El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez

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El hechizo de la misericordia - José Rivera Ramírez Espiritualidad

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      Ayuno-oración-limosna

      Después, claro, el ayuno está íntimamente relacionado con la oración. Cuanto más ayune de cosas, pues más abierto estoy a la oración. Yo no digo que la expresión que voy a usar ahora mismo sea perfectamente exacta, pero a mí muchas veces se me ocurre. Se me ocurre, porque lo he leído en una serie de santos que decían estas cosas: «Si tuviéramos menos deseo de comida material, tendríamos más hambre del Pan Eucarístico». Cuando estamos suficientemente saciados de las satisfacciones naturales, parece normal que no sintamos el deleite del Espíritu de la Eucaristía y, cuando un individuo, va prescindiendo de los gustos que puede encontrar en el mundo, siempre encontrará cosas agradables, porque las hay, pero vamos, él prescinde de lo que puede, pues me parece normal que sienta el gusto, el sabor, sensible también, de la Comunión, de la Eucaristía. El ayuno, en este sentido, es fruto de la oración. Simplemente, si me dedico a hacer oración, me quito un montón de gustos, eso está claro.

      Y el ayuno, tiene un sentido de la misericordia respecto de los demás, porque es evidente, que cuanto menos coma yo, más puedo dar de comer a los demás. Y esto no sólo porque se puede materializar con cierta facilidad, pues tengo la comida. La historia de san Pío X en esta faena, se cuenta muchas veces. Lo que pasa es que entonces algunas personas, como mi hermana, dicen: «Pero la santa era su hermana que se lo consentía». Cuentan, por lo menos cuando estaba de párroco, que iba un pobre y le daba lo que había para comer y llegaba la hermana, tranquila de que tenía la comida hecha, y ahí no había comida, ni hecha, ni sin hacer, es que había desaparecido todo. Claro, san Pío X se la había dado al primer pobre que se había encontrado. Bueno, y mi hermana dice: «La santa era su hermana que aguantaba semejante rollo continuamente», y bueno, pues puede que los santos fueran los dos.

      Entonces, no es sólo por esta materialización, es que, naturalmente el ayuno me lleva a un género de vida, en el que podemos en primer lugar vivir pobres, con lo cual podemos dar más, eso es evidente; y, en segundo lugar, podemos dar un testimonio que hace que los demás se pongan a dar también. Y, lo mismo sucede en las demás cosas, claro está. Si yo estoy haciendo por gusto, viendo un rato la televisión por gusto, recalco lo del gusto, porque si estoy viendo en la televisión una cosa que me parece que necesito verla, para ayudar al prójimo, entonces no hay ayuno que valga, pero si estoy dejando de ver aquello, quiere decir que tengo un rato más, o para rezar pidiendo por el prójimo, o para atenderle, la cosa está clara. Es decir, el ayuno tiene una relación inmediata con la oración y con la limosna.

      Revisad un poco, cuando sea, pero antes de que empiece la Cuaresma: ¿de qué cosas podría yo ayunar? Y otra vez, con los mismos dos aspectos: ¿de qué cosas podría, veo ya que podría, prescindir?; y segundo, ¿de qué cosas puedo? Y entonces Dios nos irá iluminando para que ejercitemos lo que podemos, que quizás de momento sea muy poco, y estemos abiertos y vayamos recibiendo mucho más. Esto es lo que aparece en todos los santos.

      El santo vive al borde del milagro

      Ahora, para terminar, no es más que recordar lo que he dicho ya que, durante estos días, en la Cuaresma, procuremos leer biografías de santos, escritos de santos. Y nos demos cuenta de que han ido por un camino que es el normal, porque recuerdo muchas veces, es curioso porque la gente te dice: «no hay que pedir a Dios milagros», y yo digo: «y ¿por qué no hay que pedir a Dios milagros?»; porque en el Evangelio, desde luego, estoy viendo pedir milagros continuamente. Porque ¿a qué se acercaba la gente a Jesucristo? A que le hiciera un milagro. Bueno, pues ¡no sé por qué rayos no lo voy a pedir yo!, ni por qué rayos voy a pensar yo que no los hago, o que no los puedo hacer; otra cosa es si los hago o no.

