Hagamos las paces. Marie Estripeaut-Bourjac

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Hagamos las paces - Marie Estripeaut-Bourjac Estudios Culturales

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acuarela, 76 x 57 cm.

      Según los expertos en la investigación de nuestros conflictos, El Bogotazo es el origen de lo que muchos llaman la “Violencia” con mayúscula —que empieza en 1948 y llega hasta el Frente Nacional en 1958—. Esta Violencia se diferencia de las “violencias” (con minúscula), que se refieren a las que siguieron, sobre todo, en las últimas décadas del siglo XX y en las primeras del actual. Estas violencias infortunadamente continúan hoy, cometidas por muy diferentes actores del conflicto que han marcado de forma recurrente la historia de Colombia. Estos fenómenos dieron origen a que un grupo de investigadores dentro de las Ciencias Sociales (a quienes se les llaman “violentólogos”) haya y siga produciendo, por lo demás, muy valientes estudios sobre nuestros conflictos.

      Cabe mencionar que el líder Jorge Eliécer Gaitán fue un personaje que Débora conoció de cerca, pues se lo presentó la antioqueña Amparo Jaramillo, amiga de la artista y quien fuera esposa del caudillo liberal. Gaitán fue Ministro de Educación en el mandato del presidente Eduardo Santos, uno de los jefes de Estado durante el período llamado La República Liberal por la historiografía colombiana. Además, fue candidato a la presidencia en 1946 y, en el año de 1948, Débora pintó una acuarela denominada Gaitán, que nos muestra a ese caudillo en acción cuando, con su presencia y discurso, atraía a multitudes que lo seguían. Por otra parte, Gaitán admiró y apoyó a la artista y organizó, en el año 1940, una exposición en el foyer del Teatro Colón de Bogotá. Esta exposición causó un enfrentamiento con el líder conservador (y luego presidente) Laureano Gómez, quien le hizo una encarnizada crítica a la artista antioqueña desde el senado y en el periódico El Siglo. Este enfrentamiento se ensañó en muchas ocasiones por sectores muy tradicionales que condenaban la obra de la pintora como atrevida, inmoral e irreverente3.

      Volviendo a la narración del origen de la obra Masacre 9 de abril, un trabajo fundamental de su obra pictórica, debo reconocer que me causó una profunda impresión, no solo por el valor testimonial de un acontecimiento trágico de nuestra historia, sino tal vez por la manera tan fuerte como lo expresó en su obra. Allí, aparecen en una iglesia unos curas y religiosos que buscan escapar a una multitud enfurecida que trata de tomarse el lugar. A un lado del templo, el cadáver del homicida de Gaitán, Juan Roa Sierra, es arrastrado por la calle.

      Esta acuarela removió en mi interior momentos lejanos cuando de niña y, estando en la casa con mi familia, oí también la transmisión de la noticia de ese día funesto de nuestra historia. Este es el primer recuerdo que tengo de lo que se ha constituido, infortunadamente, en el problema más dramático de nuestro país: la violencia, el conflicto.

      Me conmovió, al mismo tiempo, poder ver esa representación y oír la voz de la autora, así como apreciar las manos de una creadora que se ha constituido en una de las figuras más vigorosas de nuestra historia cultural. Siempre el contacto con su alma y su palabra me interrogaba y me llevaba a pensar en lo insondable (para los que no somos artistas especialmente) que es la inspiración en el arte. Esta inspiración hizo que un hecho, un episodio, una sensación, una trágica impresión, se transformara en una obra valiosa tan contundente que se constituyó, en este caso, en parte de un relato fundamental de nuestra historia, tocando las fibras más delicadas de nuestra sensibilidad. Esta obra es una invitación a entender la violencia que aún signa de tragedia nuestra historia política, social, cultural y económica.

