Contrapunteos diaspóricos. Agustín Laó-Montes

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Contrapunteos diaspóricos - Agustín Laó-Montes

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de producción, y los efectos de significación del arsenal conceptual generado en proyectos científicos que buscan descubrir la verdad del hombre”. Ferreira da Silva (2007) argumenta que la racialidad localiza el sujeto moderno, el Hombre, como varón blanco, “confinado al Oeste de Europa y su sucursal Norteamericana”, mientras “produce la otredad de Europa como un ser sin capacidad de autodeterminación”, con base en una lógica en la que “la historia natural y la ciencia de la vida, convierten los rasgos corporales y geográficos en significantes de atributos mentales, morales e intelectuales, que demuestran el poder productivo de la razón universal” desde la ideología “del humano secular terrestre del Renacimiento hasta el mapiamento científico global de la humanidad en el siglo XIX”114.

      En clave análoga, aquí buscamos definir una perspectiva epistémica que nos permita estudiar y explorar las condiciones de posibilidad y los procesos constitutivos de la racialidad como elemento central de la matriz de poder moderna/colonial que configura el sistema-mundo capitalista en su larga duración. Entonando ese son, dibujaremos un marco categorial, y referentes teóricos y metodológicos para elaborar una analítica, para conceptualizar e investigar las formaciones étnico-raciales, el racismo en su pluralidad y complejidad, y la política racial como el elemento más dinámico y transformador de la cuestión étnico-racial. La formulación de esta analítica será fundamental como marco teórico en la cartografía de la política en Nuestra Afroamérica, que es el objeto de estudio de este libro115.

      MODERNIDAD, COLONIALIDAD DEL PODER Y LA INVENCIÓN DE “RAZAS” Y “RACISMOS”

      ¿Qué entendemos por colonialidad del poder y cuál es su importancia como categoría de interpretación histórica y social? ¿Cuál es su valor crítico tanto en términos epistémicos como ético-políticos? Quijano define la colonialidad como “un patrón de poder”, es decir un entramado de relaciones que articula de manera compleja una multiplicidad de formas de dominación, explotación y conflicto en relación con la organización y apropiación de seis ámbitos fundamentales de la vida social: autoridad, comunicación, naturaleza, sexo, subjetividad y trabajo. Dichos elementos están entrelazados a la vez que representan dimensiones particulares del espacio y proceso social. Otra estrategia de representación conceptual de la colonialidad del poder es como el entrelace de cuatro regímenes de dominación, explotación y conflicto: capitalismo, racismo, imperialismo y patriarcado. Una tercera manera de representar la colonialidad del poder es como tres ejes intersectados: el eje de explotación del trabajo por el capital, el eje de dominación etno-racial y cultural, y el eje de dominación sexual y de género.

      Denominamos las formas modernas de la dominación usando el sustantivo colonialidad para significar y acentuar no solo su origen colonial, sino sobre todo la continuidad de estas jerarquías de poder y formas de desigualdad y opresión –económicas, geopolíticas, epistémicas, étnico-raciales, sexuales, éticas, estéticas, religiosas, lingüísticas– en la larga duración de la historia de la Modernidad capitalista116. Es en este sentido que esgrimimos el concepto de colonialidad del poder y del saber.

      La colonialidad del poder/saber se entiende como un proceso histórico-mundial constitutivo de la Modernidad capitalista que caracteriza fundamentalmente el camino de globalización que surge en el largo siglo XVI, constituido por la conquista de las Américas, el comercio esclavista trans-Atlántico y la institucionalización del sistema de plantaciones, la emergencia de imperios europeos modernos y, eventualmente, un orden geopolítico basado en un sistema de Estados naciones, y la emergencia de la ideología de Occidente como marco discursivo para dar sentido a las nuevas formas de dominación tanto religiosas y lingüísticas como culturales y epistémicas, lo cual implicó la emergencia de nuevos modos de identificación e inter-subjetividad. Es en esta coyuntura cuando emerge el capitalismo centrado en el Atlántico como modo de producción dominante, junto a las invenciones simultáneas de las Américas, África y Europa, en cuanto categorías geohistóricas de civilización y región que corresponden con constructos raciales117. Se crean las formas de clasificación y estratificación racial junto a los nuevos modos de explotación del trabajo subyugados a las dinámicas de acumulación de capital en el naciente mercado mundial. Con la redefinición del poder patriarcal, se origina el patrón de colonialidad del poder que continúa dominando mundialmente hasta el día de hoy.

