El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez
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El peligro de que nos muramos en un ayuno profundo y que no comamos nada me parece que lo podemos dar por excluido, porque si ayunamos un día, al día siguiente tenemos tanta hambre que encontramos enseguida pretexto para comer, por caridad siempre, ¡no faltaba más!, pero siempre lo encontraremos.
El peligro de que nos deshagamos el cuerpo con disciplinas está totalmente excluido, ¡vamos, eso es evidente!, porque tenemos que cuidar el cuerpo para servir a Dios y llevamos una vida austera, ¡hombre!, en comparación con lo que es la vida que llevan otros, somos austerísimos, y así sucesivamente. A mí me parece que tenemos que empezar la Cuaresma dándonos cuenta de que estamos en mediocridad ¡y ya está!, que los santos han hecho de otra manera, y que cuando todos los santos han hecho esas cosas es que por ahí por donde hay que ir.
Porque he dicho muchas veces que yo cojo la vida de un santo y digo: «Si no es cuestión de grado, es cuestión de calidad, es que vivía de otra manera, es que vivía del Espíritu Santo y yo no», y ya está. Por lo menos en muchísimas ocasiones, tenemos un planteamiento radical bien, pero yo voy pensando después. Y es que las actitudes corrientes que voy llevando no son de otra calidad.
De manera que no hay santo que coja, –lo digo cuando no era santo todavía, pues, a veces, cuando era santo, llevaba una vida más cómoda que yo, porque le metían en un sillón al pobrecito y ¡hala!, a cuidarle, en los últimos años de su vida algunos santos han llevado una vida mucho más cómoda que la nuestra, la incomodidad habrá sido de otra forma, pero estoy pensando cabalmente cuando no eran santos, sino cuando caminaban hacia la santidad–. No hay uno solo que coja que no haya llevado una vida más bestia que la mía.
Cuando el otro día, más o menos, D. Marcelo hablaba allí de aquellos casos y esas cosas, después dijo más o menos esta frase «¿Por qué no hemos de ser santos en el seminario?» Pues eso digo yo: «¿Por qué no hemos de ser santos?». Pero si es que en cuanto planteamos algo, enseguida empieza a parecernos a nosotros mismos que es muy raro. Nosotros le parecemos bastante raros a mucha gente, eso es verdad, y se dividen las opiniones: somos un poco rarillos, estamos completamente locos o estamos ya en el colmo de la santidad. Y claro, resulta que no dan una los pobres, porque resulta que también están bastante perturbados. Simplemente ni estamos locos, ni somos santos, ni somos demasiado raros. Estamos en una vida que es muy buena para pasar por ella, pero muy mala para quedarse, pero con mucho peligro de quedarnos, de la que dice Sta. Teresa en las Terceras Moradas.
Porque estamos bastante alejados de la forma de vivir la gente del mundo, del mundo, sin más; pero estamos mucho más alejados todavía de la forma de vivir de los santos. Vamos, que quizá estamos en esa época de la adolescencia que tiene su gracia, pero es un poco antipática, la llaman la edad desgraciada por menos de nada, está uno creciendo ahí, en fin, un poco desgarbado, se ve bastante raro, es una persona sin serlo todavía del todo, vamos psicológicamente, en fin, una cosa que está muy bien para pasar por ella, pero vamos ya uno siente que a los 16 años aquello era un desastre. Es por lo que por más o menos me da la impresión, que andamos nosotros, digo nosotros, sobre todo, me veo a mí ¡claro!, que es el que mejor me conozco, como podéis comprender.
Entonces pidamos a Dios que demos el paso serio, siempre esperando. Aquí hay que dar un paso, que no sé cómo rayos tengo que darle, pero en fin que yo noto que hace falta, y vuelvo a repetir, pronto, y eso ya lo sé, no porque podemos vivir muchos años, sobre todo yo, sino por la urgencia, por la urgencia de los demás.
El ejemplo de los santos
Que entremos con este ánimo en la Cuaresma, excitando a la esperanza y procurando evitar que nos influyan estos criterios que tenemos que, como están un poco por encima de lo corriente del mundo en que vivimos, pues quizá nos tranquilicen más. Y coger la vida de los santos, no sé si es salirse de la Liturgia. En la Liturgia es normal que aparezcan escritos de santos; además, antes aparecía una biografía en cada Nocturno. Entonces debemos vivir así la liturgia, y leer la vida de los santos, biografías que sean fidedignas, simplemente.
