Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV. Enrique Ferrer Corredor

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una concepción particular de la vida. Lo anterior, que en la actualidad parece una idea extravagante, es apenas natural para civilizaciones antiguas como la de los griegos, que a través de los escritos de sus filósofos más importantes como Platón y Aristóteles plasmaron su visión holística de la sociedad. En consecuencia, la idea de Tocqueville acerca de que un sistema político, en este caso la democracia, es el reflejo de lo que los individuos consideran beneficioso y aceptable para sus propias vidas no es nueva. Pero su punto de vista sí es innovador en la sociedad europea del siglo XIX.

      Los contractualistas del siglo XVIII planteaban sus diferentes versiones del contrato social como producto de la necesidad de asociación de los individuos, ya fuera para su propia protección como en Hobbes, o para potenciar sus fortalezas como en Rousseau. Para Tocqueville, como para los contractualistas, el surgimiento del Estado en América fue el producto de una necesidad de asociación, pero en adición a esto, la inclinación de los norteamericanos por la democracia como sistema político fue el producto natural de la combinación virtuosa de tres “hechos generadores” que son: las circunstancias, las leyes y las costumbres, con un delicado sistema de pesos y contrapesos. Esta combinación evita que lo que en principio puede ser un sistema político virtuoso, degenere en uno perverso y tiránico con los individuos que lo integran. Adicionalmente, un hecho que hace singular la democracia americana es que “[l]a integración de la sociedad americana descansa en la excepcional constelación de la nation building [creación de una nación] que prescinde de una previa state building [creación del Estado]” (Offe, 1996, p. 58).

      En primer lugar, Tocqueville define las circunstancias en términos de la posición geográfica privilegiada de los Estados Unidos, que no tiene enemigos potenciales cerca de sus fronteras y está convenientemente separada por dos océanos de las naciones que podrían constituirse en enemigas verdaderamente peligrosas3. Cuando Tocqueville habla de las leyes, se refiere a todo al sistema legal implementado por la naciente unión americana que ayuda a educar al ciudadano y establece las reglas de juego que evitan la perversión de la democracia. Con respecto a las costumbres, Tocqueville las define como todas aquellas tradiciones y conductas del pueblo norteamericano que le permitieron asumir la democracia como el sistema político para su país de manera apenas natural e indiscutible.

      En segundo lugar, además de unas condiciones generadoras básicas, la democracia requiere, para su correcto funcionamiento, un sistema de pesos y contrapesos que evite, en forma permanente, que ninguna de las ramas del poder público prevalezca sobre las demás y, a su vez, que el sistema se convierta en la “tiranía de las mayorías”. Lo importante de este sistema de pesos y contrapesos es que no se refiere solo a la organización institucional del Estado sino que incluye lo que más tarde se conocería como la “sociedad civil”, la fuente de donde emana la soberanía que administra el Estado a través de los gobiernos.

      Como se puede observar la democracia es, según Tocqueville y por decirlo de alguna manera, un sistema político complejo y delicado que requiere de una serie de elementos básicos para que pueda surgir e implementarse con buen éxito. De allí que la verdadera democracia sea un sistema político para las sociedades que menos lo necesitan.

      “El gobierno democrático, que se funda sobre una idea tan sencilla y tan natural, supone siempre, sin embargo, la existencia de una sociedad muy civilizada y muy sabia” (Tocqueville, 1957, p. 223). Lo anterior sugiere la existencia de unos “hechos generadores” que constituyen las condiciones a partir de las cuales la democracia es posible en los Estados Unidos. Estos hechos generadores preceden y trascienden el mero hecho de una madurez político-institucional y se remontan a las condiciones necesarias y suficientes en el entorno físico, legal y social que posibilitan el surgimiento, espontáneo, de la democracia. A su vez, estos hechos generadores se reflejan, a través de la obra de Tocqueville, en los hechos que sirven para mantener la democracia.

      Por lo anterior, Tocqueville descubre que para evitar que la democracia pierda sus bondades y ventajas como sistema político, los norteamericanos diseñaron un sistema de pesos y contrapesos que ayuda a establecer controles cruzados al Estado y a la sociedad. Sometidos al Estado y las mayorías a control, se evita que el sistema político se convierta en el Leviatán de Hobbes.

      Alexis de Tocqueville comienza su libro La democracia en América haciendo énfasis en que la condición generadora, por excelencia, de la democracia en los Estados Unidos es la igualdad.

      El desarrollo gradual de la igualdad de condiciones es, pues, un hecho providencial, y tiene las siguientes características: es universal, durable, escapa a la potestad humana y todos los acontecimientos, como todos los hombres, sirven para su desarrollo (Tocqueville, 1957, p. 33).

      Por otra parte, Tocqueville concibe “condiciones generadoras” de la democracia que se dividen en: las circunstancias, las leyes y las costumbres. A cada una de ellas les asigna Tocqueville un grado de trascendencia: las más importantes son las costumbres, les siguen las leyes y, por último, las circunstancias. En consecuencia, ese será el orden en que se estructurará el presente capítulo.

      Es fundamental aclarar en este punto que las “condiciones generadoras” son las mismas que más adelante en su libro Tocqueville va a considerar como las “causas que mantienen a la democracia”. Esta metamorfosis se da ya que, para Tocqueville, la prolongación en el tiempo de tales “condiciones generadoras” es lo que hace viable a la democracia.

      En primer lugar, en los Estados Unidos no había un sistema social jerárquico establecido con anterioridad entre los primeros colonos norteamericanos. Los inmigrantes, por lo general, no eran portadores de títulos nobiliarios y si lo eran, dichos títulos carecían de todo valor en los nuevos territorios. Esta organización social permanece más o menos igual para la época en que Tocqueville visita América y es precisamente la ausencia de estructuras sociales rígidas la que permite una movilidad social en Norteamérica que no se conocía en la Europa del siglo XIX. La estructura política y social europea se basaba en la tradición; los títulos nobiliarios y la posición social se heredaban y, con ellos, el acceso a las posiciones de poder. De manera que esta nueva sociedad más horizontal era una novedad para la época y evidentemente necesitaba de un sistema político que no privilegiara la posición social sobre la participación ya que, por substracción de materia, no había ningún tipo de privilegio social basado en la tradición ni en la inmensa riqueza medida en términos de la propiedad de la tierra porque “(…) para cultivar esa tierra rebelde, eran precisos todos los esfuerzos constantes e interesados del propietario mismo” (Tocqueville, 1957, p. 55). Es decir, en las primeras colonias de Norteamérica no había espacio físico, consenso social, ni posibilidad de sustento económico que permitieran el desarrollo de una aristocracia ociosa.

      La relativa homogeneidad social de los primeros colonizadores contenía dentro de sí otro factor de igualdad: su nivel de educación. Cuando se refería a la llegada de los colonizadores Tocqueville los describía en la siguiente forma:

      Su reunión en suelo norteamericano presentó, desde el origen, el singular fenómeno de una sociedad en donde no se encontraban ni grandes señores ni pueblo

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