Estafar un banco... ¡Qué placer!. Augusto "Chacho" Andrés

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Estafar un banco... ¡Qué placer! - Augusto

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Lázaro habían sido obreros marítimos del dique, donde se reparaban barcos.

      Eran anarcosindicalistas y pertenecían al sindicato de acción directa. Habían participado en una gran huelga en los años 1947 y 48. La patronal armó a varios carneros y trajo hampones para romper el piquete obrero frente a los diques. A una cuadra de la cancha de Progreso se enfrentaron los dos bandos y el tiroteo conmovió al barrio.

      La represión policial y judicial fue escandalosa. Fueron procesados seis dirigentes navales, que pasaron varios años presos. La huelga se perdió. Años después, el corpulento Omar Lázaro, hijo de Don Pedro, se dirigía a la puerta de la empresa Regusci y Voulminot y le gritaba a los sorprendidos obreros: «¡Carneros! No saben que hay boicot, que rompieron el sindicato...» Una docena de niños de 7 u 8 años lo acompañaban y oían sus discursos incendiarios y su consigna: La lucha continúa. Ya estaban metidos en la lucha de clases.

      El domingo llegó

      —De mañana tempranito llegaba el carro. Don Pedro y el Plomito conversaban con el caballo. Saludaban a mi madre y partíamos hacia el Prado. Ahí estaba el mejor pasto de la zona. Los tres nos poníamos a cortar. Había comida para varios días para el caballo y para una oveja, terrible comilona.

      —Al mediodía nos juntábamos todos los Pilo a comer los tallarines caseros que hacía la vieja.

      —De tarde, con mis hermanos y el resto de la barra, íbamos a ver a La Cumparsita.

      —Si era visitante, esperábamos el camión. Si en el campeonato iba bien colocada, había más de un camión y el carro de Lázaro.

      —Cuando teníamos 8 años, nos hacían sufrir: «No, los menores no pueden ir» Pero al final subíamos.

      —Llegados a la cancha, salíamos a juntar leña para hacer un fuego que duraba toda la tarde.

      —No existían los termos y había que calentar agua para las muchas calderas que alimentaban los mates.

      Ateneo 1º de mayo de La Teja

      Se crea en 1964 y fija su sede en el sindicato de resistencia de obreros panaderos, en Fraternidad y M. Berinduague.

      Hasta ese momento funcionaba el Ateneo Cerro-Teja, con sede en el Cerro. Se pensó que había fuerzas suficientes para crecer en el barrio, actuando en forma coordinada con los compañeros del Cerro.

      Contar con un local propio hizo que las tareas que se planteaban comenzaran a concretarse. Hubo una charla de Arnaldo Gomensoro sobre «Disciplina militante», que ayudó a esos jóvenes desordenados y generosos. Un día Hugo Paz, estudiante de Medicina, recibe en el Sindicato a un joven influenciado por el payador Carlos Molina —Quiero ser anarquista —dijo. Ayudado por «el Carita», obrero panadero, comienzan a conversarlo. Era Idilio De León. «El gauchito» o «el gaucho» Idilio, con sus 18 años.

      En ese 1964, De León y Soba juntos se integraron a la FAU, en la Agrupación de La Teja y juntos participaron durante años, de todas las actividades del barrio.

      Construyendo utopías

      Es momento de hacer realidad un sueño de todo el barrio. ¡Una cancha propia!, en el medio de la zona.

      El Ateneo decide llevar adelante la iniciativa con la gente. Hay un gran terreno «disponible» en Ameghino y Dionisio Coronel. Hace muchos años que está vacío y no está claro a quién pertenece. La dificultad es que en el país, no hay antecedentes de ocupaciones de tierras. Son cuatro los encargados de planificar todas las tareas, previendo posibles contratiempos: Hugo Paz, Pampín, Idilio y Raúl De León. El Plomito fue otro de los «conjurados».

      Llegado el día fijado, esa zona de La Teja, habitualmente tranquila, se ve conmocionada por la actividad afiebrada de unos 15 vecinos que invaden el baldío. El Trompa, verdulero de la Teja, con la ayuda de varios jóvenes, prepara los bloques. Otros vecinos colocan los palos reglamentarios, en unos agujeros que se habían preparado unos días antes. Varios con baldes llenos de cal y brochas marcan el perímetro. Al mismo tiempo aparecen las áreas y el círculo central, con el color blanco que se ve a la distancia.

      Al finalizar la tarea, la estructura de la «sede social» está terminada. Será el «rancho» de la Cumparsa. A su costado, la pieza de lo que será la Policlínica.

      No pasa nada. El estado es lento en reaccionar. Al poco tiempo se inaugura la policlínica, a cargo de un médico solidario. También el comedor infantil, muy necesario, pues eran tiempos en que no se comía en las escuelas. El criterio de admisión era amplio. Siempre aparecía un necesitado adulto, que recibía un plato de guiso.

      En la noche era parecido. El rancho era grande y había cuchetas. El que necesitaba, se quedaba a dormir. Pero había un control del grupo responsable del local.

      Fútbol y amor en el barrio

      Uno de los puntales de la defensa era Adalberto Soba, un lateral izquierdo movedizo, que le gustaba ir al ataque ayudando al entreala. En la lista de jugadores figuraba Alberto, en una especie de negación de un padre sin presencia.

      A los partidos concurría Elena Laguna, cuyo tío había sido golero del cuadro. Simpatizó con su vecino, que además de jugar bien era el más divertido del equipo. Al poco tiempo pasaron a vivir juntos y tuvieron tres hijos: Sandro, Leonardo y Tania.

      En 1965, junto a Ricardo Mechoso y Rodolfo Benítez, crean una cooperativa de encuadernación, en un galpón contiguo a la imprenta de Comunidad del Sur. Hasta 1968 funcionaron trabajando a pleno. Cortaban a mediodía, comían y seguían hasta la tarde.

      La revolución, sin perder el humor

      Benito fue el apodo que recibió Soba en la OPR33. Se buscaba que el nombre tuviera una relación con la persona. «El fantasma Benito se divierte» era una tira cómica argentina, muy popular en esa época.

      Era un fantasmita simpático, que se burlaba de la credulidad de los humanos. La forma de ser del Plomito era muy apreciada por sus amigos y sus vecinos.

      Relataré dos ejemplos del humor de nuestro personaje.

      Nos cuenta Miguel Lázaro, nieto de don Pedro.

      —Alberto, como le decíamos, era el protegido del abuelo, que festejaba sus ocurrencias. Una vez nos llevó al estadio, tendríamos 7 años. Cuando termina el ler. tiempo, me dice «vamos a hacerle una broma al abuelo».

      —Fuimos a la cabina de transmisión y aquél, con cara de asustado, le dice al encargado:

      —El abuelo se fue atrás de una morocha y nos dijo que si no volvía, nos fuéramos para el barrio. Pero no sabemos el camino y no tenemos plata para el bus...

      —El tipo del micrófono, muy enojado, larga un aviso muy duro, con el nombre y apellido del viejo y con los datos del barrio, para que venga a buscar a los nietitos. Y da nuestros nombres. ¡Una quemazón! Pedro vino a la carrera furioso y quería pegarle a todo el mundo. Cuando nos ve a los dos, tratados como reyes, comiendo y tomando gaseosa, se dio cuenta. Al final se mataba de la risa, pues era medio bandido con las mujeres y la broma le hizo gracia.

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