La vida es un arma. Gerardo Garay

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La vida es un arma - Gerardo Garay

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amarillear y marchitarse […] El delito no es individual, sino social. No es culpable el ladrón, el falsario y el asesino, sino la colectividad. Tenemos la carne podrida, y pedimos cuentas a las pústulas que nos manchan. La codicia nos envilece, el miedo nos disminuye, la vanidad nos aturde, y nos hacemos la ilusión de curarnos metiendo en la cárcel a los infelices que la epidemia general ha castigado con mayor dureza.

      El recurso discursivo de ­Barrett apelando a la imagen del árbol consiste en dar cuenta de la cuota de responsabilidad que nos compete como miembros de la sociedad y apunta a mostrar las medidas represivas como un corte que se realiza por el lado más débil de la cuerda. Desnuda la ignorancia de la clase política argentina para comprender al anarquismo; su incomprensión es desconocimiento, por esto, la necesidad de explicarlo: «El anarquismo es una teoría filosófica. ¿Ha tomado el Poder Ejecutivo un diccionario para enterarse? Anarquista es el que cree posible vivir sin el principio de autoridad» y en este sayo ubica a figuras tan dispares como Anatole France, Ravachol, Francisco de Asís y Tolstoi6. Pero esta actitud, no ha quedado librada únicamente a una disposición individual: «hay organismos esencialmente anarquistas, por ejemplo la ciencia moderna, cuyos progresos son enormes desde que se ha sustituido el criterio autoritario por el de la verificación experimental».

      El proceso de discusión parlamentaria que preparó la sanción de las Leyes de Residencia es reflejo de esta ignorancia, los «intelectuales» —afirma ­Barrett— «han confundido el terrorismo con el anarquismo»:

      «El poseedor argentino ha demostrado que ignora las decenas de millones de obreros organizados para la lucha económica en el mundo, provistos de una doctrina científica y filosófica, un heroico misticismo y un irresistible plan de campaña. Ignora que decenas de millones de obreros están unidos en la convicción de que es indispensable socializar la tierra y los instrumentos de trabajo y suprimir lo que resta del principio de autoridad, rematando el proceso emancipador comenzado hace veinte siglos. Ignora que los doscientos mil obreros de Buenos Aires son una ola del océano internacional. Ignora lo enorme, como el insecto ignora la montaña. En el Parlamento se ha consagrado oficialmente esta ignorancia monstruosa. Se ha votado una ley social sin que un diputado ni un senador haya aducido un argumento de índole social, un dato, una cifra sobre la distribución de la propiedad, sobre los salarios o sobre la renta».

      Es interesante aquí señalar la enumeración de los componentes que destaca ­Barrett en el movimiento anarquista: posee en primer lugar una «doctrina científica y filosófica», «misticismo» y «plan de campaña», es decir, un corpus teórico y práctico que viene gestándose desde hace «veinte siglos». Más allá del acierto o no en esta valoración, es importante señalar que reconoce al anarquismo como una actitud básica de todo ser humano, y asume un rol combativo en el que la palabra es el arma que busca dilucidar confusiones o malentendidos para dar a conocer el pensamiento anarquista, obra de «genios y santos» que «honran» esta civilización y exhorta, en definitiva, a liberarnos de los prejuicios de clase que nos impiden visualizar y comprender la alteridad.

      Con la «Ley de Residencia», la policía y la clase política argentina han creído poder detener las ideas anarquistas, congelar el tiempo, sancionar un determinismo en el que nuevas ideas políticas no tengan cabida:

      «Volvemos a lo de siempre: a la pretensión de matar las ideas, como si jamás se hubiera conseguido, con poderes incomparablemente mayores que los del señor Falcón, matar una sola».

