Hagamos las paces. Marie Estripeaut-Bourjac

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Hagamos las paces - Marie Estripeaut-Bourjac Estudios Culturales

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emergencia de rasgos de lo borrado en las entrelíneas de lo nuevo que se ponía por escrito. La figura sociotemporal no puede ser más enriquecedora en estos tiempos de memoria corta: en la conversación oral o digital, vuelven a aparecer enredados retazos de memoria. Las entrelíneas que escriben el presente se ven asaltadas por el pasado que aún está vivo.

      Bogotá, 17 de marzo de 2017

      Bibliografía

      Baudrillard, J. Pour une critique de l’économie politique du signe. Paris: Gallimard, 1972.

      _____. L’Échange Symbolique et la mort. Paris: Gallimard, 1976.

      Verón, E. “Comunicación de masas y producción de ideología: acerca de la constitución del discurso burgués en la prensa semanal”. Revista Chasqui No. 4, 1973, p. 75-109; No. 5, 1974, p. 132-147.

      Mauss, M. Sociología y antropología, Madrid: Technos, 1971.

      Lombardi, L. M. Apropiación y destrucción de la cultura de las clases subalternas. Bogotá, Nueva Imagen, 1978.

      Vidal, J. (Ed.). “Introduccion”, Alternativas populares a las comunicaciones de masa. Madrid, CIS, 1979.

      Simpson, M (Ed.). Comunicación alternativa y cambio social. México: UNAM, 1981.

      Notas

      1 Este texto fue originalmente publicado en Máximo Simpson (ed.), Comunicación alternativa y cambio social, UNAM, México, 1981.

      2 Pero aun cuando se trata de otra diferencia, en la medida en que la investigada por Verón remite a las condiciones de producción del discurso, no pocas de sus constataciones sobre lo popular coinciden con las que se presentan en lo que sigue.

       LA CONSTRUCCIÓN DE UN RELATO PLÁSTICO DE NACIÓN: TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE DÉBORA ARANGO

      Marta Elena Bravo de Hermelin1

      Diciembre del 2014: viene a mi recuerdo Débora Arango, gran artista y amiga entrañable, fallecida hace nueve años por época de navidad. Pienso en su posición ante la vida y ante la muerte, en su mirada sobre la injusticia, el conflicto, la pobreza, la violencia, la paz. Me pregunto cómo habría plasmado su creación en el momento actual del proceso de paz, de la posibilidad del fin del conflicto, de un diálogo, de la oportunidad de construir un país más justo y, sobre todo, digno.

      Le oí decir, al final de su vida, que había pintado una paloma. Imaginaba, quizá, que se podría pronto lograr la paz. Ella, que vivió casi un siglo, fue testigo de una historia dolorosa del país y expresó, en muchas de sus obras, nuestros conflictos y miserias, la desigualdad. Débora fue una artista que le dio rostro al miedo en varios de sus personajes. También le dio rostro al afecto y a la ternura. Esa mujer valiente, con su vigor, no tembló para transformar en líneas, formas, colores fuertes, etc., espacios que mostraron hombres y mujeres que sufrieron la violencia. Ella pintó también a aquellos que utilizaron la violencia como manera de detentar poder, con el cinismo de la sevicia y de la impunidad.

      Débora era una mujer de mirada profunda, de expresión dulce. De ella salía la palabra amable, pero, al mismo tiempo, era firme en sus concepciones. Admiro la forma en la que nunca contradijo su ternura con su expresión valiente al decirnos el mundo con su pincel. Tuve la suerte de tratarla en diversas ocasiones, cuando aún estaban vivos varios de sus hermanos y, en otras, cuando de la familia numerosa que la rodeó, solo quedó ella.

      Desde el primer momento en el que la conocí y hasta el final de su existencia, me pregunté cómo una mujer tan bondadosa era capaz de no amedrentarse al representar nuestro mundo de manera tan impactante como solo el arte y una verdadera artista puede hacerlo, con su forma de habitar creativamente la tierra. Por ello, como fruto de su talento y coraje, ha quedado inscrito su nombre y su legado artístico en nuestra historia cultural como uno de los patrimonios simbólicos más valiosos que, además, ha trascendido las fronteras nacionales.

      Débora fue resuelta al decirnos sobre el poder transformador (más allá de la realidad) que tiene la creación artística cuando se expresa con sinceridad, con eso que se llama la verdad en el arte —“¿cómo puede haber arte donde no hay verdad?”, se preguntaba Eduard Manet—. La printora convirtió esa verdad en un legado estético que conmueve las fibras más hondas del ser humano y produce esa emoción, esa vivencia que hace que lo más humano de nuestra naturaleza aflore y nos lleve a anhelar una existencia más digna.

      Repaso, en este instante, varios libros y otros textos que recogen su trabajo. La miro asimismo en la fotografía que tengo al frente de mi escritorio cuando, con algunos miembros de mi familia, fuimos a cantarle en un diciembre los villancicos que disfrutó con tanta alegría. Recuerdo su mirada de dulzura y también de picardía, como cuando contaba la anécdota navideña que la impulsó a pintar el cuadro llamado Buscando al niño, basado en una tradición decembrina de nuestra región donde (como juego) se esconde un poco de dinero para que lo busquen los niños. A esto se le llama “buscar al niño Dios”, nombre que dice mucho de nuestra idiosincrasia, la cual reúne prácticas religiosas y ansias de dinero.

      Me siento en mi interior renovada con su presencia permanente, la del afecto, la de la amistad y la de su creación que nos dice, a la manera de Heidegger, que “poéticamente el ser humano habita el mundo” (poesía es creación). El ser humano también expresa el mundo para dejar su huella, y mostrar otras formas de vivirlo y trazar unas nuevas escrituras sobre la tierra.

      Desde esa perspectiva del afecto, la amistad, la admiración y el agradecimiento por su fina sensibilidad, evoco a Débora y escribo unas cuantas líneas sobre ella y su valiosa obra; líneas cruzadas más por vivencias que por pretensiones de análisis artísticos o históricos.

      Tres momentos de dolor y creación

       1. El Bogotazo

      En una entrevista personal con Débora Arango, ella recordó el acontecimiento que marcó la historia de nuestra nación así:

      El nueve de abril de 1948, estaba en mi casa oyendo la radio cuando se interrumpió la transmisión para mencionar que el gran líder liberal Gaitán había sido asesinado en la calle, no lejos de la casa del presidente de la República. Escuchábamos, con mi familia, la terrible noticia acompañada del informe de cómo se iba reuniendo una muchedumbre que empezaba a protestar airada y, llena de dolor y rabia, instigaba a una reacción violenta. Se narraba también sobre los disturbios en otras ciudades, que en Medellín fueron muy fuertes, para rechazar la muerte de ese gran hombre.

      Se me ocurrió entonces coger un lápiz y papel para hacer algunos trazos de los terribles acontecimientos que estaba oyendo. Sentí la necesidad de pintar ese doloroso y trágico momento de nuestra historia y realicé una acuarela. (Bravo, 1985)2

      De una manera sencilla y sensible a la vez, un día en los años ochenta, al mostrarme esa acuarela —propiedad del Museo de Arte Moderno de Medellín—, tan fundamental en su obra y en la historia del arte colombiano, y que llamó la artista Masacre del 9 de abril, me contó Débora el origen de ese cuadro, memoria histórica y plástica de uno de los acontecimientos más trágicos de Colombia que ha sido denominado El Bogotazo.

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