Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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—¡Malditos! —gritó (Hardman, no el gato)—. ¡Estoy viendo cómo se alteran mis planes de apoderarme de esa granja y esa chica! ¡Pero Jack Manly no me ganará! ¡Yo soy un hombre con poder… ya veremos!
Así que fue a la humilde granja de Stubbs, donde halló al dulce padre en su destilería clandestina, aseando las botellas bajo la supervisión de la encantadora madre y esposa, Hannah Stubbs. El infame fue directamente al grano y dijo:
—Granjero Stubbs, desde hace mucho tiempo siento un tremendo amor por su tierno retoño, Ethyl Ermengarde, la pasión me consume y deseo pedir su mano. Siendo como soy una persona de pocas palabras, no voy a perder el tiempo con eufemismos. ¡Entrégueme a la chica o hago efectiva la hipoteca y me haré dueño de sus propiedades!
—Pero, señor —se defendió el desconcertado Stubbs, mientras su sorprendida esposa no hacía sino sofocarse.
—Estoy convencido de que el amor de la chica es para otra persona.
—¡Ella tiene que ser mía! —se rio con aspereza el indigno caballero.
—Ya haré yo que me ame… ¡nadie se opone a mi voluntad! ¡O se convierte en mi esposa o la granja cambiará de manos!
Y con una venenosa carcajada y un floreo de su fusta, el caballero Hardman se esfumó en la noche. Apenas se marchó, llegaron por la puerta de atrás los felices enamorados, deseosos de compartir con el matrimonio Stubbs su recién revelada felicidad, ¡Imaginen la absoluta consternación que se produjo cuando se supo lo ocurrido! Las lágrimas se derramaban como la cerveza, hasta que Jack se acordó que él es el héroe y levantando su cabeza expresó en tono debidamente viril:
—¡Nunca la bella Ermengarde será ofrecida en sacrificio a ese animal mientras yo viva! ¡Yo la cuidaré… es mía, mía, mía… y mía! ¡No tengan miedo, queridos padre y madre, que yo los cuidaré siempre! ¡Mantendrán intacto su viejo hogar (aunque, por cierto, Jack no sentía mucho agrado hacia la producción de Stubbs) y llevaré a la iglesia a la hermosa Ermengarde, la más encantadora de las mujeres! ¡Al infierno con ese maldito caballero y su podrido oro! ¡Iré a la gran ciudad y reuniré el dinero para ayudarlos y cancelar la hipoteca antes de que esta se venza! Adiós querida mía… te dejo con lágrimas en los ojos, ¡pero regresaré para pagar la hipoteca y reclamar tu mano!
—¡Jack, mi ángel!
—¡Ernie, mi dulce amor!
—¡Eres el más adorable!, ¡Querido!… y no te olvides del anillo de Perkins.
—¡Oh!
—¡Ah!
III. Un acto detestable
Pero el atrevido caballero Hardman no era un hombre fácil de vencer. Cerca del pueblo existía un poco respetable asentamiento de chozas sucias, poblado por una chusma perezosa que vivía del robo y otros virtuosos oficios por ese estilo. Allí, el desalmado caballero empleó dos secuaces… tipos de mal aspecto que, por supuesto, no eran caballeros. Y a media noche, los tres irrumpieron en la granja de Stubbs y raptaron a la dulce Ermengarde, confinándola en una destartalada choza, bajo la vigilancia de una horrenda y vieja arpía llamada Madre María. El granjero Stubbs estaba destrozado y hubiera publicado anuncios, de no haber tenido un precio de un centavo por palabra. Ermengarde tenía un carácter firme y nada lograba hacer variar su negativa de casarse con el villano.
—Ajá, mi arrogante belleza —le dijo él—. ¡Ahora estás en mi poder y más pronto que tarde someteré tu voluntad! ¡Mientras tanto, piensa en tus pobres y viejos padres, vagando sin techo por el campo con el corazón roto!
—¡Oh, déjelos en paz, déjelos en paz! —rogó la doncella.
—Jamaaaás… jajajajajaja —se reía el villano.
Así transcurrían los días sin esperanza alguna, mientras, sin saber nada de lo ocurrido, el joven Jack Manly buscaba fama y fortuna en la gran ciudad.
IV. Sutil villanía
Un día, mientras el caballero Hardman estaba descansando en el salón al frente de su costosa y palaciega mansión, entregado a sus juegos favoritos de hacer chirriar los dientes y blandir su fusta, se le ocurrió un pensamiento brillante y maldijo la figura de Satanás que tenía sobre su repisa de ónice.
—Me maldigo —gritó—. ¿Por qué estoy perdiendo el tiempo con esa joven cuando puedo tener la granja mediante un sencillo embargo? ¡No lo había pensado! ¡Puedo olvidarme de la chica, obtener la granja y casarme con cualquier hermosa dama de la ciudad, como esa primera actriz de la compañía de variedades que se presentó la semana pasada en el teatro del pueblo!
Y, fue hasta la choza, le pidió disculpas a Ermengarde, la dejó ir a casa y regresó a la suya, a pensar en nuevos crímenes y a crear nuevas formas de maldad. Los días transcurrían y los Stubbs estaban cada vez más preocupados según se acercaba la pérdida de su casa sin que nadie fuera capaz de solucionarlo. Pero, un día, un grupo de cazadores de la ciudad llegó a los terrenos de la vieja granja y uno de ellos descubrió ¡¡el oro!! Escondiendo el hallazgo a sus compañeros, aparentó haber sido mordido por una serpiente y fue hasta la granja de los Stubbs a buscar el remedio habitual en esos casos. Ermengarde fue quien abrió la puerta y lo vio. Él también la vio a ella y en ese mismo instante, decidió obtener tanto el oro como a la chica.
—Por mi vieja madre que voy a lograrlo! —se dijo para sus adentros—. ¡Ningún sacrificio será excesivamente grande!
V. El tipo de ciudad
Algernon Reginald Jones era un cultivado hombre de mundo, oriundo de la gran ciudad y en sus delicadas manos, nuestra pobre y joven Ermengarde no era más que una niña. Uno casi podía creerse aquello de que tenía dieciséis años. Algy se movía con rapidez y sin torpezas. Él tendría que haberle enseñado a Hardman un par de cosas en lo tocante a seducción. Tan solo una semana después de haber ingresado al círculo familiar de los Stubbs, en el que se movía como la serpiente que era, ¡ya había convencido a la heroína para que se escapara con él! Ella se fue a media noche, dejando una nota a sus padres, oliendo el familiar puré de patatas por última vez y dando su último beso de despedida al gato… ¡mal proyecto! En el tren, Algernon se quedó dormido y recostado del asiento, y un papel se cayó por accidente de su bolsillo. Ermengarde se dejó llevar por sus derechos de prometida, agarró la hoja doblada y leyó su aromático contenido… y ¡Oh, fatalidad! Estuvo a punto de desmayarse ¡Era una carta de amor de otra mujer!
—¡Pérfido mentiroso! —susurró, hablándole al dormido Algernon
—¡Así que esto es lo que importa para ti tu tan jurada y prometida fidelidad! ¡Tú y yo hemos terminado para siempre!
Y, después de decir esto, lo lanzó por la ventana y se apoyó en busca de un reposo que necesitaba de verdad.
VI. Sola en la gran ciudad
Cuando el escandaloso tren llegó a la oscura estación de la ciudad, la pobre e indefensa Ermengarde se hallaba sola y sin dinero suficiente como para volver a Hogton.
—Oh, ¿Por qué? —suspiraba llena de inocentes remordimientos—. ¿Por qué no le quitaría la cartera, antes de lanzarlo por la