Contrapunteos diaspóricos. Agustín Laó-Montes

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Contrapunteos diaspóricos - Agustín Laó-Montes

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panameños, y con las categorías panétnicas/regionales “latino” y “caribeño”, indicando así tanto la relación necesaria como la distinción relativa de estos constructos identitarios. Este ejemplo de las combinaciones y permutaciones de las identidades afropanameñas en la ciudad de Nueva York demuestra cómo raza, nación y etnicidad son categorías que tienen sus significaciones propias de carácter abierto, ambiguo, complejo e inestable, a la vez que están entrelazadas.

      La segunda razón principal por la cual se comenzó a generalizar el uso del lenguaje de la etnicidad a finales del siglo XIX fueron las luchas contra el llamado racismo científico que se cultivó desde las “ilustraciones” europeas –alemana, escocesa y francesa– y que se consolidó con la emergencia de las ciencias sociales y el paradigma cientificista newtoniano desde el siglo XIX hasta principios del XX157. En América Latina fue la era del positivismo que produjo sus propios movimientos de eugenesia (Stepan, 1991).

      A contrapunto, fueron madurando ideas antirracistas de nuevas corrientes teóricas constructivistas sobre lo étnico-racial, a la par con movimientos contra el racismo desde niveles locales y nacionales hasta de escala mundial, que abogaban por la equidad y la realización plena de la ciudadanía y la democracia. Un momento importante en esta sinergia de corrientes intelectuales y políticas fue el Congreso Mundial Contra el Racismo, celebrado en Bristol, Inglaterra, en el que convergieron el sociólogo afroestadounidense W. E. B. Du Bois con dos científicos sociales eurodescendientes con posiciones de liderato en la academia norteamericana y a nivel mundial, el sociólogo Robert Park y el antropólogo Franz Boas, ambos antirracistas y que llegaron a tener gran influencia en el surgimiento de la categoría etnicidad como constructo clave en sus respectivas disciplinas. Así, los grupos étnicos llegaron a ser el objeto de estudio principal de la antropología en su acepción como estudio de las alteridades de lo moderno y de la sociología como otredades internas de la nación.

      Esto ocurrió luego de que ganara terreno intelectual y político la crítica del racismo científico que había orientado tanto a la antropología como a la biología evolutiva en el siglo XIX158. Una de las influencias mayores en dicho giro político epistémico fue la sociología de Du Bois, quien influyó incluso a su profesor Max Weber. Los argumentos pioneros de Du Bois sobre raza como construcción histórica entraron en diálogo con los planteamientos de figuras como Boas y Park, quienes propusieron remplazar “raza” por “etnicidad” como categoría básica de identidad cultural. A contrapunto de Boas y Park, Du Bois llegó a proponer un concepto de raza abierto, complejo y cambiante, capaz de incorporar criterios culturales y corporales, de ancestralidad y localización histórica, sin reemplazarlo por el de etnicidad, que como hemos argumentado, conlleva la misma carga esencialista, naturalista y jerarquizante159. Du Bois consideró el racismo como fundamental en las constelaciones modernas de poder, como también en sus formas culturales, modos de conocimiento e identidades individuales y colectivas, también a contrapunto de Boas y Park.

      Volviendo a enfocar el análisis en América Latina y el Caribe, es importante acotar que hay una marcada tendencia, tanto en el mundo académico como en la esfera política, de relacionar lo indígena con la etnicidad y lo afrodescendiente con la raza160. Dichas distinciones categóricas que tienden a cosificar los conceptos, tienen implicaciones importantes en procesos de inclusión y exclusión ciudadana, en leyes respecto a derechos colectivos –por ejemplo, de propiedad de la tierra, de educación intercultural, de representación política– y efectos significativos en la negación de reconocer tanto las identidades colectivas afrodescendientes como la presencia patente del racismo contra los indígenas.