      Esta madeja de relaciones, procesos y estructuras, lo representamos como el entrelace de cuatro regímenes de dominación –capitalismo, patriarcado, racismo e imperialismo–, que componen la matriz principal de poder y saber que configura la modernidad/colonialidad. Estas cuatro formas de dominación constituyen un intricado ensamblaje, en vista de que el capitalismo tiene dimensiones patriarcales y raciales, como la división y estratificación sexual y étnico-racial del trabajo a escala mundial; y el imperialismo contiene discursos y políticas patriarcales y raciales de dominio del hombre blanco sobre territorios y cuerpos feminizados, racializados, infantilizados y erotizados, para ser apropiados y explotados118.

      La otra estrategia de representación de la colonialidad es como tres ejes intersectados de poder y conocimiento. Comenzamos con la relación entre capital y trabajo, pero no porque tenga primacía, ya sea temporal o causal, ya que como hemos indicado, la matriz de poder moderna/colonial que deslindamos es un conjunto complejo en el que todas las partes tienen su especificidad, a la vez que se refieren necesariamente y recíprocamente unas a otras. Aquí el argumento es que en dicho patrón todas las formas históricas de organización y explotación del trabajo social (reciprocidad, esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil y salario) se articulan en subordinación al capital global. Este planteamiento supone e implica un análisis del capital como una relación social de explotación no solo del trabajo asalariado (como en concepciones eurocéntricas), pero de una pluralidad de formas laborales que convergen en el mercado mundial guiadas por la búsqueda de ganancias a través del proceso global de acumulación de capital119.

      Pero este proceso, que nos sirve de entrada para entender las desigualdades en la distribución de riqueza en el mundo, no se explica simplemente con base en las categorías de la economía política. La división desigual de la economía mundial capitalista en tres estratos (centro, semiperiferia y periferia) que surge a partir del largo siglo XVI y de gran manera permanece hasta hoy día, se establece con base en la institucionalización de regímenes raciales de explotación del trabajo, en los que el trabajo asalariado se concentró en las centros occidentales y las formas más coercitivas (como la esclavitud y las servidumbres) en los espacios subalternos periféricos, incluyendo las periferias situadas en los territorios del centro. Esta correlación entre la desigualdad laboral y racial permanece hasta hoy día. Dichas formaciones que Santiago-Valles denomina “regímenes globales-raciales”, integran la estratificación étnico-racial en la explotación del trabajo con la desvalorización de los cuerpos, culturas, conocimientos, historias y territorios de los sujetos racializados negativamente como no-blancos y no-occidentales120.

      Estas jerarquías en la distribución global de la riqueza también se corresponde con las divisiones geopolíticas que se han establecido dentro del patrón de poder moderno/colonial. El surgimiento del primer Estado absolutista en 1492, con la mal llamada reconquista de la península ibérica por los castellanos, fecha que marca la configuración de un nuevo espacio global a partir de la colonización del denominado Nuevo Mundo, a la vez dio inicio a la era de los imperios y Estados modernos. Esto implicó una redefinición de los espacios institucionales de poder y de los cuerpos políticos que desembocó primero en la organización de un sistema inter-estatal que se institucionalizó con el Tratado de Westphalia, bajo la hegemonía holandesa en el siglo XVII, llegando después de la Segunda Guerra Mundial hasta las Naciones Unidas bajo la hegemonía estadounidense121. En este escenario, la convergencia de la competencia entre Estados imperiales persiguiendo la dominación político-militar, la hegemonía diplomática e intelectual, y la primacía económica en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista, es uno de los entramados principales de la larga

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