¿Y ellos que hacían?, ¡Si yo tenía que hacer lo mismo! Que, por supuesto, no tengo que hacer lo mismo materialmente, estamos todos de acuerdo; pero que estas actitudes que a todos les llevaban a unas realizaciones que eran descaradamente raras y que eran descaradamente testimonio de que allí había algo especial, ¡eso sí! Deseemos y esperemos que nosotros hemos de hacer lo mismo. Y que como no acabamos de romper tenemos que pedirle a Dios que no pase este Pentecostés sin que nos ilumine. Lo que he dicho antes hablando de la Diócesis en general, para que se pueda notar que aquí ha pasado algo. ¿Qué ha pasado? Ha pasado el Espíritu Santo, en una presencia especial, con unas gracias especiales, que nos dejan situados en un planteamiento muy superior al que teníamos hasta ahora. Que, si nos ponemos ahora a reformarnos algo, apenas encontraremos casi nada que reformar, por eso pongo la esperanza en la Cuaresma. Y ahora me pongo a pensar y la verdad las cosas que se me ocurren que pueda arreglar, son tan pequeñas que no van a dar testimonio ninguno especial, pero, sin embargo, las transformaciones de los santos que van de claridad en claridad creciendo, y de claridad en claridad iluminando, no veo que se nos ocurran, no digo en mí, sino que en vosotros tampoco (con perdón).
Pues esto es lo que me parece que tenemos que examinar, o sea, ver la Cuaresma como esta acción gratuita de Dios especialmente intensa para mí y pensando en mí individualmente; verla con mucha esperanza; ver que la urgencia del mundo, que ya hemos pensado un poco antes, me está indicando que debo tener esperanza de frutos inmediatos y superabundantes; ver que esto influye a la contrición; darme cuenta de por donde tengo que orientar los motivos y los pensamientos sobre la contrición a la luz de los textos de la época litúrgica y ver que los aspectos son no solo de pecado, sino también de maneras de ser y demás que deberé cambiar, pero ver que hay algo aquí que falta todavía, que no hemos dado con ello, que es una calidad distinta y que es la que hace que los santos puedan producir lo que producen.
Yo no pienso que tenemos que tener menos esperanza que lo que hicieron los apóstoles en los prodigios en Pentecostés y que lo que hizo, por ejemplo, S. Ignacio, en su vida. S. Ignacio está unos cuantos años, pero pocos, menos de los que llevamos nosotros conociéndonos, y al cabo de una temporada, distribuye a los Jesuitas, y los Jesuitas no estaban todavía en la cumbre de la santidad, pero eran espirituales. Organizan, donde quiera que van, unas tempestades tremebundas. Y vamos, eran menos de seis sacerdotes. Entonces se alzaría Lutero con su reforma y todo lo que queramos, pero no había comparación con el mal que hay ahora.
Pues entonces no se trata de que seamos S. Ignacio de Loyola, que ya está en el cielo, pero sí se trata de por qué no tenemos que recibir las mismas gracias, de otra manera por supuesto, pero vamos quiero decir simplemente, que vamos a ver si por lo menos alcanzamos de Dios que nos dé la capacidad, de que con ese mismo Espíritu y de otra manera, por supuesto, pues ¡señores que funcione la Diócesis!
Y aunque vuelvo a lo que he dicho antes, para terminar, es que a mí me parece que el testimonio más fuerte en la Iglesia de hoy es precisamente que unas cuantas Diócesis funcionen. Es lo que manifestaría, lo que manifestará, porque eso tiene que pasar, manifestará de verdad que los cristianos en cuanto tales pueden ser santos por la distribución normal de la Iglesia, que resulta que es normal, es corriente, incluso. Es corriente, pero que tiene que estar vivificada por el Espíritu Santo y no que pensemos que siempre que yo quiero dar un paso a la santidad tiene que ser sustraído lo más posible al ambiente de los sacerdotes. Es al revés, que los sacerdotes y alrededores, el presbiterio quiero decir, y el Obispo mismo tendrá defectos, claro está, como encuentro en mí. Como también S. Ignacio tendría sus defectos, si no a ver de qué se confesaba; S. Francisco Javier le pasa que era otro nivel, otro nivel de santidad y otro nivel de defectos. Y otro odio al pecado que ellos mismos caían. No sé por qué no vamos a esperar esto. Pero como esto somos nosotros quienes tenemos que