Narrativa completa. H.P. Lovecraft

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Narrativa completa - H.P. Lovecraft Colección Oro

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formas y fantasías tan espléndidas, que eran incomparables con ninguna de cuantas yo había conocido, visiones de poetas jóvenes que murieron en la pobreza antes de que ninguna persona supiese lo que ellos habían visto y soñado. Pero, no descendimos en los prados inclinados de la tierra de Zar, pues se comenta que aquel que se atreva a pisarlos puede que no regrese nunca a su costa natal.

      Cuando la Nave Blanca comenzó a alejarse silenciosamente de Zar y de sus terrazas pobladas de templos, divisamos en el horizonte lejano las torres de una importante ciudad, y me dijo el hombre de barba:

      —Aquella es Talarión, la ciudad de las Mil Maravillas, donde habitan todos los misterios que el hombre ha querido desentrañar inútilmente.

      Cuando nos acercamos, volví la mirada y vi que era ciudad más grande de cuantas yo había conocido o soñado. Las agujas de sus templos se perdían en el cielo de tal manera que no era posible ver sus extremos y sus murallas grises y terribles se extendían mucho más allá del horizonte y tan solo dejaban asomar algunos tejados misteriosos y siniestros, los cuales estaban adornados con atractivas esculturas y magníficos frisos. Comencé a sentir un deseo ferviente de ir a tan fascinante y repelente ciudad. Le supliqué al hombre de barba que me dejara desembarcar en el muelle, junto a la gran puerta esculpida de Akariel, pero se negó muy amablemente, diciendo:

      —Muchas personas son quienes han entrado en la ciudad de las Mil Maravillas, pero ninguna ha regresado. En esa ciudad habitan tan solo demonios y locas entidades que dejaron de ser humanas. Sus calles están blancas con las osamentas de aquellos quienes vieron el espectro de Lathi que reina en la ciudad de Talarión.

      Así, dejando atrás las murallas de Talarión, la Nave Blanca reemprendió el viaje y durante muchos días siguió a un ave que volaba hacia el sur y cuyo plumaje era tan brillante que rivalizaba con el cielo del que había surgido.

      Más tarde llegamos a una costa plácida y alegre en la que, hasta donde alcanzaba la vista, abundaban las flores de todos los colores y donde encantadoras arboledas y hermosas glorietas florecían bajo el sol meridional. De unos tramados de plantas que no alcanzábamos a ver brotaban canciones y deliciosos fragmentos de lírica armonía, los cuales se escuchaban salpicados de risas. Eran tales mis ansias por llegar a ese fabuloso lugar, que exhorté a los remeros a que hicieran un esfuerzo para llegar más rápido. El hombre de barba no dijo nada, pero, mientras nos acercábamos a la orilla plantada de lirios, me miró largamente. De pronto, un viento sopló por encima de aquellos prados floridos y frondosos, y arrastró una fragancia que me hizo temblar. El viento aumentó y toda la atmósfera se llenó de olor a muerte, a putrefacción, a ciudades asoladas por la peste y a cementerios exhumados. Y mientras, desesperadamente, nos alejábamos de aquella costa maldita, el hombre de barbas habló:

      —Ese es el País de los Placeres Inalcanzados, su nombre es Xura.

      Nuevamente, día y noche, durante días, la Nave Blanca navegaba siguiendo al pájaro que volaba en el cielo por mares cálidos y venturosos, y era empujada por brisas acariciadoras y fragantes. Cuando asomó la luna llena, tan dulce como aquella lejana noche en que abandonamos mi tierra natal, se escucharon las suaves canciones de los remeros. A la luz de la luna, anclamos al fin en el puerto de Sona-Nyl, el cual está protegido por los dos promontorios gemelos de cristal que surgen del mar y que se unen formando un magnífico arco. Sona-Nyl era el País de la Fantasía y bajamos en su verdeante costa por un brillante puente que construyeron los rayos de la luna.

