El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez
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Se trata de una meditación de Ejercicios espirituales a religiosas, en agosto de 1982 [399-A]. En esta charla a religiosas, Rivera parte de la caridad, expresada culminantemente en la entrega de la vida de Jesucristo, que se concreta en ejemplos muy claros, para abordar la necesidad de contemplar la bondad de Cristo, de donde brotan los criterios que verifican la caridad. Por contraste, mejor se entiende la realidad del pecado, como en la parábola del hijo pródigo (Lc 15).
Jesucristo ha dado la vida por nosotros –como decía antes– en un arrebato de compasión. Jesucristo está disponiéndolo todo, en cada momento, para dar la vida por nosotros, de manera que cualquier acto que hace Jesucristo es siempre significativo de su deseo de dar la vida por nosotros.
Pues esto es lo que es una vida cristiana, una vida cristiana perfecta. No digo que podamos hacerlo desde el principio, pero digo que esto es lo que tenemos que esperar que Dios nos dé y a esto tenemos que desear llegar. Mientras tanto, no tenemos que decir que no hay que exagerar, tenemos que decir que tenemos poca caridad, que es distinto.
Tres ejemplos de caridad
A) El primero es el amor de Dios Padre, verdadera participación en el amor de Dios. Yo me lo pregunto muchas veces: «Su padre o su madre, ¿querrá a este individuo más que yo?», porque esto es intolerable, a no ser que su padre o su madre sean unos santos. La caridad es una verdadera participación del amor paternal de Dios y, en Dios, paternal y maternal es lo mismo. En la Biblia, aparece muchas veces la expresión maternal, no paternal sólo: “¿Se olvidará la madre del niño que ha llevado en sus entrañas? Pues, aunque la madre se olvide, yo no me olvidaré de ti, Israel” (Is 49,15). El amor de las madres viene de Dios, vamos.
Pues la caridad es una participación más inmediata. Es claro que yo haga las cosas de distinta forma que las hace su madre, pero en cuanto interés, si tengo menos, es que tengo muy poca caridad. Esto no se lo cree nadie. La gente no cree nunca que le queremos. Esto es continuo, la gente siempre que va a verte, va con la idea: “claro, es por no molestarle a usted”. Yo contesto: “si a mí no me puede usted molestar”. ¿Por qué? “Porque tengo mucha más caridad de la que ustedes se creen; ya sé que usted tiene poca caridad, pero yo voy teniendo algo”. Luego le decía a una señora: “–Pero bueno, ¿a usted la molesta cuando su hijo le cuenta cosas?”, dice: “–Hombre, no”. Digo yo: “–Pues yo la quiero a usted mucho más que usted a su hijo, convénzase, porque tengo mucha más caridad, pues claro, ahora, usted verá el tiempo que tiene para hablar, pero a mí, molestarme, lo que se dice molestarme”. No se lo cree nadie, y llevan razón en no creérselo, porque es que no la tenemos, claro. Nos está molestando la gente continuamente. ¿Por qué? Porque tenemos muy poca caridad. Bueno, pues la caridad tiene que llegar, en primer lugar, a esta participación. Conste que esto es lo que dice san Juan de Ávila a los sacerdotes. Pero, en fin, la caridad de los sacerdotes no veo yo que tenga esto.
Tendrá unos matices especiales, pero no veo que sea otra cosa distinta, me parece que es igual para cualquier persona, también para los padres y las madres de familia, que lleguen a amar a sus hijos, pasando de un amor instintivo a un amor personal cristiano. Muchas veces las señoras casadas te dicen: “Claro, es que usted no puede entender lo que es el amor de una madre, porque como usted no es madre”, eso te lo dicen enseguida. Yo contesto: “Pues hombre, desde luego no podría ser de ninguna manera madre; pero mire usted, si usted quiere referirse al instinto que tiene usted en común con los animales, con las perras, con las palomas y todo eso, estoy completamente de acuerdo, ese instinto no le tengo, por eso no entiendo a los animales; si quiere usted hablar del amor personal que tiene a sus hijos, desde luego la que no lo entiende es usted, la que no sabe lo que es ser madre, es usted, está bastante claro, lo entiendo yo muchísimo mejor que usted, por eso precisamente, porque es una participación del amor de Dios”.
