Contrapunteos diaspóricos. Agustín Laó-Montes

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Contrapunteos diaspóricos - Agustín Laó-Montes

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“raza” es definida fundamentalmente por la esencialización jerarquizada de cuerpos, culturas, conocimientos, memorias y geografías a partir de la ideología de Occidente y Europa como corazón de la blanquitud, como referentes universales de racionalidad, belleza, excelencia ética y buen gobierno. En este sentido la categoría raza fue la primera en surgir históricamente y el razonamiento raciológico constituye un sustrato a las formas de identificación cultural de la Modernidad capitalista. Las tecnologías de racialización, entre las que incluimos: esencialización, cosificación, corporalización, naturalización e infantilización, también orientan los procesos de etnicización.

      Tocando ese tambor, Quijano afirma: “El racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en América y reproducidos después en el resto del mundo colonizado, como fundamentos de la especificidad de las relaciones de poder entre Europa y las poblaciones del resto del mundo”.

      Aquí cabe subrayar la centralidad de la clasificación y estratificación racial en la constelación de poder y en las definiciones de identidad en la Modernidad capitalista y la concatenación entre racialización y etnicización. Para explicar esto con mínima claridad, necesitamos explorar más la relación entre los conceptos de raza y etnicidad y las articulaciones de ambas categorías con las de nación y nacionalidad.

      A. RAZA, ETNICIDAD Y CATEGORÍAS ÉTNICO-RACIALES

      Comienzo por reafianzar que la racialización de la humanidad y el planeta –de sus sujetos, poblaciones, territorios y saberes– es un eje fundamental en los procesos de globalización capitalista en su longue durée, que informa tanto la configuración del mundo en continentes, regiones, civilizaciones y naciones, como en la definición y división de las identidades –étnicas, raciales, nacionales, religiosas, lingüísticas, de género, sexualidad, etcétera–.

      En suma, reafirmo que este concepto de raza no se reduce al color y tiende a incluir criterios culturales como valorizaciones de conducta y criterios estéticos y civilizatorios en los que se postula una alegada superioridad de la civilización occidental sobre los llamados “orientales” y por encima de África, entendida esta como el continente oscuro en las tinieblas y sin historia. De aquí la expresada relación entre racialización y etnicización. Entonando esa clave que articula marcadores corporales y culturales hablamos de categorías étnico-raciales y argumentamos que existen relaciones de determinación recíproca entre raza, etnia y nación.

      El concepto de etnicidad suele entenderse como una agrupación histórica de carácter cultural y tiende a distinguirse de lo racial argumentando que corresponde más fidedignamente con los procesos de formación de comunidad e identidad. Pero como argumenta Fredrick Barth (1998), las fronteras étnicas son construcciones históricas148. Más aún, los procesos de etnización tienden a establecerse con base en lógicas de naturalización y jerarquización entre colectividades histórico-culturales análogas a los procesos de racialización. Históricamente, el concepto de etnicidad surge en el siglo XIX, a partir de luchas históricas y desarrollos epocales, lo que le da mucho menos antigüedad que el constructo raza que hemos trazado al largo siglo XVI149.

      Hay dos fuentes principales en la emergencia de la etnicidad como categoría clave en el discurso intelectual y político. El primer fenómeno es la maduración de los discursos nacionalistas entre mediados y finales del siglo XIX, en los que la “comunidad imaginada” que es la nación se representa en los discursos hegemónicos como una cultura nacional que funciona como una especie de etnicidad ficticia que subordina a sus otredades internas que, en esa lógica, son calificados como “grupos étnicos”150. En Europa los ejemplos más notables de dichas otredades étnicas en el interior de cada nación son los rom o gitanos y los judíos a través de toda la región. En Estados plurinacionales como España, hay formaciones de pueblo con su propio lenguaje e identidad como los vascos y los catalanes151.