       2. La violencia política

      Pasemos ahora a otro momento. Escucho de nuevo la voz de Débora Arango y no puedo olvidar tampoco un día en su casa de Envigado, Casablanca, cuando la artista me mostró una acuarela denominada El tren de la muerte. Para responder a mi inquietud acerca de dónde se inspiró para esta impresionante pintura, ella narró, con sencillez pero con emoción y tristeza, el recuerdo:

      Me encontraba con miembros de mi familia en Puerto Berrío en el Hotel Magdalena, al lado del río. Allí iban muchas familias antioqueñas que tenían posibilidades, ya que era un lugar muy acreditado como sitio de vacaciones y de celebraciones: cumpleaños, matrimonios, aniversarios. Recuerdo muy bien que una noche oí voces y vi un tumulto en el lugar donde llegaba el tren del Ferrocarril de Antioquia al frente del hotel. Observé con dolor y angustia cómo se entraba a empujones en una bodega de la estación a varios hombres que habían recogido en una redada. Al otro día muy temprano, sentí el pito y la campana del tren, me asomé desde la ventana del hotel y vi, en los vagones donde usualmente trasladaban ganado, a muchos de esos seres humanos recogidos en la redada, agolpados como si fueran animales, con signos tremendos y macabros de dolor, de miedo. Por eso, cuando pinté la escena, la llamé El tren de la muerte. (Bravo, 1985)

images

      Arango. El tren de la muerte, 1948, acuarela, 77 x 56 cm.

      Cuando Débora me contaba este desgarrador episodio, una mirada de angustia acompañaba el recuerdo de esos tiempos trágicos de la “Violencia”. Sentí cómo su palabra, al frente de la pintura conmovedora, producía un gran impacto, el de la memoria dolorosa de la creadora transmitida en su voz del relato hablado, y en la fuerza de su creación al producir una escena tan trágica. De esta manera, se pulsa la sensibilidad del espectador de la obra para convertirla en esa “conmoción interior” que resulta de una verdadera obra de arte. De allí que se convierta en una voz permanente de la artista que se traduce en un registro de la historia como invocación a la reflexión y a pensar en la hondura de nuestra violencia. Ella, con una sinceridad y una naturalidad admirable, afirmaba: “Yo pintaba lo que iba viendo”.

      Sin duda alguna, El tren de la muerte es una creación plástica que muestra, con fuerza, la imbricación de lo estético, lo ético y lo político, muy presente en la obra de Débora. Esta imbricación, desde una filosofía del arte, interroga a la cultura. Se trata de lo ético no solo como reflexión sobre el propio actuar humano y el deber ser, sino también sobre nuestra posición frente al otro, a ese que padece, al que es víctima de injusticias y persecuciones. Se trata de lo estético, en cuanto toca los hilos más hondos de nuestra sensibilidad para sentir el dolor inmenso del hecho violento. Se trata de lo político como llamado a la obligación que tenemos de preocuparnos por el destino de los que han sido víctimas permanentes de acontecimientos terribles en el devenir nacional y que obliga a buscar maneras de transformarlo.

      En mi interior, como oyente del relato de la artista frente a una obra tan fuerte de su autoría, se mezclaba la imagen impactante de El tren de la muerte y la voz de la artista con un dejo de tristeza y compasión, y me convencía aún más de que su obra es un grito constante para detenernos a profundizar en la tragedia que este país ha sufrido, en el impacto de la violencia que todavía no hemos podido superar. A la vez, su obra es una forma de vapulearnos para tratar de entender el origen de nuestros conflictos y de nuestras maneras terribles, de olvidarlos o de abordarlos.

       3. La violencia social

      En otra ocasión, en Casablanca, contaba la artista cómo se inspiró para otro cuadro, Madona del silencio, que es una escena dolorosa y fuerte que capta el instante en que una mujer da a luz en circunstancias adversas, pues se trata de una reclusa cuyo alumbramiento presenció la artista. Narraba Débora que:

      En el trabajo como pintora, sentía una necesidad de conocer, más allá del ambiente familiar y social que me rodeaba, lo que era la vida real de la ciudad. Por eso, con compañeros muy cercanos como Carlos Correa y Rafael Sáenz, hacía recorridos por lugares desconocidos como calles más populares que las que acostumbraba a frecuentar: buscaba ir a observar cárceles, manicomios, sitios de vida alegre, mataderos de animales, para mirar esa otra cara de la ciudad: la de la miseria, la explotación y la crueldad.

      […]

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