B) El segundo aspecto: El ceder en todo. Decir que una persona está dispuesta a dar la vida y luego no está dispuesta a dar un rato, no está dispuesta a dar un libro, no está dispuesta a dar lo que sea…, pues es gana de hablar, vamos.
La vida supone todo lo que lleva consigo; si no, es que no estoy dispuesto. Cuando se está hablando todo el santo día de la caridad y del amor al prójimo, –es una cosa de la cual se habla continuamente–, y luego, se está todo el día molesto, reflejando molestias: “Es que me han llevado un libro y no me lo han devuelto, es que…” o lo quiere hacer todo con tanta perfección y que le salgan todas las cosas bien.
Hace una temporada, discutía con una monja. Ella decía: “–No, es que usted no emplea bien el dinero, porque a lo mejor se lo da a uno y lo gasta mal”. Y yo le digo: “–Según usted, Dios no emplea bien sus dones, pues Dios está fomentando el vicio, porque llueve sobre justos y pecadores. Por consiguiente, si cuando yo doy dinero a uno con el peligro –no se lo voy a dar aposta, así, por ejemplo, tome usted para que mate a uno, ¿verdad?–, pero con el peligro de que lo emplee mal, pues ¡entonces Dios!”. Y digo: “–Con ese criterio estaba en el infierno hace muchísimos años. Ciertamente Dios no tiene un sentido tan utilitario”. Porque un padre no hace eso con su hijo, es más, para que un padre eche un hijo de casa, ¡Dios mío!, lo que tiene que pasar.
Nosotros estamos continuamente buscando nuestra utilidad, el control de las cosas. La caridad es amar al prójimo y, para amar al prójimo, hay que aguantarle defectos a montones, durante años enteros. Pero aguantar no es –ya lo decía ayer– no es la paciencia de contenerse, aguantar es amar con paciencia, para ver cómo se va desarrollando. Piensen ustedes en san Agustín, que está treinta y tres años –bueno, vamos a quitar los siete primeros–, pues está veintiséis años abusando de la Gracia de Dios, consciente. Y si Dios tiene paciencia, ¡no voy a tener yo paciencia con un pobre que me toma el pelo! Si estoy dispuesto a darle mi vida, cómo no voy a estar dispuesto a que me tome el pelo un poco, hombre.
C) Finalmente y, en tercer lugar –para no alargarme ya– la caridad se manifiesta en la cesión de todos los derechos. Algo que no puede decir nunca el cristiano, si tiene caridad, es: “no hay derecho a que me hagan esto”, porque el cristiano no se puede sentir propietario de nada. Dense cuenta de que esto de la propiedad, en cualquier sentido, es una cosa terrena, a causa de que hay muchísima gente que no es cristiana, en este mundo, claro, y porque los cristianos no están al nivel suficiente, pero estrictamente hablando, pues no existe la propiedad privada, eso está claro.
Como no hay propiedad privada de mi mano derecha y de mi mano izquierda, si las cosas no son mías, las cosas son de Cristo. Somos meros administradores, y no digo ya de las cosas materiales, sino de nuestro entendimiento, de nuestra voluntad, de nuestro tiempo. En resumidas cuentas, habrá que decir, ya llegaremos, pues, somos esclavos de los demás y un esclavo no puede quejarse, un esclavo no tiene derechos.
Cuando una persona me habla de caridad y luego me habla de sus derechos, malo. Hace poco me decía uno: “–No, si yo me porto bien, pero quiero que se porten bien conmigo.”, digo: “–Eso es en los comercios, pero eso no es en la vida cristiana. Si yo me porto bien con mi hijo, que mi hijo se porte bien conmigo. Ponga usted una tienda entre hijos y padres, pero vamos, despache género”. Eso pasa en las librerías y no siempre. Pero, vamos, no se trata de que se porten bien conmigo, se trata de portarme yo bien con ellos, que son dos cosas distintas completamente. El otro, pues ya verá y Dios le iluminará.
Es a base de portarme bien yo, como podré conseguir que el otro se porte bien, y a última hora, no conmigo, que no importa, sino con Jesucristo. Esto es lo que ha hecho Jesucristo, no lo puede negar nadie, vamos. Todo el cristianismo está basado en que Jesucristo renunció