. Graf los hubiese descubierto? Sin duda que suministran datos importantes y fehacientes, que aclaran no pocos puntos históricos, y esto es una gran cosa; pero proporciona tanta fatiga el estudiarlos, descifrarlos y traducirlos, que no sé si el resultado obtenido compensará nunca la fatiga. Si yo no fuese tan aficionado á saber, si mi afán de enterarme de todo no fuese tan vivo, me importaría poco que se descubriese, cada día, un cúmulo de manuscritos como el que posee y exhibe el Archiduque: pero yo quiero saberlo todo, y como el tiempo me falta, y la vista me va faltando también, y sé poquísimos idiomas, se apoderan de mi espíritu la inquietud, el mal humor, algo como miedo de acometer un trabajo nuevo y algo como envidia de aquellos para quien apenas es trabajo sino deleite el investigar tales escritos y poner en claro lo que dicen. Entonces me explico y casi aplaudo la supuesta ó verdadera conducta del califa Omar, del Licenciado Barrientes, del Cardenal Cisneros, del arzobispo Zumárraga, y de otros de quienes se cuenta que han quemado manuscritos. La gente los denigra y los saca á la vergüenza como insensatos fanáticos, pero yo tal vez los miro como heróicos dechados de caridad desagradecida. Por fortuna, pronto desecho esta extraviada manera de pensar y de sentir; y pues hay manuscritos, aspiro á saber lo que dicen y hasta á informar un poco de su contenido á los que sean más ignorantes ó menos estudiosos que yo, y algunos habrá.

      Hasta ahora sólo he hablado de lo material: del papiro, del papel, del pergamino, de la tinta y de las paletas en que se desleía la tinta, allá en tiempo de los Faraones anteriores á Moisés. Veamos ahora algo de lo que los manuscritos contienen.

      Lo primero que se piensa es que son una mina de donde cualquiera autor de novelas históricas pudiera tomar el legitimo color local, ó mejor dicho temporal, para los sucesos que relatase. Acaso no quede acto de la vida de un municipio y de las relaciones y tratos entre sus habitantes del que no se encuentre algún testimonio en la colección del Archiduque. Se diría que hay en esta colección cuanto se custodiaba en las escribanías de Arsinoe y en el archivo de su Ayuntamiento: contratos de matrimonio, partes de defunción, recibos de contribuciones, pagarés, escrituras de compra, venta y arrendamiento, etcétera, etc. Todo es peregrino por la lengua en que se expresa, y porque nos parece que pasa á nuestra vista y que hemos ido retrocediendo veinte ó treinta siglos contra la corriente de los sucesos que vuelven á mostrarse como presentes; pero, en lo esencial, aunque un poquito más negros y más feos, apenas hay casos que no sean idénticos á los de ahora: tributos enormes, gente que se resiste á pagar ó no puede, poco dinero, usura, miseria en el pueblo bajo, y en los empleos públicos filtraciones é irregularidades.

      Ejemplo notable de esto ofrece el manuscrito núm. 272, del siglo iii de Cristo, donde hay actas del Ayuntamiento de Hermópolis Magna. La ciudad era espléndida; tenía por patrono á Mercurio Trimegisto, inventor de las letras y de las ciencias; y los templos de dicho Dios, de Apolo, de la Fortuna, de Serapis y de las Ninfas, eran de gran belleza. Sus colosales ruinas pasman aún al viajero.

      Aquel municipio era autónomo, y los encargados por elección de gobernarle se titulaban el Ilustrísimo Concejo. Los negocios de que habia que tratar se los repartían los concejales, y como los negocios eran muchos y varios, es también muy variado el contenido de las actas. Así, refieren éstas que dos regidores, Dioscórides y Sarapamón, se apoderaron de las llaves del pósito, y sustrajeron de allí y vendieron muchísimo trigo y cebada, toda la provisión de lentejas, y más de cien artabos de vino de arroz. No contentos con esto, hicieron otras muchas defraudaciones. De aquí largos y acaloradísimos debates en las Casas Consistoriales, para ver cómo había de reponerse la pérdida, pues, á lo que se infiere, ni Sarapamón, ni Dioscórides tenían talentos, ni minas, ni dracmas, ni óbolos, ni calcos, ni sólidos (que eran las monedas que entonces corrían), porque todo lo habían liquidado.

      Dejemos nosotros en paz á los señores Sarapamón y Dioscórides, ya que no es posible que devuelvan de lo sustraído ni una lenteja, y procedamos cronológicamente en este rápido recuento.

      Las conjeturas y los ensueños, no sólo deben de estar permitidos, sino que suelen ser muy divertidos. Imagine cada cual lo que se le antoje: ponga en la hundida Atlántida, en las regiones hiperbóreas, más allá de las Montañas Rifeas, y hasta en la Lemuria, si le parece bien, un foco primitivo de civilización; lo cierto, lo demostrado es que la civilización más antigua es la de Egipto. Hace cerca de seis mil años que el Egipto está civilizado. Monumentos hay, en aquella tierra portentosa, á los que se atribuyen más de cinco mil años de edad, cuya perfección y magnificencia no han sido después superadas. Cualquiera de ellos da muestra de que ya se conocía la escritura. La más antigua, la monumental y lapidaria, es la hieroglifica, que siguió empleándose hasta el reinado del emperador Decio.

      De la escritura hieroglífica había nacido la hierática, que se usó para escribir en los papiros y que no era más que la simplificación de los setecientos signos de que la escritura hieroglífica se componía.

      En el mismo cesto, donde estaba el recado de escribir de que hemos hablado, se halló el más bello y bien conservado escrito hierático de la colección archiducal. Se supone, pues, que es de la misma época, ó sea de 1200 años antes de Cristo.

      Contiene, en forma de carta dirigida por un señor Pibesa á un señor Amenofis, una descripción poética de la ciudad de Pi-Ransés, de la que no queda rastro y sobre cuya posición discuten los egiptólogos, aunque convienen todos en que era la residencia favorita de Ransés II; tal vez algo á modo de un Aranjuez ó un Escorial de entonces. Según la descripción, había allí hermosos palacios; toda comodidad, deleite y regalo; bien cultivadas huertas, donde se cosechaban granadas, manzanas é higos; sembrados fértiles, estanques llenos de peces, mucha miel y vino más dulce y más aromático todavía.

      Otro escrito hierático de la colección, adornado con viñetas y muy extenso, es el Litro de los muertos de Taruma, sacerdotisa de Ptah. Una de las viñetas representa el juicio de los muertos, y otra la momia de la mencionada sacerdotisa, extendida en el lecho mortuorio, que tiene forma de esfinge, sobre todo lo cual se alza volando el alma, bajo la apariencia de un pájaro. Este Libro de los muertos es, como otros que del mismo género se conservan, una serie de oraciones ó salmos, con que se

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