La masonería. Francesc Cardona

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La masonería - Francesc Cardona Colección Nueva Era

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precisamente Ramsay el gran impulsor de la idea entre las logias francesas de que cada uno de sus miembros, que por entonces se evaluaba en tres mil, donasen la cantidad de diez luises para sacar a la luz un diccionario universal en lengua francesa a semejanza de la Cyclopedia británica de Chambers (1728) que reuniese por orden alfabético todos los conocimientos humanos.

      El editor Le Breton puso manos a la obra en 1747 y tras ser en principio un simple traductor, Diderot se encargó de la dirección de la misma, ayudado principalmente por D’Alembert.

      El primer volumen salió a la luz el 1 de julio de 1751. La adaptación se había convertido gracias a Diderot, en una obra completamente original, con una doble función: informativa y de polémica ideológica; en este último aspecto, al rechazar el concepto de autoridad y la tradición en nombre del progreso, causó gran escándalo y los jansenistas16, jesuitas, la alta aristocracia y el estamento parlamentario se pusieron en contra consiguiendo su prohibición en 1752. Papel mojado porque la publicación siguió adelante gracias a la intervención de la marquesa Madame de Pompadour y el director de la librería Malesherbes.

      Sin embargo, en 1759, cuando ya se habían publicado siete volúmenes, la obra estuvo a punto de paralizarse, pero entonces se impusieron razones económicas (los editores habían realizado grandes gastos) y más o menos clandestinamente, se prosiguieron los trabajos, de modo que en 1765 ya habían aparecido los 17 volúmenes de texto y en 1772 los 11 volúmenes de grabados. Entre los principales colaboradores además de Diderot y D’Alembert, figuraban Voltaire, Montesquieu, Buffon, Grimm, Rousseau (artículos de música), Marmontel (crítica literaria), Quesnay y Turgot (economía), Dumarsais (gramática), Daubenton y la Condamine (ciencias naturales y geografía), Morellet (teología), Duclos (historia), etc., la mayor parte, miembros de las logias o impregnados de su doctrina, lo que daría origen al denominado movimiento enciclopedista que perduró hasta los albores de la Revolución.

      La masonería puso su granito de arena en lo relativo a los aspectos de la igualdad medieval entre los seres humanos, así como con las tesis acerca de la validez de la razón. Su trascendencia sería extraordinaria para el futuro, tanto próximo (1789 no tardaría en llegar) como del siglo XIX en toda Europa y en toda América.

      Había sido el duque de Antin, el primer gran maestro de la Gran Logia de Francia, el que en 1738 propuso, como coronación de la moral universal masónica y de la unidad del género humano, la redacción de la enciclopedia.

      Así fue su declaración:

      “Los grandes maestros de otros países unen a todos los sabios y artistas pertenecientes a la Orden (masonería) para redactar un manual universal que comprenda todas las artes liberales y ciencias, con excepción de la teología y la política (cosa no del todo exacta). Esta obra ya se había comenzado en Inglaterra. Mediante la acción conjunta de nuestros competentes hermanos sería posible realizar algo excelente en pocos años”.

      El historiador británico Alfred Cobban escribe:

      “El siglo XVIII fue la gran época de la francmasonería en el sentido moderno —es decir, no un gremio profesional, sino una sociedad secreta en la que se mezclaban la filantropía y la riqueza— las logias masónicas, lugares de reunión de masones con tendencia social, contribuyeron a la difusión de las ideas liberales” [Historia de las Civilizaciones, tomo 9. (El siglo XVIII) p. 431.]

      Junto a las indudables consecuencias positivas de la Ilustración, aflojaron pronto las consecuencias negativas, en especial, a partir de 1789. En 1775 Pío VI condenaba sin mencionarla a la masonería por la encíclica. Inscrutabili divinae sapientiae y es que en la propia Iglesia católica, comenzaban a infiltrarse los “hermanos”. Pío VI fallecería en una prisión francesa el 29 de agosto de 1799. Sus restos fueron trasladados a Roma en 1802 siendo sepultado en San Pedro en un mausoleo erigido por Canova.

