Tres modelos contemporáneos de agencia humana. Leticia Elena Naranjo Gálvez
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10 Esto sería así, repito, tanto en situaciones donde se imponga el uso de una racionalidad meramente paramétrica como en aquellas otras en las que se requiera acudir a una de tipo estratégico.
11 Ver Rawls, parágrafo 63 de Teoría de la justicia. Como podrá verse a partir del capítulo cuarto, habría una distancia aún más llamativa entre la “persona” a la que se refiere Gauthier y los tipos de agentes a los que, respectivamente, autores como H. Frankfurt y C. Taylor llaman “persona”.
12 Cf. Hobbes (capítulo XVIII de la segunda parte del Leviatán).
13 Sobre el clásico tema de los fallos o imperfecciones del mercado y las características que habría que atribuirle a un mercado al que, por el contrario, se lo pudiera pensar como perfectamente competitivo, ver Bator (1958, pp. 351-379).
14 Ver, por ejemplo, las referencias a la “mano invisible”, en la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1982, pp. 17 y 402), de A. Smith. Sobre la noción de mercado perfectamente competitivo y su relación con la idea de la mano invisible que parece guiarle, se volverá más adelante.
15 Cf. parágrafo 26 de Teoría de la justicia. Sobre los principios del maximin versus minimax, ver Resnik (1998, pp. 56-69).
16 Ver Brandom (2001) y Ripstein (2001). También resultan muy esclarecedoras las críticas que, señalando problemas bastante cercanos a los que indican estos dos autores, pueden hallarse en algunos textos de Wellmer (1988), Putnam (2002) y Taylor (1985d, 1997, introducción).
17 Esto mismo se aprecia en algunos autores utilitaristas contemporáneos que, como Smart (1988) y Harsanyi (1982, 1983 y 1985), aplican de manera renovada los intentos de sus antecesores, los utilitaristas clásicos, por dar cuenta de la moral a partir de claves mecanicistas. Otro tanto puede atribuírsele al intento de los expositores más visibles del emotivismo contemporáneo, Mackie (1990) y Stevenson (1984). En el quinto capítulo se verá la crítica de C. Taylor a este intento reduccionista que, según él, es propio de posturas como el utilitarismo, pero también de algunos programas de investigación de las ciencias humanas a partir del siglo XX, v. g., el conductismo psicológico, que intentan trasplantar el modelo explicativo de las ciencias ‘duras’ a los discursos acerca del hombre. Este intento requiere, como pieza fundamental, la transformación del lenguaje cotidiano que se utiliza para hablar de los eventos humanos, con el fin de que dicho lenguaje sea ‘neutro’ al referirse a tales ‘hechos’, para lo cual tendría que ser un lenguaje ‘purgado’ de términos valorativamente cargados.
18 Dicha estrategia reduccionista, que señalan, repito, cada uno a su manera y desde distintos ángulos, autores como Brandom y Ripstein para el caso de Gauthier (y, en general, tratándose de algunos programas filosóficos del siglo XX, tales como el positivismo lógico), también ha sido objeto de análisis, como antes lo comento en un pie de página, por pensadores provenientes de diversas escuelas, v. g., Taylor (1985d, introducción, pp. 1-12), Putnam (2002), MacIntyre (1987) y Wellmer (1988). Entre otras facetas de la cuestión, estos autores muestran algunos de los resultados que traería el hecho de que una importante corriente de la tradición filosófica moderna y contemporánea aplique esta solución reduccionista no solo a temas morales y políticos, sino también a ciertos desarrollos de las ciencias sociales.
19 Cf. Ovejero (1994a, 1994b).
20 Cf. Sen (1992).
21 Cf. Davidson (2001).
22 En este aparte se dará cuenta de la versión que presenta Gauthier de la teoría de la elección racional, a saber, aquella que algunos comentaristas llamarían “normativa”, la cual estaría interesada en el aspecto teórico y formal de las elecciones que llevarían a cabo agentes ideales. Esto contrasta con otros desarrollos de la teoría, los cuales podrían caracterizarse como más ‘descriptivos’, puesto que se centran en el estudio de las elecciones llevadas a cabo por agentes reales, con el fin de incorporar este conocimiento a una teoría que también tenga valor prescriptivo. Esta diferencia no tiene que ser asumida de modo tajante, si bien, como en breve se verá, en el caso específico de Gauthier parece ser tomada bastante en serio. Cf. Resnik (1998).
23 Gauthier (pp. 22 y ss.). Sobre la noción de “preferencia revelada”, cf. Resnik (1998), así como la crítica de Sen (1992).
24 Para una crítica al conductismo lógico, ver el ejemplo clásico de la réplica de J. Fodor (1985) a G. Ryle (2002). Como puede apreciarse en dicha réplica, la idea de Ryle de que la psicología debería referirse únicamente a conductas observables resulta muy cercana a ciertas posturas propias de la contemporánea filosofía de la mente, las cuales, a su vez, hunden sus raíces en la tradición heredada del programa positivista —v. g., el eliminacionismo, el programa reduccionista de eliminar los términos psicológicos, o la propuesta de ‘traducirlos’ a términos que designen eventos neuronales—. Creo que dichas propuestas admiten ser vistas como parte de una estrategia reduccionista más general, que incluye de manera importante la consigna de ‘purgar’ el lenguaje de las así llamadas ‘ciencias especiales’ (v. g., la psicología, la sociología), con el fin de que estas solo utilicen términos observacionales proporcionados por las ‘ciencias básicas’ (v. g., la física, la química, la neurociencia). Aquí puede advertirse otro de los parentescos que pienso que puede atribuirse a la idea de Gauthier y de otros autores de que la moral, como antes se señaló, pueda ser explicada en términos que designen realidades a las que se considera más ‘básicas’ que ella misma, y de las cuales ella solo es un epifenómeno.
25 Es decir, en tanto cumplan con principios formales, tales como el de transitividad, principios que han sido expuestos y desarrollados en los textos clásicos de teoría de la decisión, como los de Von Neumann y Morgenstern (1953) y Luce y Raiffa (1958).
26 Ver, por ejemplo, las críticas de autores como Rescher (1993), Sen (1992) y Nozick (1995).
27 En consonancia con la advertencia que he hecho en un pie de página anterior, habría que señalar una característica muy importante de la noción de ‘racionalidad’: esta no solo ofrece un aspecto descriptivo —v. g., explicar la ‘lógica’ de un mecanismo, de un modo de operar, de una acción, de una institución, de un sistema de incentivos, o de un esquema deliberativo—. También se trata de una noción que