      En el país de Sona-Nyl no existían ni el tiempo ni el espacio, ni el sufrimiento ni la muerte. En ese lugar habité durante un tiempo sin fin. Verdes eran las arboledas y los pastos, fragantes y brillantes las flores, azules y cantarines los arroyos, claras y frescas las fuentes, magníficos e imponentes los templos y los castillos y todas las ciudades de Sona-Nyl. Son tierras sin fronteras, pues más allá de cada hermosa vista se alza otra más hermosa aún. Por los campos, igual que por las espléndidas ciudades, las personas están felices y se mueven a su antojo. Además, todas ellas poseen una gracia infinita y gozan de una alegría inmaculada. Durante el tiempo infinito en que habité en ese lugar, circulé feliz por jardines donde se observan singulares pagodas entre bellos macizos de arbustos y donde los blancos caminos están adornados de flores delicadas. Subí a la cima de las ondeantes colinas y desde allí pude admirar encantadores y bellos paisajes, con pueblos asentados en el regazo de verdes valles y ciudades con gigantes cúpulas doradas brillando en el horizonte infinitamente lejano. También contemplé, bajo la luz de la luna, el mar resplandeciente, los promontorios de cristal, y el calmado puerto en el que la Nave Blanca permanecía anclada.

      Una noche del inolvidable año de Tharp, vi la silueta recortada contra la luna llena del pájaro celestial que me llamaba, y comencé a sentir los primeros síntomas de inquietud. Fui a hablar con el hombre de barbas y le mencioné mis nacientes deseos de partir hacia la lejana ciudad de Cathuria que, aunque todos la creen más allá de las columnas basálticas de Occidente, nunca ha sido vista por hombre alguno. Los hombres pregonan que es el País de la Esperanza, que en ella resplandecen las ideas perfectas de todo cuanto conocemos. Pero el hombre de barba me dijo:

      —Debes cuidarte de esos mares peligrosos donde los hombres dicen que se encuentra Cathuria. Aquí en Sona-Nyl no existen ni el dolor ni la muerte, pero, ¿quién puede saber qué hay más allá de las columnas basálticas de Occidente?

      Sin embargo, el plenilunio siguiente me embarqué en la Nave Blanca y abandoné el feliz puerto, rumbo a mares inexplorados, junto al renuente hombre de barba.

      Guiándonos con su vuelo, el pájaro celestial nos llevó hasta las columnas basálticas de Occidente. Esta vez los remeros no cantaron sus dulces canciones bajo la luna llena. En mi imaginación, a menudo veía el desconocido país de Cathuria con espléndidos jardines y palacios, y me preguntaba qué nuevas delicias me estarían esperando. “Cathuria”, me decía, “es el hogar de los dioses y el país donde existen incontables ciudades de oro. Igual que los de Camorin, sus bosques son de sándalo y aloe, y entre sus árboles trinan alegres pájaros que entonan amables cantos. Entre sus verdes y floridas montañas se elevan templos de mármol rosado, ricos en bellas pinturas y bellas esculturas, con hermosas fuentes de plata en sus patios donde burbujean, con una música encantadora, las frescas aguas del río Narg, el cual nace en una gruta. Las ciudades del país de Cathuria están cercadas con murallas de oro y también lo son sus pavimentos. En los jardines de las ciudades hay exóticas orquídeas y lagos perfumados cuyos lechos son de ámbar y coral. Durante la noche, las calles y los jardines están iluminados con alegres linternas, elaboradas con las conchas tricolores de las tortugas y se escuchan las suaves notas del cantor y del tañedor del laúd. Todas las casas de las ciudades de Cathuria son palacios construidos junto a un canal que lleva las fragantes aguas del sagrado río Narg. Son casas de mármol y de pórfido, y los techos, también de oro centelleante, reflejan los rayos del sol y hacen más hermosas las ciudades que, desde lejanos picos, son contempladas por dioses bienaventurados. Lo más maravilloso es el palacio del gran rey Dorieb, de quien muchos dicen que es un semidiós y otros que es un dios. El palacio de Dorieb es muy alto y sobre sus murallas se alzan muchas torres de mármol. En sus grandes salones se reúnen multitudes y en ellos cuelgan trofeos de todas las épocas. El techo es de oro puro y está sostenido por altos pilares de rubí y de azurita donde han sido esculpidas figuras de dioses y de héroes de tal magnitud, que aquel que las mire creerá estar contemplando el Olimpo viviente. El suelo del palacio es de cristal, y bajo él corren, ingeniosamente iluminadas, las aguas del río Narg. En ellas nadan alegres peces de colores, desconocidos más allá de los confines de la encantadora Cathuria”.

      Todo eso me decía a mí mismo de Cathuria, aunque el hombre de barba no dejaba de aconsejarme que regresara a las bienaventuradas costas de Sona-Nyl.

      —El país de Sona-Nyl es conocido por los hombres, mientras que Cathuria jamás ha sido vista por nadie —decía.

      Después de treinta y un días siguiendo

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