Sobre la teoría de la historia y de la libertad. Theodor W. Adorno

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de ustedes, según la cual lo universal es universal solo en la medida en que es lo particular; y, por cierto, también vale lo contrario.62

      Pero al proceder, en un cierto sentido, en forma restringida; al escribir historia, en términos filosófico-históricos, desde el punto de vista del vencedor; al justificar o reivindicar a lo universal que se realiza en cada caso, Hegel asume justamente un punto de vista de clase que le oscurece la realización de su propio principio y que lleva a que su propia construcción de la historia –a pesar de la dialéctica de lo universal y lo particular, que dicha construcción ha promovido, por principio, de manera tan grandiosa– se decida, en realidad, siempre del lado de lo universal; y lleva a que lo particular no alcance “en particular” los honores que Hegel asigna “en general” a lo particular. Si, a pesar de todo, es posible hablar de idealismo en Hegel, esto no reside solo en los presupuestos metafísico-lógicos como, por ejemplo, el de sujeto absoluto, de identidad absoluta, sino también en ese momento según el cual lo universal, que frente a lo particular es siempre concepto, siempre idea, obtiene en él la supremacía frente a lo particular; según el cual, a pesar de la supuesta dialéctica de lo universal y lo particular, aquel debe ser lo verdaderamente existente. Domina, pues, aquí, si ustedes quieren, una contradicción, una contradicción no dialéctica en la filosofía hegeliana: en la medida en que, por un lado, exige la dialéctica de lo universal y lo particular y, en una medida muy grandiosa, la realiza en muchos aspectos, pero luego no toma de ningún modo en serio, de manera tan fructífera, a lo particular en el preciso sentido que desarrollé ante ustedes, sino que tiene la tendencia de pasar –si ha de decirse de esta manera– a lo universal, y a despojar finalmente de su propia sustancialidad a la conciencia de la no identidad, que tiene siempre a lo particular como un padecimiento, como una dolorosa conciencia; no tiene la tendencia a leer, a partir de esto, el estado de no reconciliación, sino que, en lugar de eso, e incluso un poco como un alto dignatario eclesiástico, o como un juez de muy alta jerarquía, en todo caso como un burócrata de muy alta jerarquía, hace de esto tan solo la limitación de la inteligencia del súbdito, que no puede reconocer el elevado sentido en todo esto, sin toparse con el hecho de que es una dura exigencia para la víctima, para el individuo al que esto afecta, tener que consolarse con que, en su propio destino, ha de dominar el principio irreconciliable del curso del mundo. Podría quizás llamar la atención de ustedes, en una autorreflexión filosófica, sobre el hecho de que –a diferencia, por ejemplo, de la crítica que realizó el joven Marx a la Filosofía del derecho; y también yo tengo aquí, obviamente, en vista, en primera línea, la Filosofía del derecho de Hegel– la crítica que realizo es una crítica totalmente inmanente, es decir que, en contra de Hegel, no hago valer otra cosa que, justamente, la exigencia de dirimir también realmente, de realizar la dialéctica de lo universal y lo particular; una exigencia que él mismo ha exigido; es decir, medirlo de acuerdo con su propia medida, ya como él lo ha exigido, con razón, como lo único adecuado.

