El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der Kolk

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El cuerpo lleva la cuenta - Bessel van der Kolk

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me preguntaba cómo cuarenta y siete, casi la mitad, se las habían apañado para encontrar mi consulta en el sótano del hospital.

      Además, los manuales decían: «Existe poco consenso sobre el papel del incesto padre-hija como fuente de una psicopatología subsiguiente grave». Mis pacientes con historias de incesto estaban lejos de no sufrir una «psicopatología subsiguiente»: estaban profundamente deprimidas, confusas y a menudo incurrían en comportamientos extrañamente autolesivos, como cortarse con hojas de afeitar. Los libros seguían prácticamente respaldando el incesto, explicando que «esta actividad incestuosa reduce la posibilidad de sufrir psicosis por parte del sujeto y permite un mejor ajuste al mundo exterior».9 En realidad, sin embargo, resultaba que el incesto tenía unos efectos devastadores en el bienestar de las mujeres.

      En muchos sentidos, estas pacientes no eran tan diferentes de los veteranos que acababa de dejar atrás en la clínica de la VA. También tenían pesadillas y flashbacks. También alternaban entre arranques ocasionales de rabia explosiva y largos periodos de desconexión emocional. La mayoría de ellas habían tenido muchos problemas de relación con los demás y les costaba mantener relaciones serias.

      Como sabemos, la guerra no es la única desgracia que arruina la vida de los seres humanos. Mientras que aproximadamente un cuarto de los soldados que sirven en zonas de guerra se espera que desarrollen problemas postraumáticos graves,10 la mayoría de los estadounidenses sufren un crimen violento en algún momento de su vida, y algunos informes más detallados han revelado que doce millones de mujeres en Estados Unidos han sido víctimas de violación. Más de la mitad de todas las violaciones se producen en chicas menores de quince años.11 Para muchas personas, la guerra empieza en casa: cada año, se considera que aproximadamente tres millones de niños en Estados Unidos son víctimas de maltrato infantil y abandono. Un millón de esos casos son graves y suficientemente creíbles para obligar a los servicios locales de protección de la infancia o a los tribunales de menores a emprender acciones.12 En otras palabras, por cada soldado que sirve en una zona de guerra en el extranjero, hay diez niños en peligro en su propio hogar. Esto es especialmente trágico, porque para un niño que está creciendo es muy duro recuperarse cuando la fuente de terror y de dolor no es el enemigo, sino sus propios cuidadores.

      UN NUEVO ENFOQUE

      En las tres décadas que han pasado desde que conocí a Tom, he aprendido muchísimo no solo sobre el impacto y las manifestaciones del trauma, sino también sobre cómo ayudar a las personas con traumas a encontrar de nuevo su camino. Desde principios de los años noventa, las herramientas para captar imágenes cerebrales han empezado a mostrarnos lo que realmente ocurre en el cerebro de las personas traumatizadas. Esto ha resultado ser esencial para comprender el daño infligido por el trauma y nos ha orientado en la formulación de caminos completamente nuevos para la recuperación.

      También hemos empezado a comprender cómo afectan las experiencias abrumadoras a nuestras sensaciones más recónditas y a la relación con nuestra realidad física, la esencia de quienes somos. Hemos aprendido que el trauma no es solo un acontecimiento que se produjo en algún momento del pasado; también es la huella dejada por una experiencia en la mente, el cerebro y el cuerpo. Esta huella tiene consecuencias permanentes sobre el modo en que el organismo humano logra sobrevivir en el presente.

      El trauma genera una reorganización fundamental del manejo de las percepciones por parte de la mente y del cerebro. Cambia no solo cómo y en qué pensamos, sino también nuestra propia capacidad de pensar. Hemos descubierto que ayudar a las víctimas de traumas a encontrar las palabras para describir lo que les ha ocurrido es profundamente significativo, pero a menudo no es suficiente. El acto de contar la historia no altera necesariamente las respuestas físicas y hormonales de un cuerpo que permanece hipervigilante, preparado para ser asaltado o violado en cualquier momento. Para que se produzca un cambio real, el cuerpo debe aprender que el peligro ya pasó y a vivir en la realidad del presente. Nuestra investigación para comprender el trauma nos ha llevado a pensar de modo diferente no solo sobre la estructura de la mente, sino también sobre el proceso mediante el cual se cura.