      El otro día, el Papa, como lo habréis leído más o menos, ha estado teniendo unas catequesis sobre los milagros, sobre Jesucristo y sobre los milagros. Van con toda naturalidad los apóstoles y hacían milagros; y por eso, en cierto sentido, se convertía la gente. Y que en la Iglesia siempre hay milagros, y no hay más milagros porque hay muy poca fe, si no, habría muchos más. No quiere decir que cada cristiano tenga que hacer milagros, quiere decir que no es ninguna cosa extraordinaria que hay que hacer milagros. Las llamamos cosas extraordinarias porque no las hacemos, pero también llamamos extraordinaria a una actitud de un poco más de caridad, porque no la tenemos; pero que nos demos cuenta de que el desorden es que en una Iglesia tan grande haya tan pocos milagros, y el desorden, por supuesto, mucho más importante es que en un Iglesia tan grande brille tan poco la caridad. Hombre, algo sí de caridad, pues es implícita, porque está el Espíritu Santo actuando, están los Sacramentos, etc., pero vamos, ¿en cuanto participada por nosotros?

      Que nos demos cuenta de que el Señor quiere concedernos esto en unos grados muy altos, y que lo que ha hecho con los santos lo quiere hacer con nosotros. Porque, evidentemente, así como una realización práctica que pongamos de antemano nos llevaría a hacer una serie de obras –objetivamente duras, quizá admirables a los ojos de los hombres–, pero no movidas por el Espíritu Santo; así la mediocridad en que vivimos –que puede pesar mucho sobre nosotros– nos impide el abrirnos a los prodigios de Pentecostés. Esto que san Ignacio dice tantas veces: «señalarse, querer hacer grandes cosas»; y «quería hacer mucho por Dios y lo que hicieran los santos, lo quería hacer él». Ciertamente en el principio de su vida, está muy marcado por su temperamento, pero es lo que le permite, en cuanto que también está movido por el Espíritu Santo, le permite estar abierto a lo que Dios le diga.

      Examinad si no tenemos ya el prejuicio de que en cuanto se nos ocurra algo que valga la pena, digamos enseguida –como justificándonos– que «no hay que hacer extravagancias». Si hay que hacerlas o no hay que hacerlas ya lo veremos cuando se nos presente la iluminación, pero desde luego, si partimos de que todo lo que es un poco fuera de lo corriente es una extravagancia (en el mal sentido de la palabra, porque extravagancia sí que es, es vagar fuera, que es extra vagar), pero ¿vagar fuera de qué? Si andamos fuera del modo de andar la gente de alrededor, pues cabalmente, los extravagantes son ellos, porque es que andamos por el camino, que es Cristo, que es por donde todos tenemos que andar. Para eso hace falta la «carota», que yo la tengo hace muchos años. Ya lo he contado muchas veces: «Es que es usted un despistado», y contesto: «No, perdón, el despistado es usted, porque está pendiente de dónde están los comercios y no sabe usted dónde está Nuestro Señor Jesucristo que vive dentro de usted». Claro, la gente se queda… Cuando te dicen: «¿por qué no te cepillas esto?», y digo: «¿y por qué no hace usted examen de conciencia?».

      Bueno, total, es ir contestando a la gente si tenéis suficiente cara –yo os recomiendo que la tengáis–, pues hombre, se puede contestar sin agredir, un poco en broma, ¿no?, diciendo a la gente que estamos en otro mundo. Estamos viviendo en el seno del Padre, no estamos viviendo en el conjunto de una humanidad que está medio, bueno medio no, mucho más que medio idiotizada.

      Entonces, ver: en el punto de partida de mi esperanza, ¿está la eliminación voluntaria, deliberada, no necesariamente sentida, ni luego espontanea en cada caso, de hacer tabla rasa de los gustos del mundo? Porque por lo demás, sencillamente, es que nos engulle el mundo. Y tened en cuenta que el ambiente, en general, que tenemos los sacerdotes mismos y las administraciones diocesanas es un ambiente mundano. Y sencillamente, pues «que no hay que exagerar» y aquí lo único exagerado es el amor propio que tenemos todos, rebosantes de comodidad o lo que sea.

      No sé si lo recordaré esta tarde, y con esto termino, pero yo me admiro muchas veces. Acabo de leer, pero no he acabado del todo, porque estoy subrayando el texto catalán, porque lo he leído en castellano y luego lo he leído en catalán, una figura que no conoceréis probablemente, que es el padre Tarrés. El padre Tarrés era un médico catalán, barcelonés, que estaba en la zona roja, estuvo de médico en el Ejército Rojo, y quería ser sacerdote ya entonces, y se va preparando. Es conmovedor, porque claro, como tiene un diario, no todos los días, pero escribe muchos días; sí, es conmovedor cómo dice: “Hoy he estudiado

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