El capital odia a todo el mundo. Maurizio Lazzarato

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manera absoluta, de modo que si el capital ya no puede distribuir “trabajo libre” y “trabajo forzado”, según la división entre colonia y metrópoli, tratará de producir la división dentro de esta última. Es por esta razón que el trabajo precario toma la forma de “trabajo de servicios” y gana, año tras año, nuevos sectores y nuevas capas del antiguo salariado.

      Desde esta perspectiva, se podría afirmar que la globalización consistió en transferir a Occidente la heterogeneidad de las formas de sujeción y dominación característica de la producción en las colonias, organizada y controlada por el poder superior de las finanzas, más que una generalización del trabajo asalariado, según lo previó el marxismo. La estructuración de nuestras sociedades es formalmente similar a la realidad colonial: “proteiforme, desequilibrada, donde coexisten la esclavitud, la servidumbre, el trueque, el artesanado y las operaciones bursátiles”.15 El geógrafo Guy Burgel, de manera muy significativa, ve en la Francia contemporánea divisiones que reenvían a una forma de explotación colonial: “[L]a ‘periferia’ está más cerca de los análisis tercermundistas de un Celso Furtado o Samir Amin, que en los años sesenta se oponían al ‘centro’ del sistema capitalista, que de una simple cartografía y una sociología de los territorios”.16 La segregación “racial” es una modalidad de gubernamentalidad que algunos Estados (como Israel) inscriben en su constitución formal, mientras que para otros (como Estados Unidos) constituye desde sus orígenes la base de su constitución material.

      La primera función de lo que Foucault llama “excrecencias de poder” es producir relaciones de sometimiento. En el pasado, la relación entre “colonizados” y “colonizadores”; en la actualidad, la de los migrantes y los racistas occidentales. El colonialismo, aunque es un ejercicio de violencia, se caracteriza por una forma específica de producción de subjetividad. De la misma manera, el racismo contemporáneo asegura una producción de sometimiento que le es propia.

      Si es cierto, tal como lo señala Foucault, que los sometimientos “no son fenómenos derivados, efectos de otros procesos económicos y sociales”, la producción del “racista” mantiene un vínculo muy estrecho con el capitalismo, especialmente con su motor más letal, la propiedad privada. El racismo hace posible la promesa que el liberalismo siempre ha hecho y que jamás podrá cumplir: hacer de cada individuo un propietario. Esta es la brillante intuición de Jean-Paul Sartre, que explica de esta manera el antisemitismo. Los antisemitas, dice Sartre, “pertenecen a la pequeña burguesía urbana [que] nada posee. Pero es precisamente irguiéndose contra el judío como adquieren de súbito conciencia de ser propietarios: al representarse al israelita como ladrón, se colocan en la envidiable posición de las personas que podrían ser robadas; puesto que el judío quiere sustraerles Francia, es que Francia les pertenece. Por eso han escogido el antisemitismo como un medio de realizar su calidad de propietarios”.17

      El objeto de odio y de rechazo cambió, pero el mismo mecanismo sigue funcionando: los inmigrantes, los emigrados, los musulmanes, etc., “nos roban nuestros trabajos”, “nuestras mujeres”, “invaden nuestros territorios”. El miedo a ser robado, el miedo en general, este poderoso afecto constitutivo de la política europea desde sus orígenes, define al racista: “Es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, por cierto: de sí mismo, de su conciencia, de su libertad, de sus instintos, de sus responsabilidades, de la soledad, del cambio, de la sociedad y del mundo; de todo, menos de los judíos”.18 Los millones de propietarios y pequeños propietarios que ven la posibilidad real de perder lo poco que tienen a causa de los “delirios” de la Bolsa de valores encuentran su “propiedad” material y espiritual en la afirmación fantasmática de la nación, en la identidad del pueblo, en la soberanía.