      Pero ahora, después de haber soltado, por así decirlo, una dura descarga contra Hegel –no es casual que, cuando uno habla sobre la Filosofía del derecho, infelizmente le vengan a la mente imágenes militares–, quisiera también en este punto decir unas palabras en defensa de Hegel. Lamento practicar con ustedes un juego de confusiones y volver a oscurecerles, ya en la próxima frase, una distinción que acabo de conseguirles; pero no puede ser mi tarea volverles más simples de lo que son cosas tan infinitamente difíciles como aquellas de las que hablamos en este instante, colocándolas en una estructura lo más comprensible y nítida posible. En cambio, la tarea del pensamiento consiste en hacer la tentativa –incluso cuando el objeto es muy difícil y muy complejo– de expresar esa complejidad del modo más preciso posible; o, si me permiten decirlo estéticamente: captar también lo vago bajo la forma de la claridad conceptual. A lo que quiero referirme es a que aquel error de Hegel, o aquella inconsecuencia de Hegel, que posiblemente todos habrán comprendido después de lo que analicé ante ustedes, posee también una base. Recuerden que el programa hegeliano, de una manera paradójica –se los he indicado varias veces–, es positivista en el sentido de que Hegel se quiere “adaptar”, de que él quiere orientarse de acuerdo con lo existente; con lo cual presupone la identidad de lo existente con el espíritu, es decir, todo el idealismo. Pero ante todo –si por un instante ponen entre paréntesis este gigantesco presupuesto; y cuanto más gigantescos son los presupuestos, tanto más recomendable es desactivarlos– desemboca en que él, en primer lugar, quiere simplemente orientarse de acuerdo con aquello que tiene ante sus ojos. Pero (y esto vuelve tan complicado el problema con el que nos enfrentamos) las cosas son de tal manera –y, de nuestras reflexiones sobre la Revolución Francesa, quisiera extraer la mejor parte; una parte, espero sin embargo, no demasiado agria–63 que aquella supremacía de lo universal que es deificada por Hegel es hecha lo más fuerte, en cuanto es el poder histórico de facto. Pero en tanto Hegel construye, pues, simplemente el curso del mundo, al construir la primacía de lo universal frente a lo particular él es incluso –permitan que me exprese de manera totalmente vulgar– realista; así están realmente las cosas en el mundo. Este avanza en una dirección directamente inversa a como se lo representa el nominalismo ingenuo, que cree que lo universal es solo una resultante de incontables particularizaciones que han de ser reducidas a un concepto. Y para esto, para el curso del mundo, como se dice en sus obras64 (de él he tomado en préstamo esta expresión), posee Hegel un órgano indescriptible; y si algo era realista en él, era justamente su comprensión acerca de la primacía de lo universal, en el ámbito fáctico, por sobre los así llamados hechos. Solo que el ψεῡδoς reside en que él interpretó esta primacía de lo universal, la primacía real del concepto, como si justamente por ello el mundo mismo fuera concepto, espíritu, “bueno”; con lo cual está nadando enteramente en el mismo sentido que la corriente principal de la filosofía occidental, en la que, desde el viejo Platón, lo universal, lo necesario, la unidad y el bien son equiparados entre sí.

      Y con esto he indicado el punto exacto en que la filosofía de la historia hegeliana y la construcción de la dialéctica en su totalidad realmente, a pesar de sus enormes innovaciones, constituyen una teoría tradicional; es decir, en el fondo, siguen siendo platónicas a pesar de todo lo que se ha modificado, en la construcción, en el plano de los detalles. Pero si la razón –y esta es la posición extrema contraria respecto de eso; posición que intento desarrollar para ustedes en esta lección– ha perdido la relación con los individuos que se conservan a sí mismos, entonces se convierte, a través de ello, en no razón. Y esta transformación sin duda se consuma objetivamente en Hegel, pero la dialéctica hegeliana, por su parte, ya no la menciona por su nombre. Por lo demás, esa es una tendencia idealista que va mucho más allá de Hegel. La identificación con lo universal, a pesar de las posiciones epistemológicas mucho más crudas de Marx y los marxistas, ingresa profundamente en la construcción del marxismo, en la que se encuentra algo así como la fe en que, si lo universal consigue ordenarse, triunfa el concepto y entonces, por cierto, al final también todos los individuos obtienen lo suyo, entonces todo el sufrimiento y la individualidad perdida de la historia, a través de ello, quedarían nuevamente compensados; un momento al que por primera vez, hasta donde sé, se refirió críticamente, en el siglo XIX, el escritor ruso Iván Turguéniev, quien argumentó, en contra del socialismo, que incluso la representación de una sociedad sin clases perfecta no podría consolarlo por el destino de todos aquellos que han sufrido de manera absurda y que se han quedado en el camino.65 Les dije anteriormente que el concepto de razón, cuando se torna abstracto, cuando es disociado de la realización de los intereses individuales, se convierte en no razón. Pero también aquí deben tratar de considerar esta transformación, no como una especie de producto degenerado de la filosofía, de la filosofía de la historia; también aquí puede decirse que no existe “nada sin causa”, también esto tiene sus razones muy profundas. Y es probable que uno esté espiritual, filosóficamente armado para resistir críticamente esta tendencia si no la considera simplemente como un error corregible, sino que la concibe en su necesidad. Pues detrás de aquella razón absoluta que arriba a sí misma hay en Hegel, a su vez, algo real. Uno podría decir que se trata aquí, en esta hipóstasis por la hipóstasis, del género ser humano, que se conserva y se afirma como totalidad frente a los individuos singulares que se conservan a sí mismos. El principio de autoconservación incluso, de

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