Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV. Enrique Ferrer Corredor

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV - Enrique Ferrer Corredor страница 8

Серия:
Издательство:
Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV - Enrique Ferrer Corredor

Скачать книгу

sino que, tanto en la masa y conjunto como en los individuos particulares, las inclinaciones de los hombres sean reprimidas con frecuencia, y sus pasiones sean refrenadas. Esto solo puede hacerse mediante un poder que este fuera de ellos, y que en el ejercicio de su función, no esté sujeto a estos deseos y pasiones que tiene la misión de refrenar y someter. En este sentido, el control que ha de ejercerse sobre los hombres debe ser contado, junto con sus libertades, entre sus derechos. Pero como las libertades y las restricciones varían con los tiempos y las circunstancias, y admiten infinitas modificaciones, no pueden ser fijadas según una regla abstracta; y nada sería más disparatado que hablar de ellas como si estuvieran basadas en una regla tal (Burke, 2003, pp. 104-105).

      Hay un debate muy famoso ya, auspiciado por los lectores y por la historia, pues en la realidad no sucedió como tal, entre Edmund Burke y Thomas Paine. La controversia produjo en su tiempo un caudal de texto a manera de diálogo. Hay algunos marcos clave del ya conocido como debate Burke-Paine: a) el uso particular del lenguaje en cada uno; b) la concepción política; c) las circunstancias personales11. En cuanto al lenguaje, Burke es un hombre culto, sus habilidades retóricas y argumentativas van acompañadas de reflexiones causales muy rigurosas, apoyadas por cuestiones jurídicas y un análisis económico exhaustivo; la arengas de Paine son emocionales, aunque universales, un tanto entre abstractas e ingenuas, no posee un discurso profesional, de oficio. En ambos casos, los horizontes hermenéuticos influyen demasiado sobre el ordenamiento político posible en sus mentes: la tradición en el uso de conceptos como “naturaleza”, en Burke; “ilustrado”, “derechos humanos” en los dos; “sentido común”, “razón”, en Paine. No siempre se enfrentan al mismo referente, aunque las palabras estimulen un aparente debate. La condición de Burke como hombre de Estado por casi 30 años en el Parlamento británico frente a la, entre aventurera y de penuria, de Paine, hacen de las circunstancias de vida alrededor de su escritura, dos escenarios muy distintos.

      Presentamos en este apartado a Thomas Paine (1737, Norfolk, Inglaterra; 1809, Nueva York), pues ya hemos hecho lo propio con Burke al abrir este ensayo. Paine es considerado uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, su voz sonó más fuerte y más convincente entre los rebeldes norteamericanos. En realidad, Paine fue considerado un padre fundador por las masas y luego por la historia, pero realmente en el ámbito de las clases aristocráticas de la nueva república nunca fue visto como un igual, era apenas un buen publicista de la causa por la independencia, un agitador político, escritor de panfletos, filósofo de la causa revolucionaria, intelectual radical de origen inglés. Promotor del liberalismo y de la democracia, diría Burke, en abstracto.

      To men of Washington’s class, Thomas Paine was just a plain, low-caste bounder who possessed some effective literary tricks. Paine’s proper place was among the “middling sorts” of mechanics, hostlers, cordwainers, tailors and innkeepers because these were people of his class (Hamilton, 2009, p. 153).

      A los 37 años Paine era viudo, no tenía dinero, ni oficio definido, ni propiedad (Hamilton, 2009). Esta breve semblanza enlaza de un lado su no incursión en el mundo cercano de George Washington y, de otro lado, compagina con sus posturas revolucionarias. Emigra a las colonias británicas en América en 1774, participa en la guerra por la independencia al lado de George Washington. Y justo escribe su ensayo Common sense (1776), sumando su voz a la arenga por la liberación de la autoridad británica, a esto suma su texto The American crisis (1776-1783), en ese mismo camino en favor de la revolución. Common sense (El sentido común), que alcanzó en un comienzo los 200.000 ejemplares y luego reimpreso el medio millón. Es un panfleto incendiario, sencillo de leer y comprender. Tiene el tono profético y revelador de la Biblia, denuncia los intereses mezquinos de la corona inglesa frente a sus colonias en América. Está hecho para conmover, para arengar a los revolucionarios, no posee la reflexión y rigurosidad de otros trabajos de los filósofos de la Ilustración, o la profundidad y rigor analítico de los textos de Burke.