      LA SECESIÓN DE LOS PROPIETARIOS

      Los más ricos han decidido hacernos la guerra […]. Frecuento a gente rica en París y su indiferencia es total. Si les decís que en España, a los sesenta, es posible que tengas que trabajar por 2,60 euros la hora, no les importa. Te das cuenta de que están preparados para este mundo. En su cabeza, está decidido: para los pobres, va a ser muy duro, y les importa un carajo. […] Viviremos entre ricos en búnkeres mini-burbuja. Peor para los mendigos. Por mucho tiempo tuve la impresión de que los ricos no se daban cuenta, pero creo que es peor: está arreglado, es lo que quieren, que la gente se hunda en una miseria negra. No ven al trabajador como un ser humano sino como un problema a gestionar.

       VIRGINIE DESPENTES

      Los nuevos fascismos se limitan a reforzar las jerarquías de raza, sexo y clase; la estrategia política sigue siendo neoliberal. La misión de estos nuevos fascismos no es luchar contra una oposición que no existe, sino llevar a cabo hasta el final el proyecto político que está en la base de las políticas neoliberales.

      Contrariamente a las teorías que nos hablan del “éxodo” de la multitud (Negri) o de la “secesión” del pueblo (Rancière), es el capital el que organiza su fuga, su “separación” de la sociedad. Aunque “vivir juntos” nunca ha sido una de sus preocupaciones, el capital parece ahora afirmar sin ambages el objetivo que persigue de una manera absolutamente consciente: volverse políticamente autónomo e independiente de los trabajadores, los pobres, los no propietarios. Políticamente, al menos, porque desde el punto de vista “económico”, los necesita, pero de la misma manera que el dueño de la plantación necesita de los esclavos. El neoliberalismo rompió con el pacto fordista anudado al empleo, pero los sindicatos y el movimiento obrero siguen atados a normas, reglas, derechos laborales y derechos sociales que se fueron destruyendo gradualmente para darles paso a relaciones de trabajo y de dominación serviles no negociables y no negociadas. Las comunidades cerradas, muy numerosas en Brasil, en Estados Unidos y en otros lugares, no son más que el síntoma folclórico, aunque perturbador, de esta visión de la “sociedad”.

      En Estados Unidos, el país donde el paradigma neoliberal se encuentra completamente desplegado, las “minorías” empobrecidas (negros, hispanos, mujeres), destinadas a los trabajos precarios, confinadas en guetos habitacionales y educativos, privadas de asistencia médica, de jubilación y objeto de una guerra racial feroz, pueblan las prisiones por cientos de miles. De aquí en adelante, esta realidad es también el futuro de una parte de la clase trabajadora blanca y de la clase media, de ahí el éxito de la política de Trump, que les promete un retorno a una imposible supremacía social, racial y sexual.

      En la secesión de los propietarios, la privatización ha transformado las políticas de los seguros contra riesgos sociales en dispositivos que producen desigualdades crecientes. La privatización cambia radicalmente las funciones de lo que Foucault denomina “dispositivos de biopoder”. Desde la década de 1970, se utilizó sistemáticamente para deshacer la “potencia” política acumulada por las poblaciones a lo largo de dos siglos de luchas revolucionarias y para anular su traducción a “derechos” a la salud, la educación, la jubilación, la indemnización, etc.: el acceso a todo esto dependerá de ahora en más de la propiedad y el patrimonio.

      Para la gran mayoría de la población del planeta, la biopolítica debe proporcionar el mínimo “vital” necesario para su mera reproducción. En Francia, donde el estado de bienestar debería resistir mejor que en cualquier otra parte, las políticas económicas han producido como innovación la “tercera clase”, la clase de los pobres que tienen derecho al transporte, hospitales, supermercados e incluso funerales de tercera categoría. La biopolítica divide (en tres clases e individualiza aún más sutilmente) y, al dividir, empobrece a una gran mayoría y enriquece a una pequeña minoría. No produce capital humano, al empresario de sí mismo, sino al “trabajador pobre”, asignándole a esta mayoría la condición de “pobreza laboral”.

      El control y la regulación de las poblaciones ya no se hacen por medio de la integración, sino por el apartheid social (otro nombre de la secesión política del capital) más que por la biopolítica.

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