La vida es un arma. Gerardo Garay

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La vida es un arma - Gerardo Garay

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por el movimiento anarquista desde Proudhon, pasando por Bakunin y Kropotkin, ­Barrett es consciente de que una revolución que pretenda acabar con las diferencias de clase debe eliminar al mismo tiempo el poder político y la fuerza del Estado, bajo riesgo de engendrar una nueva sociedad de clases y un nuevo sector dominante:

      «Estamos desde hace siglos en presencia de un hecho formidable: la masa anónima, el inmenso rebaño de los que nada tienen sube poco a poco acercándose al poder. He aquí al viejo Estado enfrente del número. Mejor dicho, ahora es cuando el número adquiere, gracias a la cohesión, todo su terrible peso. El pueblo comienza a dejar de ser arena; se cuaja en roca […] Lo instructivo es que los obreros se van agrupando y organizando por el trabajo mismo; sus herramientas se convierten imperceptiblemente en armas; los aparatos con que la humanidad circula y trasmite el pensamiento están en sus manos […] El Estado se batirá; opondrá al número el número. Opondrá el ejército compuesto de hombres educados para esperar la muerte, al proletariado, compuesto de hombres que tienen la irritante pretensión de vivir».

      Es interesante observar que atribuye a la tarea de la revolución social un carácter «multiclasista», no reduciendo el protagonismo en exclusividad a la clase obrera. Con una intuición de anticipación histórica sorprendente, visualiza la reacción autoritaria que en el futuro interpondrá al impulso vital de los pueblos, las acciones más violentas y autoritarias del Estado.

       El ideal

      En cada juicio que realiza anticipando un futuro alternativo, ­Barrett busca mostrar la racionalidad, el «sentido común» de la lucha y la solidaridad emancipadora de los sectores más perjudicados de la sociedad. Su pensamiento refleja una profunda confianza en el futuro, una proyección que opera como ‘lugar teórico’ desde el cual es posible enjuiciar el presente. Apuesta a transitar los derroteros de los ideales más altos:

      «Elevad hasta el firmamento nuestros ideales. No combatamos por codicia, ni por venganza, sino por la fe irresistible en una humanidad más útil y más bella. No desalentéis; empleemos noblemente nuestras vidas pasajeras. Si es cierto que no veremos los más hermosos frutos de nuestra obra, ya florecen bajo nuestros ojos flores de promesa».

      Está profundamente convencido de que «las grandes transformaciones sociales no se llevan a cabo sin estas magníficas epidemias de fe y de esperanza»; es por esto que se sintió llamado a desenvolver de un modo casi mesiánico, su compromiso; pero es un llamado que no es privativo de su persona, es abierto a los demás y abierto al futuro:

      «[…] siento en mí algo irresistible que se opone a la estéril repetición del pasado, y que ansía romper las barreras del egoísmo para realizar su obra inconfundible. Siento que soy indispensable a un plan desconocido y que debo entregarme heroicamente. Estoy seguro de que todos los hombres sienten como yo cuando se hace el silencio en sus almas; estoy seguro de que todos, al comenzar a cumplir su noble destino, se reconciliarían con la muerte».

      Su altruismo es el principio ético fundamental que consiste en «descubrir la energía interior y entregarla para renovar el mundo». Esta tarea, lejos de ser una quimera, es un ejercicio indispensable para la construcción de una sociedad alternativa; en palabras de Maeterlinck, ­Barrett aclara que «todo lo que hemos obtenido hasta hoy ha sido anunciado y por decirlo así llamado por aquellos a quienes se acusa de mirar demasiado arriba. Es, pues, juicioso, en la duda, preferir el extremo que supone la humanidad más perfecta, más noble y más generosa».

      Para él, los seres humanos traemos al mundo con nuestro nacimiento una «chispa creadora», es necesario ayudar a despertarla en nosotros mismos y en nuestros semejantes, «[…] convenzámonos de que todos, microscópicos o gigantes, tenemos el genio; todos traemos algo nuevo a la tierra. Hay que descubrirlo; hay que beneficiar el metal del espíritu, y trabajar es trabajarnos».

