Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV. Enrique Ferrer Corredor

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como la base de la política en los Estados Unidos, ya que le atribuye el origen de las costumbres severas por las que se rigen los norteamericanos. Como consecuencia de esto, Tocqueville deduce que el orden que se practica en el seno familiar, a partir de normas muy estrictas de comportamiento impuestas por el puritanismo, es el que por extensión se practica en el Estado. De ahí que le dé a la religión una importancia fundamental en la preparación de los ciudadanos para la convivencia social y para obedecer el orden social impuesto por el Estado.

      Tocqueville observa que en los Estados Unidos, al contrario de Europa, los papeles que desempeñan la iglesia y el Estado están totalmente claros:

      (…) todos [los norteamericanos] le atribuyen a la completa separación de la Iglesia y del Estado el imperio pacífico que la religión ejerce en su país (Tocqueville, 1957, p. 294).

      Por ejemplo, los sacerdotes que defienden la libertad en sus sermones no se inmiscuyen en asuntos políticos, no ocupan cargos públicos y en algunos estados hasta les es vedado participar en política. Esto se da, según Tocqueville, porque la iglesia entendió que si se dedica a aumentar su poder e influencia sobre los asuntos terrenales uniéndose a un gobierno determinado, lo que hace es perder el inmenso poder que le da el influir en el alma y la conciencia de los hombres. Una iglesia politizada genera oposición y resistencia en parte de su feligresía, por lo que

      [l]a religión no podría, pues, compartir la fuerza material de los gobernantes, sin cargar con una parte de los odios que provocan (Tocqueville, 1957, p. 295).

      Con respecto al segundo elemento, al considerar la religión como fundamento de las libertades norteamericanas, Tocqueville se basa en el concepto de libertad de Cotton Mather en su libro Magnalia Christi Americana:

      Hay en efecto una especie de libertad corrompida, cuyo uso es común a los animales y al hombre, que consiste en hacer cuanto le agrada. Esa libertad es enemiga de toda autoridad; se resiste impacientemente a cualesquiera reglas; con ella, nos volvemos inferiores a nosotros mismos; es enemiga de la verdad y de la paz; y Dios ha creído un deber alzarse contra ella. Pero hay una libertad civil y moral que encuentra su fuerza en la unión y que la misión del poder mismo es protegerla; es la libertad de hacer sin temor todo lo que es justo y bueno. Esta sana libertad, debemos defenderla en todas las ocasiones y exponer, si es necesario, por ella nuestra vida (Tocqueville, 1957, p. 63).

      Como puede verse, la libertad para los norteamericanos es hacer lo que es justo y bueno y de ahí que, definida en estos términos, se compagine perfectamente con los preceptos puritanos, pues lo justo y lo bueno se definen en primera instancia por la religión. Esta idea de libertad se circunscribe a lo que permite la religión y cuando esto es interiorizado y practicado así por los individuos, se convierte en la mejor herramienta de control social a disposición del Estado. Por eso, con respecto a la sociedad, Tocqueville “[c]onsidera a la religión como la salvaguardia de sus costumbres y a las costumbres como garantía de las leyes y la prenda de su propia duración” (Tocqueville, 1957, p. 64).

      Sobre las leyes de los Estados Unidos, Tocqueville estima que no son aplicables a todos los Estados democráticos y que entre ellas hay algunas peligrosas. Sin embargo, afirma que “no se podría negar que la legislación de los norteamericanos, tomada en su conjunto, está bien adaptada al genio del pueblo que debe regir y a la naturaleza del país” (Tocqueville, 1957, p. 303).

      Para entender el origen y la efectividad de las leyes en Norteamérica hay que remontarse a los primeros colonos y entender cómo se concibieron las primeras leyes en las nacientes colonias. Tocqueville pone como ejemplo las leyes penales de Connecticut que castigaban con pena de muerte delitos como la herejía, la blasfemia, la hechicería, el adulterio, la violación y el ultraje de los hijos a los padres; todo esto claramente influido por lo que los puritanos consideraban pecados. Así mismo se castigaba con severidad la pereza y la embriaguez, hasta se imponía a los hosteleros topes máximos de venta de vino a los clientes. Sin duda, lo que impresiona no son los castigos o el rigor de las normas, lo que

      [n]o hay que perder de vista, [es] que esas leyes extrañas o tiránicas no eran impuestas; (…) solían ser votadas por el libre concurso de los mismos interesados, y (…) las costumbres eran más austeras y puritanas que las leyes (Tocqueville, 1957, p. 61).

      De lo anterior se desprende una relación bidireccional y coherente entre el individuo y el Estado que reduce las posibilidades de que se configure lo que Antanas Mockus llama el divorcio entre la ley, la moral y la cultura (Mockus, s.f.). Punto importante en la teoría de la democracia de Tocqueville: el sistema democrático funciona mejor cuando los individuos se comportan de una manera tal que las leyes hasta cierto punto no resultan necesarias, ya que el comportamiento de los individuos surge de una profunda convicción moral que se traduce en consenso social y luego se codifica en leyes. En el caso de los Estados Unidos, el comportamiento de los individuos es más estricto y apegado a las convicciones morales que la misma ley. Esto redunda en un desgaste menor para el aparato policivo y judicial del Estado, que puede dedicar la mayor parte de sus esfuerzos y recursos a administrar la cosa pública, e interviene en las relaciones entre los individuos solo cuando es estrictamente necesario o cuando la gravedad del caso lo amerita.

      Al lado de las costumbres y las leyes, Tocqueville (1957, p. 278) identifica “(…) mil circunstancias independientes de la voluntad de los hombres que, en los Estados Unidos, hacen fácil la república democrática”.

      Estas circunstancias se relacionan principalmente con las características físicas del territorio donde se asentaron las primeras colonias y del que habría de ser conquistado y colonizado posteriormente; lo que conformaría un país inmenso con infinidad de recursos naturales y, por su ubicación privilegiada, libre de enemigos peligrosos.

      La primera circunstancia importante es la ubicación de los Estados Unidos. A partir de la colonización y expansión territorial justificada por lo que se llamó “el destino manifiesto”, los Estados Unidos creían que era su derecho y su destino expandirse hacia el oeste hasta llegar al Pacífico; y hacia el sur, como en efecto lo hicieron gracias a la guerra de anexión con México entre 1846 y 1848. Se creó un Estado virtualmente aislado de enemigos peligrosos para su estabilidad interna. México al sur ya había sido derrotado en la guerra y Canadá al norte no representaba ningún peligro para el Estado norteamericano. Así, los Estados Unidos quedaban protegidos de sus potenciales enemigos por aquella formidable barrera natural que son los océanos Atlántico y Pacífico.

      Tocqueville le concede importancia capital a este hecho en el desarrollo de la democracia ya que “[l]os norteamericanos no tienen apenas vecinos, destrozos ni conquista que temer. No tienen necesidad ni de grandes impuestos, ni de ejército numeroso, ni de grandes generales” (Tocqueville, 1957, pp. 278-279). Por esta razón, el Estado no necesita recaudar impuestos de guerra ni armar y mantener grandes ejércitos permanentes. Se prescinde de la influencia que puedan llegar a tener los líderes militares en el gobierno civil.

      La segunda circunstancia tiene que ver con la ausencia de una gran capital en los Estados Unidos, de una ciudad tan grande que resulte determinante

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