Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Leticia Elena Naranjo Gálvez
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Otra objeción que a estas alturas pienso que se hace aún más justificada apuntaría a que Gauthier primero ha atribuido al mercado perfecto una ausencia —por innecesaria e injustificada— de la moral y, sin embargo, ahora resulta que nos dice que esta última solo podría surgir en una sociedad de mercado perfecto, ya que en ella sus miembros, al no estar concernidos los unos por los otros, están unidos por relaciones que no son afectivas, sino meramente racionales. Con lo cual ocurre que cada uno procura su propio interés y, por lo tanto, solo respeta las reglas del juego como el vehículo necesario para el logro de dicho interés. De manera que nos encontramos con la incómoda conclusión de que no queda claro, finalmente, si se está hablando de un mercado perfectamente competitivo como zona libre de moral o si, por el contrario, se está señalando que dicho mercado es el único contexto en el que puede surgir una moral racionalmente justificada. Esta confusión tal vez se deba, insisto, al hecho de que Gauthier parece tomarse demasiado en serio sus modelos del mercado y de sus market-selves; tan en serio que por momentos dejan de ser metáforas o esbozos orientativos y pasan a ser el ‘ejemplo real’ por seguir. Se trata del ejemplo constituido por aquello que, usando una suerte de jerga hegeliana, podría llamarse lo “real-racional”: la realidad ejemplar encarnada en la moderna sociedad de mercado.54 Esta última súbitamente deja de ser el locus de mercados meramente imperfectos, a pesar de ser real-histórica y aunque parezca necesitar restricciones morales, a la vista de los innegables fallos e injusticias —moralmente preocupantes— que se le podrían señalar.
Uno de estos fallos que, por cierto, Gauthier no menciona expresamente, viene dado por las asimetrías de información. Si bien nuestro autor no se refiere a este asunto de manera explícita, es posible que lo tuviera en mente al postular su tesis de la moral como la solución racional a las imperfecciones del mercado. De este modo, si se piensa en una hipotética situación en la cual ya se han solucionado los problemas ocasionados por tales imperfecciones, es de suponerse que, para el filósofo canadiense, el sistema de interacciones económicas entraría a funcionar tal y como lo haría un mercado perfectamente competitivo, lo cual exigiría la erradicación de todo tipo de transacciones forzosas, incluyendo aquellas que se originan en las asimetrías de información. Esto es, situaciones caracterizadas por una desventaja y, con ello, por una pérdida de libertad para quien ‘sabe menos’ frente a quien transa con ella/él ‘sabiendo más’; v. g., tratándose de un agente que compra un producto o un servicio conociendo muy someramente las características de lo que compra frente a quien le vende dicho producto o servicio sabiendo a ciencia cierta qué es eso que le está vendiendo a su cliente. Esta posición de ventaja del vendedor sobre el comprador, a causa de su mayor acopio de información, le permitiría al primero ‘parasitar’ y explotar al segundo, y en ello creo que Gauthier estaría de acuerdo. De allí que seguramente su tesis de la moral como el remedio para las imperfecciones del mercado incluiría la corrección de las asimetrías de información.
Pienso que nuestro autor tampoco objetaría que, a partir de esta tesis suya, se obtuviera así mismo la conclusión de que, si ocurriese que en el mercado se vieran favorecidos los intereses del explotador en contra de quien es objeto de esta particular forma de explotación producida por las asimetrías de información, entonces en dicho mercado ocurriría que algunos agentes no podrían elegir libremente, al carecer de aquello que Gauthier llama preferencias “consideradas”. Pues la falta de cualificación de las preferencias de quien sabe menos sería la causa de que se viese forzado a elegir en contra de sus propios intereses, incluso sin estar consciente de ello. Estaríamos, por lo tanto, ante una relación coercitiva originada en la no cualificación de las preferencias de la parte en desventaja y en ello, repito, nuestro autor seguramente concordaría. No obstante, no estaría muy segura de que Gauthier también estuviese dispuesto a conceder que, si lo anterior demuestra la necesidad de que los agentes tengan preferencias ‘más racionales’, i. e., más cualificadas, con el fin de que se vean libres de una ignorancia que les pondría en desventaja frente a otros agentes, entonces esto demostraría que la racionalidad de las preferencias sí depende, después de todo, de los contenidos de tales preferencias o, mejor, de la cualificación de tales contenidos. Esto último, y tal vez a despecho de lo que anteriormente ha sostenido Gauthier, requeriría el apelar a referentes normativos para juzgar tales preferencias, no bastando por consiguiente con la asepsia valorativa en la que querría instalarse nuestro autor. Es decir, este tendría que reconocer que las preferencias racionales deben cumplir con estándares normativos mucho más exigentes que la mera consistencia lógica que tendría que caracterizar, según los cánones de la teoría de la decisión, a los sistemas de preferencias.
Amén de lo anterior, también se le podría recordar a Gauthier que, si, como algunos autores insisten, muchas de las mencionadas asimetrías de información son insalvables incluso en un mercado teóricamente perfecto —v. g., la asimetría que separa a un paciente de su médico—, esto podría llevar a pensar que, para garantizar relaciones no forzosas dentro del mercado, resultarían insuficientes los mecanismos que el propio mercado genere. Aunque seguramente Gauthier estaría de acuerdo con esto último, tal vez no comparta la idea de que casos como el del médico y su paciente mostrarían la necesidad de que en algunas o muchas situaciones normales de las interacciones humanas, interacciones que también admiten ser vistas desde la óptica económica, un agente no tiene más remedio que confiar en aquel otro agente con el que transa. En este caso concreto, el paciente no tendría otra salida que la de confiar en su médico, puesto que su desconocimiento del servicio que le vende el facultativo resulta prácticamente insalvable. Esto haría caer en la cuenta de la necesidad de otras instituciones adicionales al mercado mismo, instituciones que se generan en diversos campos de interacción, como el político, el legal-judicial, pero también en un ámbito que a lo mejor resulte no encajar en el esquema de Gauthier: las costumbres o la moralidad entendida al modo ‘tradicional’; es decir, definida en aquellos términos que nuestro autor tanto descalifica.
Las mencionadas instituciones, más los ‘vasos comunicantes’ que algunos creen que las unen, garantizarían que las interacciones entre las personas, así como las relaciones entre estas y las propias instituciones —incluyendo también al mercado mismo—, ‘fluyeran’. Ello dado que así se permitiría que unos agentes pudiesen confiar en los otros sin necesidad de estar en permanente alerta frente al peligro de ser explotados, alerta que implicaría un aumento en los costos de transacción, y una constante parálisis de las decisiones individuales que sean económicamente relevantes.55 El punto al que voy es que estas dos observaciones que acaban de hacerse, es decir, 1) la necesidad de referentes normativos que cualifiquen el contenido de las preferencias y 2) la necesidad de instituciones que, como los códigos de las morales ‘tradicionales’ y aquellos que se legitimarían desde discursos de carácter más político e incluso filosófico, se entrelacen con las reglas de juego del mercado y, por lo tanto, no se restrinjan a lo meramente económico y legal. Con esto se apunta de nuevo a las razones para dudar de una tesis fundamental para Gauthier: la del mercado como modelo de lo moral; o la de los agentes económicos como modelos de agencia moral.
En mi opinión, esta objeción no encontraría una respuesta satisfactoria en el texto de Gauthier. No insistiré por ahora más en ella, pues creo que ya el lector se habrá hecho cargo de las dificultades que entraña el proyecto, a mi entender difícil de lograr, de modelar las relaciones entre agentes morales en términos de interacciones entre