      Esta condición creadora del hombre es la clave de su carácter divino, ­Barrett «diviniza lo humano», según Corral Sánchez, «hasta el punto de que en esa creación se ve incluido el propio Dios». Corral cree encontrar en esta característica que ­Barrett atribuye a lo humano, una concepción religiosa secularizada, producto de una tradición filosófica que podría concatenarse del siguiente modo: vitalismo-idealismo-espiritualismo. La clave para una ética práctica en el pensamiento de ­Barrett se halla en la contribución individual al mejoramiento de la especie humana; esto afirma el valor ético fundamental que nuestro autor postula: el altruismo. Sitúa la evolución de la especie en el eje de sustentación de los principios éticos, «somos hermanos hasta de la fatalidad que nos aplasta. Al luchar y al vencer colaboramos en la obra enorme, y también colaboramos al ser vencidos».

      Critica la convicción de los sectores dirigentes que desestiman las posibilidades de los sectores populares, muchos intelectuales y políticos en Paraguay no confían en las posibilidades futuras de los trabajadores, especialmente, respecto de la educación que reciben en los sindicatos, cuestionando así la posibilidad de que los trabajadores se hagan cargo directamente de los medios de producción. Esta creencia es posible visualizarla en el desprecio a los elementos culturales autóctonos de Paraguay. Un tema recurrente en los argumentos de los políticos paraguayos y de los inversores extranjeros en este período consistía en señalar una supuesta inferioridad productiva de la población autóctona, así como la divulgación de la leyenda de que «el Paraguay es inadecuado para recibir inmigrantes europeos». Ejemplo de ello es el desdén hacia el idioma guaraní, acusado de dificultar una apropiada comprensión por parte de los trabajadores de los criterios empresariales de eficiencia. ­Barrett critica esta postura:

      «Para algunos, el guaraní es la rémora. Se le atribuye el entorpecimiento del mecanismo intelectual y la dificultad que parece sentir la masa en adaptarse a los métodos de labor europeos. […] El remedio se deduce obvio: matar el guaraní. Atacando el habla se espera modificar la inteligencia. Enseñando una gramática europea al pueblo se espera europeizarlo. […] Contrariamente a lo que los enemigos del guaraní suponen, juzgo que el manejo simultáneo de ambos idiomas robustecerá y flexibilizará el entendimiento. Se toman por opuestas cosas que quizá se completen. Que el castellano se aplique mejor a las relaciones de la cultura moderna, cuyo carácter es impersonal, general, dialéctico, ¿quién lo duda? Pero ¿no se aplicará mejor el guaraní a las relaciones individuales estéticas, religiosas, de esta raza y de esta tierra? Sin duda también».

      Su postura supone que la escisión de los elementos culturales autóctonos cercena al sujeto, desencarnándolo y vaciándolo para una mejor manipulación por parte de las empresas del capital. En momentos en que América Latina parecía consolidar definitivamente la entronización de la «civilización» sobre la «barbarie», ­Barrett defiende el criterio que ve en la disposición natural de los sectores populares a comunicarse, una acción ejemplar de construcción de acuerdos comunes, en libertad:

      «Las necesidades mismas, el deseo y el provecho mayor o menor de la vida contemporánea regularán la futura ley de transformación y redistribución del guaraní. En cambio a dirigir ese proceso por medio del Diario Oficial, ilusión es de políticos que jamás se han ocupado de filología. Tan hacedero es alterar una lengua por decreto como ensanchar el ángulo facial de los habitantes».

      Exhorta a que los obreros tomen conciencia de su identidad y su poder: «¡Vuestra presencia, oh manos humildes que todo lo ejecutan, es la condición indispensable de la vida!»; «no hay más riqueza que el trabajo»; el trabajo «[…] es la medida de nuestra vitalidad», y «cada uno debe ser rico en la medida de su trabajo». Por esto:

      «[…] cuando los proletarios dispongan de los medios de producción, el arreglo mutuo para la marcha del trabajo será asunto baladí. Los obreros se encontrarán en su puesto, combinados y encadenados por la faena cotidiana. El estibador y el maquinista y el capitán y el gerente seguirán en consorcio mutuo, si así lo desean, y la navegación trasatlántica,

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