      Aquí argumentamos que es menester tanto analizar el carácter diferenciado de los procesos de racialización y etnicización entre afrodescendientes e indígenas, como entender los espacios históricos compartidos –por ejemplo, tanto de esclavitud, servidumbre, peonaje, subempleo y marginalidad urbana, como de participación en movimientos antisistémicos– y las formas comunes de racismo que ambos han experimentado como otredades en cada nación y a través de la región. La racialización diferencial comienza dese la era colonial con dos hitos: 1) el establecimiento de la división entre “República de Blancos” y “República de Indios”, en la que no se reconocía identidad y derechos propios a los negros; 2) la pigmentocracia, como diferencia específica que estableció la negrofobia como elemento particular del racismo antinegro, como veremos. Si la agenda de Durban contra el racismo ha sido abanderada principalmente por activistas afrodescendientes, también ha ofrecido un espacio común para indígenas y afrodescendientes luchar contra el racismo.

      Es necesario destacar que tanto indígenas como afrodescendientes han desarrollado de manera particular y diferencial sus propios espacios históricos y formas de socialidad (culturales, políticos y económicos) en un entrejuego y negociación de estar dentro y fuera de los términos hegemónicos de Estado nación, país y región. En este sentido calificamos ambos como formaciones de pueblo, es decir, colectividades histórico-culturales que a partir, tanto de su condición de subordinación relativa en escenarios nacionales, regionales y globales, como de sus modos particulares de ancestralidad (ya sea continuidades milenarias del Abya Yala, ya sea “huellas de africanía”)161, han producido formas propias de identidad, comunidad, expresión cultural, organización social y política. Estas formaciones de pueblo se articulan de forma compleja e históricamente contingente en el entrecruce de las tres categorías mayores de identidad cultural en la Modernidad: raza, etnicidad y nación162.

      B. NEGOCIANDO NACIÓN, RAZA Y ETNICIDAD EN DOS AMÉRICAS

       Saco utilizaba la voz raza como sinónimo de pueblo: raza cubana, española, africana, anglosajona.

       NIURKA NÚÑEZ GONZÁLEZ. (2011)

      (en Carranzca Fuentes et al., 2011, Las relaciones raciales en Cuba)

      Las estructuras tanto materiales como mentales del racismo occidental moderno, en sus dimensiones globales y locales e institucionales y cotidianas, orientaron la producción histórica de los Estados nación a partir de las luchas de independencia del siglo XIX en las Américas, que comenzaron con las gestas de las Trece Colonias británicas de Norteamérica y la Revolución haitiana.

      El contrapunto en la forja histórica de los Estados Unidos y Haití revela diferencias profundas entre dos formaciones de raza y nación. Los Estados Unidos, una república blanca y esclavista en contraste con Haití, una república negra reconocida así en su constitución, fundada en un proyecto universal de emancipación de la esclavitud163.

      En este contexto, entre cuyos referentes históricos se destacan la Guerra México-Americana de 1846-1848 y la Guerra Cubano-Hispano-Americano-Filipina de 1898, se creó una frontera norte-sur sustentada por discursos de diferencia racial-civilizacional entre “anglos” y “latinos”, producidos tanto por intelectuales orgánicos del Imperio francés (como Ernest Renan) en competencia con los británicos por la hegemonía del sistema-mundo moderno/colonial capitalista, como por arquitectos de proyectos occidentalistas y eurofílicos de región y nación (entre los que se destaca el uruguayo Rodó)164 en oposición tanto a los llamados “Calibanes del norte” (los Estados Unidos) como a los alegados bárbaros dentro de la nación: negros, indígenas, obreros y campesinos165.

      En este dibujo de fronteras imperiales y nacionales se configuró una “zona de contacto” de intercambios desiguales y combinados, de transculturaciones asimétricas en las que se establecieron distinciones como la de las dos Américas de Martí –la América sajona y Nuestra América– con base en dinámicas geopolíticas como la designación de Centroamérica y el Caribe como el “patio trasero” de los Estados Unidos

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