      Introduce nuevamente una comprensión de la realidad política en perspectiva histórica, los juicios definitivos no tienen cabida, incluidos los del anarquismo, la humanidad continúa su viaje:

      «La cultura occidental no ha concluido su viaje y es notoria necedad ir a detenerla en la dársena. Por favor, permita el Poder Ejecutivo que siga girando el mundo, y no se obstine en emitir juicios finales. Tenga un poco de modestia, y, recordando las enseñanzas de la historia, admita que las instituciones de 1909 no sean definitivas. No se asuste tanto del anarquismo; consuélese con la certidumbre de que los anarquistas parecerán algún día anticuados y demasiado tímidos. ¡Sólo la vida es joven!».

      Está convencido de que la actitud de represión no puede triunfar sobre las ideas: «los apóstoles de hace veinte siglos eran anarquistas a su modo; por muy cruel que sea la legislación proyectada con el fin de ahogar el anarquismo, no lo será hasta el punto extremo de las persecuciones dioclecianas». Es necesario más bien abrirse, vencer la ignorancia, exhorta a que se examine y se discuta: «¿Que la sociedad de hoy no está preparada para constituirse anárquicamente? Es muy probable. Discútase, examínese. ¿Qué tiene que ver todo esto con la inmigración malsana?».

       La indignación ética como punto de partida para comprender al anarquismo:

      Reflexionando sobre la situación económica-política y social de la Argentina, ­Barrett cree comprender las acciones anarquistas: «[…] este violento contraste entre la prosperidad del hombre que posee y la del que trabaja en la Argentina, tuvo que abrir entre ellos un abismo de incomprensión y de odio». Pero es preciso no detenerse a lamentar esta situación, la indignación ante las injusticias, está sacando lo mejor de los oprimidos:

      «[…] Cuando se acerquen siglos mejores corromperemos los tribunales por medio de nobles ideas y hermosas metáforas. Mientras tanto, no lloremos demasiado las injusticias que nos hieren; no nos lamentemos sin medida del brazo brutal que nos sacude, de la calumnia que nos envenena. Las injusticias extremas son útiles; ellas, sembradoras de cóleras sagradas, han despertado el genio, han revolucionado los pueblos y han fecundado la Historia».

      Como ha señalado Alba Rico, esta «cólera sagrada» es la que «arrastró» a ­Barrett al anarquismo, es expresión de amor a los hombres, «no hay verdadero amor a los hombres donde no hay cólera contra la estúpida injusticia de los dolores humanos» nos dice ­Barrett. Él mismo da testimonio de este sentimiento antes de asumir la causa anarquista en su artículo «Buenos Aires»:

      «¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano».

      ­Barrett no era un hombre violento, «o mejor, tal vez lo era», como sostiene Castillo, «pero por eso mismo, como Tolstoi, odiaba la violencia con todo su corazón». Es un pacifista, su vida es testimonio de ello: «la aparición de la fuerza inclina a la desconfianza. Si deseas convencerme, suelta el palo, y si alzas el palo, sobran los discursos. Con las armas no se afirma la realidad: se la viola».

      No obstante, su pacifismo militante no le impide, en varias ocasiones, comprender el grado de legitimidad moral que conllevan los motivos que engendran las acciones violentas:

      «La violencia homicida del anarquista es mala; es un salvaje espasmo inútil, mas el espíritu que la engendra es un rayo valeroso de verdad. No es la bomba lo que se teme, y con razón, sino el justiciero y lejano por qué de la bomba. En la oleada de miedo que corre por el mundo, se intenta apagar chispa por chispa el incendio fatal cuyo foco se mantiene inaccesible y secreto».

      ¿Hay ambigüedad en su pensamiento respecto a la violencia? Es posible si se toman frases aisladas, pero en el contexto general de su pensamiento es evidente que se esfuerza en deslindar, por una parte, la indignación ética como móvil de la acción, que en el proceso de crecimiento de toma de conciencia conduce inevitable y lamentablemente a la violencia7 (y esta situación es siempre preferible a la resignación o la aceptación pasiva de la dominación)8, de la violencia ejercida por la codicia, la ambición

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