      American society at the end of the eighteenth century was an aristocracy. It was not a populist democracy in the modern sense of the word, nor did the founders wish it to become one, for they constituted a caste of well-to-do gentlemen, bred for leadership and confident in their judgment. This aristocratic class wished, and diligently worked, to retain the governing power of the nation in their hands. Their distrust of the common people was profound, and they intended to keep the members of the so called “mob” or “middling sort” down and under, as a permanent lower class (Hamilton, 2009, pp. 152-153).

      Tras la consolidación de la Constitución norteamericana (1776), a pesar de su pedido de ayuda económica a George Washington y ante la indiferencia de este, viaja a Francia en 1789. Durante su estadía de cerca de una década en suelo francés, escribe Rights of Man (1791), una defensa de la revolución francesa como respuesta a Reflexiones de Burke. De este texto se habla de la carga de su escritura fragmentada, de su inmediatez emocional y de la ingenuidad argumentativa, aunque tiene un alto nivel de denuncia, de crítica de las instituciones de su tiempo, de los abusos de la aristocracia. Pero la mera denuncia sobre los impuestos, a la manera de un Henry David Thoreau, no resuelve el problema del diseño del Estado moderno, ya no solo desde las armas, sino desde el tejido institucional.

      Los aristócratas no son agricultores que trabajan la tierra y aumentan la producción, sino meros consumidores de la renta; comparados con el mundo activo son zánganos, un serrallo de machos que ni recogen la miel ni construyen la colmena, sino que solo existen para la diversión holgazana (...) De haber sido [el Parlamento] una cámara de agricultores no habría habido leyes de caza; de haber sido una cámara de comerciantes e industriales, los impuestos no habrían sido tan desiguales y tan excesivos. Estos se han descontrolado porque el poder de imponer impuestos está en manos de quienes pueden quitarse de sus espaldas una gran parte de los mismos (Paine, 1982, p. 249).

      Entre las fuerzas resultantes de la revolución en Francia, desde las congregaciones del llamado Tercer Estado, Paine es acogido por los girondinos, este hecho lo hace caer en desgracia con Robespierre y termina en la cárcel, esta circunstancia desnuda el poco afecto de George Washington por Paine, quien con mucho poder para ayudarle, no se ocupa del antiguo rebelde amigo de la causa americana cuyo Common sense fue usado para arengar las tropas rebeldes al mando de Washington en momentos de flaqueza. Tanto en Los derechos del hombre (Rights of Man, 1791-1792), como en Justicia agraria (1795-1796), se discuten los orígenes de la propiedad y se introduce el concepto de renta mínima garantizada que aboga por los pobres; Paine cuestiona aunque no niega la propiedad y reclama una renta mínima. En prisión escribe La edad de la razón (1794), en este panfleto ataca el poder de la iglesia.

      Burke no está en contra de la razón, aprecia el pragmatismo racional incorporado a la tradición y a las instituciones, valora los méritos de los actores y su rigor en el camino de la solución de problemas concretos, no quiere resolver los problemas desde derechos abstractos sino con procesos concretos, construidos desde la sociedad civil. Paine valora los derechos individuales como fundamento de la democracia, Burke se fundamenta en las metas morales racionales de la sociedad civil; para el primero la gente es el objeto directo de los derechos, para el segundo los fines naturales de la sociedad, a través de las instituciones, son la prioridad. En este contexto, Burke ofrece un sentido realista sobre el modo de llevar a cabo los mandatos del contrato social liberal. En definitiva, el debate Burke-Paine, resume en buena medida, los extremos panfletarios de la controversia en torno a las revoluciones en América y Francia.

Скачать книгу