Roma antigua. Ana María Suárez Piñeiro

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Roma antigua - Ana María Suárez Piñeiro Universitaria

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esencia, la tradición establece que Eneas, tras la guerra de Troya, arribaría al Lacio para casarse con Lavinia, hija del rey Latino, y fundar Lavinium. Por su parte, el hijo de Eneas, Ascanio, fundaría, en la orilla derecha del Tíber, Alba Longa, ciudad sobre la cual reinaron numerosos descendientes suyos, hasta llegar a Numitor y su hermano, Amulio. Este último destronó a su hermano y, para evitar que tuviese descendencia que le disputase el trono, condenó a su hija, Rea Silvia, a permanecer virgen como vestal o sacerdotisa de la diosa Vesta. No obstante, la joven quedó embarazada del dios Marte y tuvo gemelos, Rómulo y Remo, razón por la cual el rey Amulio ordenó que los niños fuesen arrojados al Tíber. Así se hizo, pero las criaturas sobrevivieron, puesto que la cesta que las portaba se detuvo gracias a las raíces de una higuera (Ruminal). Fueron así recogidos y amamantados por una loba en una cueva cercana (Lupercal) y criados por un pastor (Fáustulo). Ya adultos, descubrieron su origen y depusieron a Amulio para restituir en el trono de Alba Longa a su abuelo, Numitor. A continuación, Rómulo fundó una ciudad en el Palatino y con un arado trazó sus límites (Roma quadrata), jurando matar a quien los traspasase. Su hermano, Remo, osó atravesarlos y Rómulo le dio muerte, quedando así como primer rey de Roma.

      La narración, en sus puntos principales, es muy antigua y parece remontarse ya a finales del siglo VI a.C., aunque se iría enriqueciendo y complicando con el paso del tiempo, por transmisión oral, hasta alcanzar versiones más elaboradas. Por ejemplo, en alguna variante Rómulo y Remo no son hijos de Marte sino fruto de una chispa que salta del hogar; en otra lectura, que alcanza bastante desarrollo, se considera a la loba una prostituta (por el significado de ramera del término lupa). En cualquier caso, la leyenda de los gemelos era la versión más popular en el siglo III a.C., y en ella hallamos aspectos propios del cuento popular comunes a otras culturas, como concepciones milagrosas, niños abandonados, intervención de animales, etcétera.

      En una elaboración ya posterior (siglos IV/III a.C.), el mito de Eneas queda integrado en la leyenda de la colonia fundada por Evandro, quien recibe al héroe troyano cuando este arriba a Italia. Evandro aparece aquí como un rey arcadio emigrado a Italia antes de la guerra de Troya, y responsable de la fundación de Palanteo (futura colina del Palatino). No obstante, aunque citemos nombres legendarios como Evandro o Eneas, el gran protagonista del relato es, sin duda, Rómulo, como primer rey romano, y a quien se convierte en personaje principal de hechos memorables. Como enseguida veremos, no solo le correspon­de fundar físicamente la ciudad, sino que a él se debe el sistema político del futuro Estado romano, al crear sus principales instituciones políticas.

      En cuanto a la fecha de esta fundación, diversas fuentes tradicionales coinciden en señalar el 21 de abril, festividad de Pales, diosa de los pastores. No hay acuerdo en el año y se barajan varias opciones entre el 758 y el 728 a.C., aunque, finalmente, se impone la datación propuesta por Ático y Varrón del 753. Esta datación se establecería a partir de los fastos y como resultado de la estimación, desde el inicio de la República, de la duración del periodo monárquico (calculando un mandato aproximado de 35 años para cada uno de los siete reyes):

      Cuadro 1. Reyes de Roma (753-509 a.C.).

Rómulo (753-716)
Numa Pompilio (716-673)
Tulo Hostilio (673-641)
Anco Marcio (641-616)
Tarquinio Prisco (616-578)
Servio Tulio (578-534)
Tarquinio el Soberbio (534-509)

      Nada hay en realidad que haga verosímil la existencia de un personaje fundador y primer rey como Rómulo. Hoy en día existe un consenso general por parte de los estudiosos a la hora de negar la existencia de un acto fundacional para explicar el origen de Roma, que no sería más que el fruto de la reelaboración, a la manera griega, de los orígenes de la ciudad por parte de autores de los siglos IV-III a.C. En la actualidad se impone la idea de un proceso urbanizador paulatino, en el que se daría un fenómeno de sinecismo mediante el cual se irían in­corporando diversas comunidades, a lo largo de varios siglos. En este sentido Roma, en sus primeros pasos, no se distinguiría de manera sustancial de otras ciudades de la Italia central.

