Roma antigua. Ana María Suárez Piñeiro

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Roma antigua - Ana María Suárez Piñeiro Universitaria

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distinguen a los etruscos de otros grupos de su entorno itálico? Ante todo, los etruscos poseen una cultura urbana que les lleva a levantar sus ciudades en lugares elevados del interior, en zonas de fácil defensa. Entre sus poleis podemos citar: Tarquinia, Veyes, Ceres y Vulci, al sur; Volterra, Populonia, Vetulonia y Rusellae, al norte; y Arezzo, Cortona, Perusa, Clusio y Volsini, en el interior. Como en otras culturas mediterráneas, los etruscos se organizaron a nivel político en ciudades-Estado, gobernadas por reyes (lucumones), luego sustituidos por magistrados elegidos anualmente, cuyo poder ejecutivo era controlado por un senado de aristócratas. Cada ciudad era autónoma y, aunque los etruscos eran conscientes de la comunidad cultural que compartían, nunca establecieron una vinculación política. Solo se evidencia una unión de tipo religioso, bajo la forma de una liga o confederación de doce ciudades.

      Los recursos a su alcance eran importantes, e hicieron un buen uso de los mismos. Desarrollaron una rica agricultura, favorecida por las fértiles tierras volcánicas y por el empleo de técnicas de irrigación y drenaje; explotaron con intensidad minas de hierro y cobre; mantuvieron activos talleres de artesanía, sobre todo de cerámica, armas y joyas. Su actividad productiva les permitió disfrutar de intensos intercambios comerciales en el ámbito mediterráneo con mercaderes griegos y fenicios, sobresaliendo el papel comercial protagonizado por Veyes (intermediaria entre Etruria y el Lacio). Esta intensa actividad económica condujo a la formación de un nuevo tipo de sociedad aristocrática, estratificada, cuya riqueza podemos reconocer en los ajuares funerarios hallados en sus tumbas.

      Los etruscos fueron grandes navegantes y comerciantes que llegaron a situarse como potencia marítima en el Mediterráneo occidental. No obstante, su poder comenzó a deteriorarse poco a poco al tener que defenderse ante varios enemigos. Primero debieron afrontar las invasiones de los galos cisalpinos llegados del norte, quienes les arrebataron el valle del Po, así como los ataques de los samnitas en la Campania. Además, frente a griegos y cartagineses lucharon por el dominio del mar Tirreno. En estas circunstancias surgió una competidora inesperada e imbatible, la nueva ciudad de Roma, que creció de manera acelerada hasta imponer su dominio sobre Etruria. Esta conservó mal que bien su independencia hasta principios del siglo III a.C., cuando se incorporó de forma definitiva a la órbita romana.

      Gracias a sus contactos comerciales, los etruscos asumieron desde muy pronto influencias griegas en diversos ámbitos de la cultura, la política, la religión o el arte. Buena parte de estos elementos fueron luego absorbidos por Roma, de manera que los etruscos podrían haber actuado como intermediarios entre las civilizaciones griega y romana. No obstante, también la región del Lacio y los propios romanos mantuvieron contactos desde fecha bien temprana con poblaciones helenas (asentadas en la península), razón por la que resulta muy difícil diferenciar qué aspectos o influencias tomó Roma directamente de los griegos y cuáles le llegaron por mediación etrusca. En cualquier caso, el resultado es el mismo. Los etruscos copiaron el alfabeto griego; adaptaron técnicas arquitectónicas helenas a las posibilidades de los materiales locales como la terracota; asumieron la práctica del banquete o el combate al modo hoplita, y adoptaron el panteón antropomorfo de tradición griega. La huella etrusca sobre la cultura romana fue, de igual modo, profunda: el poder monárquico, la costumbre del triunfo militar; las grandes obras públicas y, sobre todo, algunas prácticas reli­giosas como la organización de dioses en tríadas; paralelos rituales, como el de la fundación de la ciudad tras la consulta augural y la delimitación del área sagrada (pomerium), los libros sagrados y las prácticas mánticas (mediante la observación del vuelo de las aves por los augu­res o de las vísceras de animales sacrificados por parte de los arúspices).