      Dos embaucadores de pro:

      Casanova y Cagliostro

      Como suele suceder, lo positivo va acompañado de lo negativo, y la sociedad del antiguo Régimen por lo que respecta a la masonería, no pudo librarse de ello. A lo largo del siglo XVIII, una nutrida serie de estafadores, libertinos y vividores, nutrió sus filas, a los que no solo no expulsó, sino que en aras de la libertad les ayudó en ocasiones a zafarse de la justicia, citaremos dos casos: la del apuesto Casanova que algunos han denominado el don Juan italiano y la de José Bálsamo (Cagliostro) que trajo a la sociedad de su época.

      Giacomo Girolamo Casanova nació en Venecia en 1725. No es nuestro propósito narrar sus aventuras contadas por él mismo17, solo nos referiremos a su iniciación masónica en Lyon (1759), pasando por alto que para ello fuera “un varón de buenas costumbres” en aras de un conocimiento de lo hermético (más o menos profundo) en parte atractivo y de ser agradable trato. Por otra parte, como ya hemos señalado, una vida irregular incluso al margen de la ley, no era ningún obstáculo para seguir perteneciendo a la logia e incluso sus hermanos podían protegerle. Esta ayuda fraternal estaba por encima de las prácticas filantrópicas.

      Giacomo Girolamo Casanova

      Por último, nos encontramos con ese afán de la Europa Ilustrada por la búsqueda de lo esotérico, lo hermético que tanto impulsó al desarrollo de la masonería especulativa.

      Sin embargo, Casanova aunque fuera iniciado en la misma, y sus hermanos masones siempre la defendieron pretendiendo gozar de poderes ocultos, ni fundó logias, ni transmitió ninguna verdad oculta, fue un simple embaucador que se aprovechó de su encanto, en especial con el género femenino.

      Cagliostro ya es harina de otro costal. Nacido en 1743 como José Bálsamo en Palermo, Sicilia. Hijo de un humilde quincallero que murió en la miseria y de una mujer con delirios de grandeza, confiado a sus tíos maternos inició desde muy joven una ininterrumpida cadena de fechorías y de visitas a la cárcel. Intentando llegar a Egipto, símbolo masónico de primer orden, recaló en Malta donde todavía gobernaba la orden de caballeros de San Juan de Jerusalén. Su gran maestro buscaba con ahínco la piedra filosofal, pero un accidente mató al compañero de fatigas de José Bálsamo y este tuvo que abandonar la isla —sus estafas continuaron.

      Pasó por Roma en donde contraería matrimonio con una mujer que se dedicaría a la prostitución para poder vivir y codearse con las personalidades del momento.

      Tras muchas aventuras por diversos países, el matrimonio recaló en Inglaterra en donde en 1777 se inició en la masonería ya como conde de Cagliostro (título de su invención) en una logia de inmigrantes italianos y franceses que aplaudieron la llegada del supuesto aristócrata.

      Ya como iniciado en los tres primeros grados de la masonería, en Holanda tuvo un éxito extraordinario, inventando supercherías de transmutaciones en oro.

      En Alemania (Prusia) conoció a un tal don Pernety, expulsado de la abadía benedictina de Saint Germain de Prés y que Federico II, masón convencido, lo había nombrado conservador y miembro de la Academia Real de Berlín, quien había entrado en contacto con los Iluminados a los que nos referiremos después, aunque quizás no perteneciera a ellos. El exbenedicto se inventó un extremo rito especial con ángeles incluidos que si a Cagliostro no entusiasmó, hizo como tal, porque le interesaba tenerle como protector.

      Cagliostro creó así su propio ritual que vertió en un libro que tituló: Ritual de la masonería egipcia en el que admitían todo el esoterismo vigente hasta entonces reconocida su relación con Isis, Osiris y los arquitectos egipcios.

      Cagliostro

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