      LA ROMA ARQUEOLÓGICA

      Como veremos al estudiar la fase monárquica, la tradición narra el desarrollo de la ciudad de manera progresiva y armoniosa, como fruto de las contribuciones de cada uno de los siete reyes que reconoce. Cada monarca ampliaría el área urbana y se encargaría de embellecerla y dotarla de servicios y obras monumentales. Es decir, el acto fundacional a la manera griega (ktísis), atribuido a Rómulo, es compatible con un desarrollo excepcional de Roma. El primero, gracias a la «propaganda troyana», permite explicar los orígenes de la ciudad de manera gloriosa al vincularlos con la cultura de mayor prestigio, la helena. El segundo marca el carácter particular de los romanos, diferentes de los griegos y de todas la demás comunidades, y que justifica su grandeza y superioridad. Cómo si no entender, por ejemplo, la participación en la formación de Roma de diferentes grupos étnicos (latinos, sabinos o etruscos) que se van integrando en la futura nación; hecho inaudito desde el punto de vista de la cultura griega.

      No hay duda de que estas informaciones nos ilustran sobre la propia imagen que los romanos querían tener, y querían dar, de su pasado. El debate surge alrededor de la validez que nosotros les damos a las mismas. Caben a priori dos opciones: o bien rechazar la tradición, o bien intentar encajarla a partir de otras fuentes históricas (en esencia, de tipo arqueológico y lingüístico). Se podría reducir la cuestión a qué creer y qué es lo que conocemos, pero corremos el riesgo de caer en el «todo es falso» de algunos o en el «todo es cierto si lo dice la tradición» que otros practican. Como reconoce A. Grandazzi, la histo­ria, en ocasiones, no es más que un conjunto de incertidumbres, y más si nos enfrentamos a los primordia Romana. Uno de los autores más significados por su rechazo al uso de la tradición como fuente histórica ha sido J. Poucet, quien ha llegado a ser tachado de hipercrítico por sus planteamientos. También T. J. Cornell se ha alineado en esta corriente, aunque de manera más matizada. En el bando contrario, y en posición extrema, podríamos citar a A. Carandini, quien ha intentado con sumo entusiasmo hallar, en los restos arqueológicos aparecidos en los últimos años, refrendo de las situaciones recogidas por los textos. En un punto intermedio, en el que nosotros también nos situamos, tendríamos la crítica temperata que practica C. Ampolo: se puede aceptar, con matices, la reconstrucción histórica de la tradición, siempre y cuando no contradiga otras fuentes como las arqueológicas. En esta misma línea se halla el trabajo de J. Martínez-Pinna (1999), quien no renuncia a ninguno de los testimonios (de la tradición, la arqueología o la lingüística) para componer los primeros tiempos de la historia de Roma.

      Según la leyenda, Rómulo y Remo habrían sido recogidos en una cueva, el Lupercal, al pie del Palatino. Nos situamos en un área llana, denominada foro Boario, propicia para el asentamiento humano, entre la orilla izquierda del Tíber, el Palatino, el Aventino y el Capitolio. Además, la isla Tiberina era el lugar óptimo para atravesar el río mediante pasarelas o pequeños puentes. En 1946, en esta zona se hallaron restos de cabañas de la Edad del Hierro que testimoniarían una habitación relativamente antigua en el lugar. Recientemente se produjeron descubrimientos arqueológicos en este ambiente que han llevado a A. Carandini a plantear una hipótesis bastante atrevida. Aparecieron, en concreto en la ladera nororiental del Palatino, restos de un muro, cuya cronología se establece en el siglo VIII a.C., y que este autor identificó como «el muro de Rómulo». Es decir, estaríamos en el momento fundacional de la ciudad tal y como nos lo traslada la tradición. Además, se constatan elementos de un templo de Júpiter Stator (en la parte externa de esta construcción defensiva), así como una estructura interpretada como palacio real o Regia (que se quiere atribuir al primer rey romano) y restos de pavimentación en el foro; todos ellos encajan en la misma cronología, hacia mediados del siglo VIII a.C. Otro feliz hallazgo arqueológico (en 2007) parecía corroborar esta línea de tra­ba­jo, puesto que se descubrió una gruta recubierta de mosaicos, en el Palatino, identificada por algunos, de manera entusiasta, como la cueva Lupercal (de luperca, loba), en la que habrían sido recogidos los gemelos. No obstante, una lectura más sencilla, y plausible, de esta gruta la señala simplemente como

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