      CAPÍTULO 2

      REVOLUCIONES

      EN EL CONOCIMIENTO DE LA

      MENTE Y DEL CEREBRO

      Cuanto mayor es la duda, mayor es el despertar; cuanto menor es la duda, menor es el despertar. Sin duda, no hay despertar.

      –C. C. Chang, The Practice of Zen

      Vives en esa pequeña porción de tiempo que es tuya, pero esa porción de tiempo no es solo tu propia vida, es el sumatorio de todas las otras vidas simultáneas con la tuya… Lo que eres es una expresión de la historia.

      –Robert Penn Warren, World Enough and Time

      A finales de los años sesenta, durante un año sabático entre mi primer año de Medicina y el segundo, fui testigo accidental de la profunda transición del enfoque médico con respecto al sufrimiento mental. Conseguí un trabajo fantástico como auxiliar en una unidad de investigación del Massachusetts Mental Health Center (MMHC), donde era responsable de organizar actividades recreativas para los pacientes. El MMHC era considerado desde hacía tiempo uno de los mejores hospitales psiquiátricos de la ciudad, una joya en la corona del imperio de la enseñanza de la Facultad de Medicina de Harvard. El objetivo de la investigación en mi unidad era determinar, entre la psicoterapia y la medicación, cuál era la mejor forma de tratar a pacientes jóvenes que habían sufrido un primer brote mental diagnosticado como esquizofrenia.

      La cura basada en la conversación, una derivación del psicoanálisis de Freud, seguía siendo el principal tratamiento para la enfermedad mental en el MMHC. Sin embargo, a principios de los años cincuenta, un grupo de científicos franceses había descubierto un nuevo componente, la clorpromazina (vendida bajo el nombre de Thorazine), que podía «tranquilizar» a los pacientes y reducir la agitación y los delirios. Ello dio esperanzas para poder desarrollar fármacos para tratar problemas mentales graves como la depresión, el pánico, la ansiedad y las manías, así como manejar algunos de los síntomas más perturbadores de la esquizofrenia.

      Como auxiliar, yo no estaba involucrado en la investigación de la unidad, y nunca me contaron qué tratamiento recibía ningún paciente. Todos eran más o menos de mi edad (estudiantes de Harvard, del MIT y de la Universidad de Boston). Algunos habían intentado suicidarse, otros cortarse con cuchillos o cuchillas de afeitar; varios habían atacado a sus compañeros de habitación o habían aterrorizado a sus padres o amigos con su comportamiento impredecible e irracional. Mi trabajo era mantenerlos implicados en actividades normales para estudiantes universitarios, como comer en la pizzería local, acampar en un bosque del estado vecino, asistir a los partidos de Red Sox y navegar en el río Charles.

      Totalmente novato en este campo, me sentaba embelesado durante las reuniones de la unidad, intentando descifrar el complicado discurso y la lógica de los pacientes. También tuve que aprender a manejar sus arranques irracionales y sus abandonos aterrorizados. Una mañana, encontré a un paciente de pie como una estatua en su habitación con un brazo levantado en una posición defensiva, con el rostro paralizado por el miedo. Permaneció allí, inmóvil, durante al menos doce horas. Los médicos me dijeron el nombre de su patología, catatonia, pero ninguno de los libros que consulté decían nada que pudiéramos hacer. Simplemente, dejamos que siguiera su curso.

      EL TRAUMA ANTES DEL AMANECER

      Pasé muchas noches y fines de semana en la unidad, lo cual me exponía a cosas que los médicos nunca

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