A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos. Juan Valera

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A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos - Juan Valera

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es un arsenal que suministra armas para defender cualquiera tesis. Lo que desde luego puede afirmarse es que, en aquellos siglos, ninguna horda, tribu ó nación hacía ni hubiera hecho conquista tan benigna como las de los árabes. Los dieciocho preciosos documentos, de que el Catálogo da cuenta, contemporáneos de la conquista, y sólo posteriores los más en doce ó catorce años á la muerte de Mahoma, manifiestan la bondad y la moderación de los conquistadores. En cambio, otros documentos de época posterior se pueden aducir, como prueba de la dureza de la dominación muslímica, al menos contra los cristianos. A veces los sellaban en la mano con un hierro candente, y á los que no llevaban este sello los solían castigar con azotes, y hasta con la muerte. Bien es verdad que los coptos se rebelaron en varias ocasiones, y ya la rebelión sofocada, fueron reducidos muchos á la condición de esclavos, pudiendo acaso decirse en defensa de los muslimes que en los pueblos de la Cristiandad hubo hasta muy tarde la cruel costumbre de sellar á los esclavos de la misma suerte, no en la mano, sino en la cara.

      Al lado de esta y otras huellas de ferocidad, hay también documentos, de los que da cuenta el catálogo, en que conviene celebrar ciertas elegancias, primores y hasta ternuras que parecen propias de las más cultas edades. Citaré, por ejemplo, el fragmento de una carta de amor, escrita en el siglo ix, donde el amador ausente se considera tan herido en el corazón y en el alma, que va á morir de mal de ausencia. Es además muy interesante la postdata de esta carta sentimental, ya que por ella se ve que fue confiada á una paloma mensajera. En el siglo ix estaba, pues, establecido este modo de correo, y es probable que, no sólo el gobierno, sino los particulares, hubieran podido valerse de él. De trecho en trecho había estaciones ó palomares, á cada uno de los cuales llegaba con cada carta una paloma que á él pertenecía: los empleados allí confiaban la misma carta á otra paloma, que la llevaba hasta la próxima estación, y así sucesivamente llegaba la carta á su destino. De esta manera, sin duda, el califa recibía nuevas de cuanto iba ocurriendo en sus extensos dominios. Tal vez estas nuevas se ponían en conocimiento del público. Como prueba de que los particulares se valían del mismo medio de comunicación, puede aducirse, en los tiempos más antiguos, un papiro ó pergamino finísimo destinado al efecto, y más tarde, unas hojitas de papel, que se llamaba de pájaro, y que venía á tener seis centímetros de ancho y nueve de largo.

      En suma, la colección de manuscritos del Archiduque, en su parte arábiga, da á conocer ya mucho la vida, usos y costumbres de los muslimes en los siglos medios; aclara bastantes puntos oscuros, corrige no pocos errores históricos, y ofrece aún vasto y apenas explorado campo, primero al estudio de los arabistas, y después á las consideraciones, comentarios y consecuencias que pueden y deben sacar los historiadores y los filósofos.

      Yo me he limitado á dar de todo la más superficial noticia. Para terminar, recomiendo ahora á mis lectores, si alguno tengo que sea curioso y entendido en estos asuntos, que, ya que no pueda ver la Exposición, compre el catálogo y le lea. Con esto sabrá algo, pero no lo sabrá todo. El catálogo es una fuente ó, si se quiere, un río de conocimiento; pero los objetos no catalogados ni descritos aún son la mar. Me aseguran que pasan de cien mil. Todos los días anuncian los periódicos de aquí interpretaciones ó explicaciones de nuevos manuscritos. Anteayer mismo trajeron que se habían descifrado un himno demótico al Dios Soknopaios, compuesto por su propio sacerdote y escrito en un rollo de papiro de más de un metro de largo, y dos ó tres capítulos de la obra de Xenofonte, titulada Helénica, donde trata de los últimos casos de la guerra del Peloponeso.

      Sólo Dios sabe lo que se descubrirá todavía; y como será cuento de nunca acabar, no debe ser censurado que en cierto modo acabe yo este articulo sin que, en realidad, acabe ni haya motivo para que acabe.

       QUE ESCRIBIERON EN CASTELLANO[1]

       Índice

      ——

      DURANTE no breve tiempo, la atención del público inteligente, y, sobre todo, de las pocas personas que leen en España, se fijó con tal ahinco y con tan candorosa admiración en el movimiento intelectual de Francia, y quizá de algún otro país de los que en el día se consideran al frente de la civilización de Europa, que descuidamos mucho el conocimiento de nuestros autores, y aun llegamos á mirarlos con desdén, más ó menos encubierto.

      De aquí sin duda el escaso cultivo que hemos dado á nuestra historia literaria, de la cual no tenemos aún tratado de conveniente extensión y escrito por un español en nuestro propio idioma; Amador de los Ríos dejó en el punto más interesante su grande obra, y lo menos malo completo que tenemos hasta hoy, prescindiendo de la frialdad y pobre sentir de las bellezas, es el libro del anglo-americano Jorge Tiknor.

      Recientemente, acaso desde ñnes del primer tercio de este siglo, el amor propio nacional nos ha estimulado, y la afición á las letras patrias se ha despertado en España, al menos en el pequeño circulo de los que gustan de libros y no se emplean enteramente en las interminables discusiones políticas.

      Nuestros antiguos libros, ó circulaban en ediciones detestables, que arredraban á los tibios y no consentían que los leyesen, ó se habían hecho raros, cayendo los ejemplares que aún quedaban en poder de bibliófilos, que hacían de ellos misterioso tesoro, estimando á menudo con perversa crítica, cada libro, más por su rareza que por su valor literario.

      En esta situación, empezó á publicarse en 1847 ó 1848 la Biblioteca de autores españoles, de Rivadeneyra, la cual hizo un gran servicio, divulgando el saber de nuestra literatura y procurando que este saber pudiese ser algo más que somero, sin convertirse en ciencia oculta, de la que sólo entienden los iniciados.

      Desde entonces, así los que compusieron los prólogos, introducciones y notas á los varios autores que publicó Rivadeneyra, como otros eruditos que tal vez han venido después, y entre los que descuellan Menéndez y Pelayo, Adolfo de Castro, Laverde y Canalejas, han ido juzgando y estimando en lo que se debe nuestra amena literatura, poesía lírica y épica, novelas y teatro, y hasta nuestros historiadores, filósofos y demás hombres de ciencia.

      Aún queda bastante que hacer en este punto de la crítica, y es harto difícil ponerse en el medio razonable para no desdeñar demasiado ni encomiar tampoco sin medida lo que no lo merece. El segundo escollo es el más peligroso de los dos. Quien en él se coloca, en vez de ganarse las voluntades y de fomentar la afición á los antiguos libros españoles, infunde al vulgo, á la gente de mundo semi-ilustrada, miedo y hasta repugnancia, no falta de fundamento, porque si alguien lee un libro que el crítico le ponderó como un primor, lleno de ingenio y de gracia, oro de Tíbar de poesía, etc., y se aburre leyéndole y le halla tonto é inaguantable, creerá que con todos los demás libros que le pondere el crítico le sucederá lo mismo, y no leerá ninguno, y tendrá vehementes sospechas de que no es muy divertida la antigua literatura española.

      Harto sabemos todos que la moda, las ideas del tiempo en que se vive, el chiste de fecha reciente, es lo que el vulgo literario penetra bien y aquello en que se complace. De lo pasado suele penetrar poco, y no se divierte ni se interesa por ello; pero, en otros países, no son los hombres tan rebeldes á toda férula como en España; no

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