El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez

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El hechizo de la misericordia - José Rivera Ramírez Espiritualidad

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      Ahora explico, desde mi punto de vista, en cuanto que éste es un mal mío. Viene el deseo de romper todo eso y el odio, el odio al pecado, teniendo en cuenta siempre que el odio al pecado es eficaz, o sea que nuestra palabra (no nuestra palabra exterior, sino nuestra palabra interior) es eficaz y, por tanto, nuestro amor (en cuanto que es caridad, que es participación del amor divino, que tiene la cualidad de la omnipotencia) es eficaz siempre. Y que nuestra unión es eficaz, que estamos llamados para plantar y para arrancar, para edificar y para destruir, y en nosotros mismos tenemos que edificar el cuerpo de Cristo y tenemos que destruir el pecado. Siempre que amamos, edificamos y siempre que odiamos, destruimos. En la medida que esto es la caridad, el odio al pecado, claro está, destruimos el pecado. Y que como, más o menos funcionamos bien, pues el peligro está en que no odiemos bastante nuestro pasado, nuestro pasado en cuanto pecaminoso, claro, en cuanto nuestro, no de Cristo.

      Naturalmente, la Cuaresma nos va a dar motivaciones continuas, porque está hablando de esto a todas horas y está invitándonos continuamente al arrepentimiento, a la penitencia. El peligro está en que seamos muy soberbios y nos creamos que somos buenos y no nos demos suficiente cuenta de hasta qué punto somos malos, hasta qué punto tenemos muchas cosas pecaminosas todavía en nosotros.

      Por una parte, por la meditación de los gestos de la liturgia sin más, o bien cogiendo un poco los textos de las semanas de Cuaresma y mirarlos un poco, antes de empezar la Cuaresma, para entrar con esta disponibilidad a recibir toda esa Palabra. Y meditar mucho cómo las palabras de Cristo son las palabras de la Iglesia, pues son fructuosas y, por tanto, van a producir toda esa contrición a que nos llaman; y que esta contrición no va a ser la total en esta Cuaresma, pero va a significar un avance notable. Y que incluso puede ser total –por lo que he comentado antes–, que si en la Cuaresma pedimos la restitución (en la Iglesia, en la oración de la Iglesia, pedimos que se nos restituya la inocencia), no estamos pidiendo nada más que lo que la Iglesia nos sugiere y será que Dios nos lo quiere dar. No podemos decir de antemano: «No voy a llegar a Pentecostés, como si no hubiera pecado nunca». ¿Por qué no? Pues no lo sé. Dios me puede conceder la contrición absoluta, desde luego, no puedo decir que no, y sí que puedo desear que sí. Lo desearé incondicionalmente. Dios por lo que sea, me va a dejar un poco menos limpio, pues paciencia, pero vamos, esto lo puedo pedir.

      Las motivaciones son siempre: la pena, cada vez mayor, de haber defraudado, de haber desagradado a Jesucristo, la pena de ser yo imperfecto (podía ser mucho más perfecto y, por tanto, mucho más persona, mucho más espiritual, mucho más fructuoso) y la pena de lo que produzco en los demás. Estas son tres líneas que no me detengo yo a exponer porque ya las sabéis de sobra, pero vamos, son tres motivaciones que podemos pensar, porque para la confesión me parece que serían muy provechosas.

      Sería útil que le dierais un repaso, además, porque lo vais a tener que predicar durante la Cuaresma muchas veces, para ver si el sacramento de la Confesión, si los actos de contrición de la Liturgia, de la Misa, por ejemplo, que son tan frecuentes, si lo estamos diciendo realmente como necesitados. Si cuando decimos “tú que quitas el pecado del mundo” o “Señor, ten piedad”, lo estamos diciendo con una expresión de verdad del que está derrumbado, viéndose atado, viéndose inutilizado y sintiendo el odio del pecado. Porque, ¡hombre!, que me moleste que la gente peque y pecar nosotros, eso es evidente; pero una cosa es que nos moleste y otra es que nos dé tanta pena y que tengamos tal odio al pecado y sintamos tal odio a nuestra suciedad, que entonces esta actitud sea eficaz y el pecado desaparezca de nosotros. Con ello tendremos además muchísimo más sentido pastoral, porque veremos el pecado en general.

      El haber pecado nosotros mucho, ser infieles a la gracia de Dios tantas veces, y ver que no pasa nada, o no ver lo que pasa (mejor dicho), el ver que la gente peca tanto que acaba por embotarnos, es un círculo vicioso. Porque si el individuo es muy espiritual, entonces lejos de embotarle el ambiente de pecado lo que hace es encenderle más el celo (eso le pasa a todo el mundo cuando llega al 5º nivel espiritual).