      LOS GRIEGOS

      Los griegos arribaron a las costas itálicas, siguiendo los movimientos de colonización hacia el Mediterráneo occidental que protagonizaron desde el siglo VIII a.C., en busca de tierras y de oportunidades de intercambio comercial. Las condiciones geográficas con estrechas penínsulas y vías de comunicación terrestre entre uno y otro golfo facilitaron el asentamiento de pequeños enclaves o factorías a lo largo de la costa sur de Italia, desde Tarento a Campania, y Sicilia. La presencia helena fue tan relevante que esta región fue conocida por los autores antiguos, a partir del siglo V a.C., con el nombre de Magna Grecia; de ella destacaban su prosperidad, en particular de Síbaris, famosa por su riqueza extraordinaria. Las fundaciones más tempranas fueron obra de los calcidios de Eubea, que llegaban en busca de metales; la primera de todas, Isquia (Pitecusa), en el golfo de Nápoles, en el año 770 a.C., y, aproximadamente una generación más tarde, Cumas. Los dorios de Corinto y Megara fundaron colonias en la isla siciliana: Naxos, Zancle, Siracusa, Selinonte o Agrigento. Otras fundaciones griegas de interés en la península, amén de la mencionada Síbaris, son Crotona o Tarento.

      Como ya indicamos, estos grupos dejaron una huella profunda sobre las comunidades locales y sus usos ayudaron a transformar la sociedad itálica. Así, la ostentación o pompa funeraria, tan bien reflejada en las tumbas descubiertas, podría señalar prácticas helenas, propias de una aristocracia competitiva (dominada por el ethos), como el intercambio de regalos entre los nobles o la celebración de banquetes y simposios. Estos cambios tendrían lugar en la segunda mitad del siglo VII a.C., al tiempo que se iba conformando la ciudad-Estado. Los itálicos, además, asumieron las representaciones antropomorfas de sus dioses, la técnica constructiva de los edificios de culto y, en ocasio­nes, hasta el nombre de las divinidades. Buena parte de estas influencias serían transmitidas, como acabamos de sugerir, de igual manera a través de las comunidades etruscas, en particular desde la Campania, que actuaría como tierra media de contacto entre etruscos y griegos. Aunque el debate permanece abierto, hoy tiende a reconocerse una influencia helénica temprana y directa sobre el Lacio, a partir, ante todo, de los hallazgos arqueológicos de Lavinio, circunstancia que relativizaría la mediación etrusca.

      PRIMERA PARTE

      LA ROMA DE LOS REYES

      La tradición de lo que ocurrió antes de la fundación de la ciudad o mientras se estaba construyendo está más próxima a adornar las creaciones del poeta que las actas auténticas del historiador, y no tengo ninguna intención de establecer su verdad o su falsedad.

      Livio, Ab urbe condita, prefacio.

      Mapa 2. La Roma arcaica.

      II

      EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD

      Los romanos construyeron un relato mitológico complejo para explicar el origen de su Estado, tomando como punto de partida la fundación de su capital. De esta manera, la tradición traslada una narración que, a pesar de sus numerosas variantes, establece la fundación de Roma a manos de Rómulo, descendiente de la familia real de la ciudad de Alba Longa, en los montes Albanos. En este relato se funden dos tradiciones, la griega, que establece un origen troyano a partir de la figura de Eneas, y la local o romana, con los personajes de Rómulo y Remo convertidos en descendientes del héroe heleno. Es decir, la narración legendaria se teje combinando aportaciones de la historiografía helena con elementos del folclore itálico para explicar el origen de una ciudad extraordinaria. En los últimos años ha habido diversos intentos, apoyados sobre todo en ciertos descubrimientos arqueológicos, de encajar los hechos esenciales de esta leyenda o mito con la realidad histórica. Veamos hasta qué punto podemos, o debemos, conciliar ambos enfoques.

      LA FUNDACIÓN DE ROMA

      Los orígenes de Roma se pierden en la leyenda y diversas narraciones intentan explicar su fundación a partir de un personaje epónimo, Rómulo, que daría nombre a la ciudad. El conocimiento de las diferentes tradiciones conservadas sobre esta cuestión depende básicamente de dos historiadores de época de Augusto, Dionisio y Livio, junto con otros autores coetáneos como Plutarco, Virgilio u Ovidio. Estas fuentes defienden una idea común a los griegos, la existencia de un acto fundacional,

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