Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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Читать онлайн книгу Narrativa completa - H.P. Lovecraft страница 21
De todo lo visto fueron los relieves pictóricos los que más me impresionaron. Visibles claramente al otro lado del agua de por medio, gracias a su colosal envergadura, formaban un grupo de bajorrelieves cuyos temas hubieran podido despertar la envidia de Doré. Creo que podría creerse que aquellos seres representaban hombres... o al menos, cierto tipo de hombres; aunque se mostraba a los seres jugueteando como peces en las aguas de alguna cueva acuática, o rindiendo culto en algún santuario eterno, al parecer también bajo el agua. No me atreveré a entrar en detalles acerca de sus rostros y formas, ya que el simple recuerdo me provoca pavor. Deformes más allá de la imaginación de un Bulwer o Poe, resultaban a grandes rasgos terriblemente humanos a pesar de sus pies y manos palmeadas, labios penosamente gruesos y flácidos, ojos saltones y nublados, así como otras características aun menos felices de rememorar. Cosa bastante extraña, parecían tallados sin guardar proporción con su escena oceánica, ya que una de las criaturas era retratada en actitud de cazar a una ballena representada apenas un poco más grande. Me di cuenta de su deformidad e inusual estatura, pero inmediatamente decidí que se trataba simplemente de los dioses imaginarios de alguna tribu primitiva de marineros o pescadores; una tribu cuyo último antepasado había desaparecido antes de que surgiera el primer descendiente del hombre de Piltdown o el del Neanderthal. Horrorizado por este repentino vistazo a un pasado mucho más alejado de la imaginación del más curtido de los antropólogos, estuve meditando mientras la luna vertía misteriosos reflejos en el silencioso riachuelo que había frente a mí.
Entonces, de pronto, lo vi. Con tan solo un suave salpicar indicando su llegada a la superficie, el ente se hizo sobre las aguas oscuras. Enorme, semejante a un cíclope, horripilante, se lanzó como un temible monstruo de tormento hacia el monolito, al que cogió con sus titánicos brazos escamosos al tiempo que movía su cabeza monstruosa para emitir algunos sonidos pausados. Creo que enloquecí en ese momento.
De mi desquiciada subida de la ladera y el risco, así como de mi alucinante regreso al pequeño bote encallado, poco es lo que queda en mi memoria. Creo que canté durante largo rato, y que carcajeaba de forma extravagante cuando ya no fue posible seguir cantando. Conservo confusos recuerdos de una gran tormenta desencadenada poco después de llegar al bote; y de alguna manera sé que escuché el retumbar de truenos, así como otros sonidos que la naturaleza emite solamente en sus momentos más desbocados.
Cuando volví de entre las tinieblas me encontraba en un hospital de San Francisco, llevado allí por el capitán del navío norteamericano que había hallado mi bote en mitad del océano. Había hablado mucho durante mi desvarío, pero supe después que habían prestado poca atención a mis palabras. Mis rescatadores no conocían nada de tierras surgidas del Pacífico, y no vi prudente insistir sobre cosas que estaba seguro no creerían. En cierta ocasión visité a un famoso etnólogo y lo distraje con preguntas curiosas acerca de la antigua leyenda filistea de Dagón, el dios-pez; pero entendiendo enseguida que era incorregiblemente convencional, desistí de mi examen.
Es al caer la noche, sobre todo, cuando la luna es menguante y deforme, cuando veo al ser. Probé la morfina, pero la droga ha resultado ser solamente una solución fugaz y me ha apresado entre sus talones como esclavo sin perspectiva de escape. Así que voy a dar fin a todo, habiendo transcrito una narración completa para el conocimiento o la soberbia diversión de mis colegas. Constantemente me pregunto si no habrá sido todo una fantasía... simplemente un monstruo de la calentura sufrida mientras yacía preso de la insolación y enajenado en el bote sin techo, tras mi escape del buque de guerra alemán. Eso me digo a mí mismo, pero siempre llega una horripilante y corpórea imagen a manera de respuesta. No puedo recordar el profundo mar sin sufrir escalofríos por los seres indescriptibles que puede que en este mismo momento estén arrastrándose y removiéndose en sus fondos pantanosos, adorando antiquísimos ídolos de piedra y cincelando sus propias y odiosas imágenes en obeliscos acuáticos de granito húmedo. Espero la hora en que surjan de entre las olas y hundir entre sus garras a los restos de una raza humana sin fuerza y menoscabada por las guerras... el momento en que la tierra se hunda y el tenebroso lecho marino se alce entre el caos general.