      Pero cuando el individuo se ha metido ya en la tarea de redención explícitamente, pero no tiene todavía suficiente visión, pues hay una época muy peligrosa de embotamiento, porque por un lado vemos el pecado y por otro ya comprendemos que es que no nos vamos a morir de pena hoy, porque tengo que levantarme mañana a lo que sea, pues no sé, a celebrar a las ocho…, y entonces, nos vamos acostumbrando. El peligro que tiene cualquier médico, que puede darse cuenta de que, si siente demasiado las enfermedades, entonces no es capaz de curar. No le sucede que sepa asimilar ese dolor, de manera que le impulse a curar más, a ejercitar más su profesión y, sin embargo, estar tranquilo, sino que lo que parece es que acaba por darle un poco igual o exactamente lo mismo que la gente sufra o no sufra con tal que no sufra yo. A nosotros nos pasa un poco igual, estamos manejando continuamente el pecado nuestro y el pecado ajeno, la materia pecaminosa, la materia infectada, y acabamos por perder la sensibilidad. Y es una cosa que me inquieta mucho, no quiero poner ejemplos concretos, pero las formas de hablar que nos acostumbramos, que son tan correctas y tan bonitas, tan exactas y luego después las reacciones que tenemos frente al pecado de hecho, desdicen ese planteamiento.

      Yo pienso, por ejemplo, cuando hablamos de un crimen: ¿Nos hacemos cargo de lo que es el pecado del crimen? Incluso de las consecuencias tan brutales de nivel natural mismo de sufrimiento que trae eso. Cuando hablamos por ejemplo y decimos que se mueren de hambre no sé cuántos miles de personas, ¿nos hacemos cargo de lo que es eso? Nosotros no nos hacemos cargo de nada, porque si no, no podríamos vivir cómo vivimos, me parece evidente. No se trata de que haya un movimiento de la sensibilidad, pero sí se trata de que nos conmovamos, o sea, que esto sea algo que me está impulsando continuamente el odio al pecado que produce estas cosas. La cantidad de muertes de hambre, por ejemplo, que hay en el mundo nos puede dar un deseo de que se arreglen las cosas naturalmente, pero, sobre todo, me tiene que acrecentar el odio al pecado, que es la causa de que se muera toda esta gente de hambre. Un acto en el que piense, que si hubiera más caridad no tendría por qué morir nadie de hambre; moriría algún despistado por ahí que no supiera aprovecharse de los medios, pero, vamos, hay medios de sobra para poder vivir. Entonces, tenemos el peligro, –y no sólo el peligro, sino que nos hallamos en él, me parece bastante evidente por mí y por todos vosotros–, de irnos embotando; podemos embotarnos cada vez más, en lugar de arder cada vez más.

      Tomando los textos de la Cuaresma, hemos de ejercitar mucho la contrición, porque si no odiamos el pecado que hemos cometido, mal podemos odiar, aunque nos creamos lo contrario, el pecado que se está cometiendo. El individuo que tiene un odio autentico al pecado que ha hecho, es prácticamente, psicológicamente hablando (hombre, si Dios no le retirara su gracia, pero que no se la va a retirar así porque sí) es prácticamente imposible que no odie el pecado futuro. Si yo odio de verdad el desorden que tengo es imposible que lo vuelva a cometer, psicológicamente hablando, de manera que aquí lo milagroso no es que no peque, sino lo milagroso sería que peque. No tenemos más que ver una cosa: cada uno de nosotros tiene por temperamento manía espontanea a cierta clase de pecado, no los cometemos nunca, y si lo cometemos será en un grado mínimo y rarísima vez, y en cambio hay otros que psicológicamente no son tan repugnantes y entonces caemos en ellos más o menos. Es bueno recordar cuáles son los medios de eliminar el pecado: la oración, la Palabra de Dios, la limosna, el acto explícito de contrición y la penitencia.

      Después tenemos el aspecto positivo, pero no me voy a extender. Nada más que lo que he dicho antes respecto de la predicación de la Cuaresma, que sea audaz, que también el planteamiento respecto de nosotros sea audaz, en el sentido de una esperanza audaz, es decir, que esperemos grandes cosas de Dios.

      Dándole el tono, lógicamente de esperanza y no un poco voluntarista y humano, que tenía en San Ignacio de temperamental: “Santo Domingo hizo esto, pues yo podía hacer más; San Francisco de Asís hizo esto, pues yo podía hacer más”, de manera que, al cabo de la herida aquella que tuvo, hasta que se curó, planteó en organizarse una serie de hazañas que iba a hacer, pero es que de hecho las hizo, no las que pensaba entonces, y no con la actitud que la

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