La masonería. Francesc Cardona

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La masonería - Francesc Cardona страница 9

La masonería - Francesc Cardona Colección Nueva Era

Скачать книгу

      Su notable dosis de secretismo se mostraba mediante la cautela de sus miembros al hablar de forma que ningún interlocutor pudiera descubrir lo que no era adecuado. El maestro debería saber manejar las conversaciones. Nadie que no fueran sus miembros ni sus familiares, deberían descubrir nada que perteneciera a la logia. Guardadores de la fraternidad universal, no por ello serían expulsados de la hermandad si participaban en conjuros y revoluciones, y continuarían teniendo la protección de la misma.

      La masonería se ofrecía así como una sociedad esotérica, una sociedad por encima de cualquier otro vínculo humano, incluidos los familiares y nacionales, tal como quedaba fijada en las Constituciones de Anderson, sus valores éticos estaban en condiciones de ser propagados a lo largo y ancho del planeta.

      Destaquemos que fue en las logias de masones donde se establecieron normas para evitar todo posible roce que rompiera la armonía y fraternidad, y donde la tolerancia religiosa permita la convivencia entre católicos y protestantes, precisamente en una nación (la iglesia) donde los católicos eran duramente perseguidos.

      Lledó, Joaquín. La Ilustración. Ed. Acento, Madrid, 1998.

      Ferrer Benimeli, José, A. ¿Qué es la Masonería? Historia 16, Madrid, extra IV noviembre de 1977, págs. 5-19.

      Otros citan a Samuel Hartlib que llegó huyendo de la Prusia Polaris como introductor del rosacrucismo en Inglaterra.

      Knoop, d. y G.P. Jones. The Genesis of Free masonery, Manchester, 1947.

      Tal como narraría Laurence Sterne (1713-1768) en su Viaje Sentimental: Así se interpretó la gran piedra sin labrar, propia de todas las logias masónicas se cree que simbolizaba “el hombre en su estado infantil y primitivo, basto y sin pulimento”.

      Citado por Mackenzie, Norman: Sociedades secretas. Alianza Editorial, Madrid 1973.

      Entiéndase logia como la sala de reunión y como el conjunto de miembros de una misma creencia lo mismo que la palabra iglesia.

      Martín-Albó, Miguel. Masonería, Libro, Madrid 2015. Pág. 116 y sigs.

      Reunión que se efectuó en una taberna londinense, situada junto a la Catedral de San Pablo todavía no acabada.

      Capítulo III: El siglo XVIII.

      Oposición y puesta de largo

      Las Constituciones de Anderson provocaron una fuerte oposición en algunas de las logias existentes cuyos miembros plantearon objeciones a las normas y ceremonias revisadas según una nueva edición salida a la luz en 1751, sin grandes modificaciones esenciales a las tradiciones de la masonería antigua.

      Ese mismo año, algunos miembros disidentes (Los Antiguos) crearon una gran logia de oposición y eligieron un gran maestro “según los antiguos estatutos”, la gran logia inglesa no la reconoció pero sí lo hicieron las de Escocia e Irlanda. Esta disidencia acaudillada por la logia de York se prolongará hasta el año 1813 gracias a un acuerdo entre los grandes maestros rivales, el duque de Sussex y el duque de Kent, hermanos del rey Jorge IV.

      Superando estas controversias en el siglo XVIII, siglo de la Ilustración y del despotismo ilustrado, la nueva masonería se desarrolló extraordinariamente en países tan dispares como Austria, Italia, Portugal, Suiza, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia, México, Inglaterra, Perú, etc., como gran asociación admiradora de la armonía de la naturaleza que llenaba los espíritus prerrománticos, y que permitía a cada individuo encontrar en las logias su bienestar, gracias a la tolerancia con el prójimo.

      Según la autobiografía del duque de Montagu, escogido el gran maestro en 1721, la masonería “se convirtió en moda pública”. El duque de Montagu inauguró la costumbre de que el gran maestro recayera en un miembro de la nobleza o incluso de la familia real, costumbre que se extenderá a lo largo de los tres siglos siguientes.

      Duque de Montagu

      Los desfiles armados por las calles londinenses luciendo sus complots mandiles, poco tenían que ver con el secretismo de la asociación. La mayoría de sus miembros pertenecía a la clase media acomodada, y su respetabilidad estuvo fuera de toda duda, tal como lo continúa siendo en la mayoría de países protestantes.

      La expansión recibió un impulso extraordinario, sus causas fueron varias: la clase media y la naciente burguesía vieron un medio a través de ella para codearse con la aristocracia. No excluía ni a católicos, ni a judíos, incluso los miembros de procedencia más humilde, como los aristócratas, podían recibir (aunque fuera teórico) un conocimiento presuntamente oculto, reservado a los iniciados, y tenían como aliciente poder sentarse al lado del duque. Por último, el conocimiento establecido en el seno de la logia espoleaba la creación de relaciones de primer orden en campos tan sugestivos como los negocios, la política o la influencia social.

      Los tres primeros grandes maestros de Inglaterra fueron de ciencia; pero el cuarto, fue un duque. Desde entonces los grandes maestros han sido con frecuencia miembros de la familia real y entre ellos los más encumbrados fueron el príncipe de Gales (luego Eduardo VII) y el duque de York (después Jorge VI).

      Siguiendo los postulados masónicos, las logias inglesas fueron ajenas a las disputas religiosas, manteniéndose totalmente al margen, así como de las luchas políticas, y se pusieron del lado de la dinastía Hannover a la sazón en el trono, la constitución parlamentaria (no escrita) y la tolerancia religiosa bajo la tutela de la Iglesia anglicana.

      En 1725 un grupo de terratenientes ingleses que se habían establecido en París fundaron una logia en 1725. Sin embargo, fueron los protestantes holandeses, enemigos de los británicos en el siglo XVI, por el dominio del mar, los primeros que alzaron la voz en contra de la presencia de logias especulativas en su suelo debido a la absorción en parte del contenido espiritual de sus enseñanzas protestantes incompatibles con el cristianismo y también por el peligro de conspiraciones a través de las logias.

      En 1737, Luis XV de Francia promulgó un decreto que prohibía tener cualquier trato con la francmasonería por parte de sus súbditos porque su entramado doctrinal no era compatible con el catolicismo y también porque el potencial subversivo de que disponían, era evidente. Las logias celebraban sus (temidas) reuniones unas veces en plena libertad y otras llegaba la policía y sus miembros eran apresados.

      Por último, el 28 de abril de 1738, el papa Clemente XII dio un documento papal que prohibía a los católicos pertenecer a la masonería so pena de excomunión y basaba tal interdicto en consideraciones doctrinales y, sobre todo, el rechazo pleno a la cosmovisión masónica por parte de la confesión católica. La Santa Sede se daba perfecta cuenta de las consecuencias políticas derivadas de la acción de las logias. El interdicto fue renovado por Benedicto XIV en 1751.

      Todo ello impidió su desarrollo en algunos países católicos como España, Nápoles y otros. La masonería contestó

Скачать книгу