Se acerca el fin. Escucho algunos ruidos un poco más allá de la puerta, parece que un cuerpo gigante se enfrentara a ella, pero no podrá llegar hasta mí. ¡No! ¡la mano! ¡La ventana! ¡La ventana!
Dagon: escrito entre 1917 y 1919. Publicado en 1919.
La maldición que cayó sobre Sarnath14
Hace diez mil años la poderosa ciudad de Sarnath se alzaba en las orillas un inmenso lago de serenas aguas que no es alimentado por ningún río y que tampoco alimenta río alguno. El lago existe en el territorio de Mnar, pero hoy no hay nada en ese lugar.
Antiguamente, cuando el mundo era joven y ni siquiera los hombres de Sarnath habían llegado a la tierra de Mnar, se dice que a la orilla de aquel lago existía otra ciudad: la ciudad de Ib, tan antigua como el propio lago, construida en piedra gris y habitada por seres que no eran muy agradables de apariencia.
Eran seres extraños y deformes, como pueden ser los seres que pertenecen a un mundo apenas esbozado o que apenas se empieza a modelar torpemente. En Kadatheron, está escrito en los cilindros de arcilla que los habitantes de Ib eran, por su color, tan verdes como el lago y las nieblas que de él se forman, que poseían ojos abultados, labios gruesos y blandos, orejas muy extrañas y que no tenían voz. También está escrito que venían de la luna, de la que bajaron una noche a bordo de una gran nube junto a la ciudad de Ib construida en piedra gris y junto al inmenso lago de serenas aguas. Se sabe, que adoraban a un ídolo tallado en piedra color verdemar que era la representación de Bokrug, el gran reptil acuático, ante el cual celebraban unas espantosas danzas cuando la luna creciente mostraba su doble cuerno. Y en el papiro de Ilarnek está escrito que un día descubrieron el fuego y que desde entonces prendían hogueras para darle mayor esplendor a sus ceremonias. Pero no es mucho lo que hay escrito sobre estos extraños seres pues vivieron en épocas muy antiguas y el hombre es un ser joven y sabe muy poco de quienes vivieron en los tiempos originarios.
Transcurridos muchos miles y miles de años, de miles de eras incontables, el hombre llegó a la tierra de Mnar. Tenía la tez oscura y formaron pueblos de pastores que llegaron con sus ganados y fundaron en las riberas del tortuoso río Ai: Thraa, Ilarnek y Kadatheron. Algunas tribus más osadas que otras, llegaron hasta las orillas del lago y construyeron Sarnath en un lugar donde la tierra estaba abarrotada de metales preciosos. Estas tribus nómadas colocaron las primeras piedras de Sarnath no muy lejos de Ib, la ciudad gris, maravillándose al ver a los extraños habitantes de ese lugar. Pero junto al asombro también surgió el rechazo, pues pensaron que no era deseable que seres con un aspecto tan extraño convivieran en el mundo de los hombres, sobre todo al anochecer. Tampoco les agradaron las raras figuras talladas en los grises monolitos de Ib, ya que no había quien pudiera decir cómo habían sobrevivido esas esculturas hasta la aparición del hombre. La única explicación era que la tierra de Mnar era como un remanso de paz y se encontraba muy alejada de las otras tierras, tanto de las tierras reales como de aquellas que pertenecían al País de los Sueños.
A medida que los hombres de Sarnath iban conociendo mejor a los seres de Ib iba creciendo su rechazo, y a ello contribuyó el descubrimiento de que estos seres eran débiles y de que sus cuerpos eran blandos al contacto de flechas y piedras. Así pues, un día, los jóvenes guerreros, los honderos, los lanceros y los arqueros de Sarnath marcharon sobre Ib y mataron a todos sus habitantes. Luego arrojaron sus extraños cuerpos al lago con ayuda de unas lanzas largas ya que prefirieron no tocarlos. Como también odiaban los grises monolitos esculpidos de Ib, también los arrojaron al lago, a pesar de sentirse maravillados ante el gran trabajo que habría costado mover las grandes piedras con las que estaban construidos. Sin duda estas procedían de regiones muy lejanas, pues en la tierra de Mnar y en los países