      La nación como comunidad político-cultural y la nacionalidad como identidad que le corresponde tienden a fundamentarse en discursos esencialistas de acuerdo con lógicas de reducción y exclusión de corte racial152. La cultura nacional se erige como etnicidad ficticia a través de un quehacer identitario que suprime las diferencias en su interior y excluye otredades internas raciales, de clase (campesinos y obreros) y sexuales (homosexuales en los discursos patriarcales y de mujeres en las representaciones homoeróticas de nación); a la vez que se construye a partir de lógicas racialistas en las que a los sujetos nacionales se les atribuyen rasgos fijos y uniformes de personalidad, como cuando se afirma que los chinos son laboriosos y los puertorriqueños vagos. La nación como forma histórica surgió articulada con referentes raciales. Los Estados naciones del vasto territorio que hoy llamamos América Latina nacieron en el terreno disputado de ideologías racistas occidentalistas que asociaron las incipientes repúblicas como herederas de la civilización occidental europea, como corazón de la blanquitud, a contrapunto de discursos criollos descoloniales como los del puertorriqueño Betances, y de los cubanos Martí y Maceo, que esgrimieron un americanismo crítico en el que el indio y el negro no eran problema, sino fuente vital de identidad y cultura153. A contrapunto, en Estados Unidos prevaleció la ideología de la nación-imperio como la “república blanca” que persiste hasta hoy día, como se demuestra en la retórica del recientemente electo presidente Trump (Laó-Montes, 2003).

      En Estados Unidos, las denominaciones étnicas han sido de gran elasticidad histórica debido al carácter nutrido y continuo de las inmigraciones, acompañado por la persistencia del blanqueamiento como estrategia de nacionalización. Es así que a principios del siglo XX se consolidaron cambios en la definición étnico-racial llamando no-blancos a grupos como los italianos e irlandeses, que eran considerados fuera del criterio anglosajón de blanquitud, que ahora se racializaron como blancos caucásicos154. Como consecuencia de estos procesos de blanqueamiento, la etnicidad de los nuevos blancos, como italianos e irlandeses, en gran medida se absorbió en sus adscripciones raciales155. A contrapunto, las ideologías de blanquitud en la región que hoy conocemos como América Latina, tendieron a fundamentarse en discursos de mestizaje desde principios del siglo XX. Es decir, mientras en los EE.UU. primó la racialización como no-blancos si hay ancestralidad distinta a lo considerado blanco, en América Latina se ha tendido a integrar el llamado mestizaje en los discursos de blanquitud156.

      En los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, emergen identificaciones étnico-nacionales como méxico-americanos y puertorriqueños, que devienen en la década de 1980, en la panetnicidad latina/o de los Estados Unidos. Lo común a través de esta historia es que la narrativa nacional hegemónica se define con base en la contradicción entre los relatos de la “república blanca” y “la nación de inmigrantes”, donde a pesar de un supuesto pluralismo cultural prima la eurodescendencia como pilar de una ideología en la que “los étnicos” tienden a ser los otros internos de la nación blanca. Este discurso hegemónico de la república blanca es ejemplificado en las llamadas identidades con guion, como los africano-americanos, mexicano-americanos y asiático-americanos. En este pentagrama étnico-racial el entrelace entre raza, nación y etnicidad se revela en naciones translocales del Caribe hispano –entendido como el traspatio en el imaginario imperial yanqui– como los dominicanos y puertorriqueños, que como sujetos coloniales y neocoloniales son racializados como no-blancos en los Estados Unidos (aun los de piel clara que en Puerto Rico y República Dominicana serían blancos), a la vez que por su nacionalidad son etnicizados como grupos étnico-nacionales y/o con la categoría panétnica latinos de los Estados Unidos que, a su vez, tiene un contenido racial a partir de la distinción civilizacional entre anglos y latinos. Dicha complejidad no debe negar la especificidad de la diferencia afrolatina de las/los dominicanos y puertorriqueños negros, muchos de los cuales han asumido identidades afroamericanas y afrodiaspóricas.

      Otro ejemplo revelador de la complejidad y formas variadas como se articulan

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