La vida es un arma. Gerardo Garay

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La vida es un arma - Gerardo Garay

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pesar de las experiencias frustrantes y los fracasos en las luchas que los desposeídos han librado en el pasado, ­­Barrett exhorta constantemente a redoblar esfuerzos en busca de la liberación, los sectores populares son agentes de cambio y protagonistas de su historia:

      «No somos solamente hijos del pasado. No somos una consecuencia, un residuo de ayer. Antes que efecto somos causa, y me rebelo contra ese mezquino determinismo que obliga al Universo a repetirse eternamente, idéntico bajo sus máscaras sucesivas».

      Otra afirmación que realiza el Dr. Ritter es la de que en el Paraguay no se han planteado los problemas de la ‘cuestión social’. ­Barrett responde que el único modo de que no hubiese cuestión social en el Paraguay es el de que la sociedad paraguaya fuese perfecta, pero «¿se puede negar el estado miserable de la población?». El discurso de ­Barrett, además de plantear la importancia de visualizar una continuidad histórica, busca al mismo tiempo aprender de los procesos que vienen configurándose en otros países. Existen experiencias que se están dando en América Latina a las que es necesario estar atentos, «Al lado tenemos a los argentinos, hace pocos años eran sus condiciones económicas semejantes a las nuestras. Y ya han entrado en la era de la dinamita». La postura de Ritter, al negar que exista una ‘cuestión social’ en el Paraguay, opera políticamente como mecanismo de invisibilización de los conflictos sociales, y por ende, de ocultamiento de la situación de propiedad de la tierra.

      «Es inevitable la cuestión social donde rige el principio de la propiedad privada. Admitimos que el Paraguay no padece los excesos del capitalismo. Mañana los padecerá, traídos forzosamente por lo que llamamos democracia, civilización, progreso. El planteo de la cuestión social sería tanto más ventajoso cuanto que es siempre más fácil prevenir que curar».

      ­Barrett defiende en estos textos un socialismo agrícola. El principal problema para la igualdad y el desarrollo humano en los países americanos que conoció (Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay) era la posesión de la tierra; como bien apunta Cappelletti, «estas ideas, que pueden parecer simplistas a un socialista de nuestros días, no eran, sin embargo, inexplicables en un país gobernado por estancieros, en una región que había albergado el imperio agrícola de los jesuitas». Las vueltas de la historia le dan una vigencia peculiar a su pensamiento, especialmente en épocas en las que el Estado adquiere las características de una empresa transnacional en la apropiación y venta de tierras.

      La crítica de ­Barrett utiliza como dispositivo discursivo la reintroducción de la temporalidad, de la contingencia y el devenir en una realidad reacia al cambio. Ante la sentencia de Ritter: «la cuestión social es insoluble», ­Barrett propone la interpretación: «la cuestión social se está resolviendo desde los comienzos de la civilización», y para esto es necesario visualizar el «enorme camino recorrido» por la humanidad, un camino de logros que es preciso reconocer: «no seamos ingratos con nuestros padres […] porque no obstante las ideas avanzan […] contemplad el inmenso fresco de la historia; ved la propiedad en perpetua retirada ante el trabajo, cediéndole una parte siempre mayor de bienestar, de inteligencia y de empuje».

      ­Barrett se muestra aquí, afirma Corral Sánchez, como «un hombre de su tiempo», al compartir la fe en el futuro, rasgo característico del pensamiento europeo del siglo XIX. Esta confianza en que la historia de la humanidad refleja el progresivo acercamiento de los seres humanos a la perfección, es deudora de una extrapolación del evolucionismo a la explicación de los fenómenos sociales y del krausismo, de importante impacto en España a fines de siglo. En este sentido, esta convicción, sumada a la grandeza intelectual que siempre le caracterizó, le permitió sopesar el aporte de Marx a las luchas populares de liberación. Critica en Marx los riesgos de caer en un determinismo económico; «estudió la lucha de clases en un frasco cerrado», los factores asumidos por Marx no pueden ser los únicos factores históricos pero no por eso las consecuencias que extrae dejan de ser, dentro de cierta esfera, válidas.

      Juzga como poco importante la trascendencia del marxismo en la ‘acción’ humana»:

      «La razón será lo que se quiera, menos un motor. ¿En qué puede vigorizar al proletariado la idea del determinismo económico? ¿Obedecerían mejor los astros a la ley de Newton, si tuviesen conciencia de ella? ¿Caería de otro modo el guijarro, si supiera que tiene que caer? De aquí la evolución del marxismo de combate. El proletariado, después de adquirir, según la bella frase de Pelloutier, ‘la ciencia de su desgracia’, se inclina a cultivar los elementos que le prometen el triunfo, que se lo prometerían y tal vez se lo procurarían aunque se tratara de un triunfo ilógico: la disciplina y la fe».

      ­Barrett otorga prioridad a la acción; el pensamiento y la razón están al servicio de ella; tal comunión entre interioridad y exterioridad —que deja como resultado el hecho de que no exista mejor argumento para convencer que la acción— recuerda a la escuela cínica de la antigüedad. Es importante actuar, moverse, abrirse al riesgo del futuro quebrando nuestros esquemas de perfección y de justicia:

      «La duda nos amordaza, nos ciega, nos paraliza. Lo justo es no moverse. El justo, como el fiel de la balanza simbólica, debe petrificarse en su gesto solemne. Resolverse a no hacer el mal es suicidarse, y sólo los muertos son perfectamente justos».

      «La gran Internacional, que hizo vacilar a Europa, fracasó por la divergencia entre los discípulos de Marx y los de Bakunin. Si la actual Internacional lograra la unión de las dos ramas en el terreno relativamente neutro del sindicalismo, los minutos que le restan de vida a la sociedad capitalista, estarían contados».

      Y el arma principal del sindicalismo es la huelga general, el «paro terrestre». En la segunda conferencia a los obreros paraguayos, define la huelga como un «instrumento de emancipación», «todas las huelgas son justas, porque todos los hombres y todas las colecciones de hombres tienen el derecho de declararse en huelga. Lo contrario de esto sería la esclavitud». Aquí se aproxima al anarquismo colectivista de Bakunin, instando a los trabajadores a apropiarse del capital, fruto de su trabajo; «cada progreso de la clase trabajadora tiene su origen en una huelga», esa es la garantía de su éxito futuro: «cuando no haya quien saque a la tierra el sustento cotidiano, los ricos no tendrán qué comer, por ricos que sean». La huelga general será el «juicio final de donde surgirá la sociedad futura». Será el comienzo de un nuevo orden social y político:

      «He aquí el papel probable de la huelga en los destinos humanos. Su acción es todavía de corto radio. Usáis de la huelga en pequeños conflictos, en problemas locales, pero no olvidéis que su trascendental misión es llegar al paro terrestre. Todo lo que se haya mantenido en pie hasta entonces se derrumbará. Y la sociedad se transformará de una manera definitiva».

      La confianza de ­Barrett en que la acción obrera transformará, en un futuro no muy lejano, las bases de la sociedad, trasunta toda su obra: «no somos el pasado, sino el presente, creador divino de lo que no existió nunca. No somos el recuerdo; somos la esperanza»; «analizad las virtudes viriles y descubriréis que se reducen a una: la

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