La época de las pasiones tristes. François Dubet

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La época de las pasiones tristes - François Dubet Sociología y Política

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      Diseño de portada: Pablo Font

      Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

      Primera edición en formato digital: mayo de 2020

      Hecho el depósito que marca la ley 11.723

      ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-010-6

      Nuevas desigualdades, nuevas iras

      El espíritu de la época es de pasiones tristes. Con el pretexto de librarse del discurso biempensante y lo políticamente correcto, se puede acusar, denunciar, odiar a los poderosos o los débiles, los muy ricos o los muy pobres, los desempleados, los extranjeros, los refugiados, los intelectuales, los expertos. Apenas más veladamente, se desconfía de la democracia representativa, acusada de incapaz y corrupta, de estar lejos del pueblo, sometida a los lobbies y llevada por las riendas de Europa y las finanzas internacionales.

      Iras y acusaciones que tiempo atrás pasaban por indignas tienen ahora carta de ciudadanía. Invaden internet. En gran cantidad de países, encontraron expresión política con los nacionalismos y los populismos autoritarios. Y la oleada sigue creciendo, tanto en Gran Bretaña como en Suecia, tanto en Alemania como en Grecia. La cuestión social, que aportaba un marco a nuestras representaciones de la justicia, parece disolverse en las categorías de identidad, nacionalismo y miedo.

      Este ensayo aspira a comprender el papel de las desigualdades sociales en el despliegue de esas pasiones tristes. Mi hipótesis es que las iras, los resentimientos y las indignaciones de nuestros días encuentran su explicación no tanto en la amplitud de las desigualdades como en la transformación del régimen de desigualdades. Si bien estas parecían inscriptas en la estructura social, en un sistema percibido como injusto pero relativamente estable y legible, en nuestros días se diversifican y se individualizan. Al decaer las sociedades industriales, se multiplican y cambian de carácter, de modo que transforman profundamente la vivencia que tenemos de ellas.

      La estructura de las desigualdades de clase se difracta en una sumatoria de pruebas individuales y sufrimientos íntimos que nos llenan de ira y nos indignan, sin que de momento tengan otra expresión política que el populismo.

      La percepción de las desigualdades

      No faltan explicaciones para estos cambios. En su mayoría, exponen que las transformaciones del capitalismo, la globalización, el derrumbe de la Unión Soviética, la crisis de 2008 y el terrorismo sacudieron a las sociedades industriales, nacionales y democráticas. Los gobiernos nada pueden contra las crisis y las amenazas. Los trabajadores poco calificados están sometidos a la competencia de los países emergentes, convertidos en las fábricas del mundo.

      Para la mayor parte de los analistas, el neoliberalismo (definido con bastante vaguedad, por lo demás) se muestra como la causa fundamental de esas transformaciones e inquietudes. La oleada neoliberal no solo destruiría las instituciones y a los actores de la sociedad industrial, sino que impondría un nuevo individualismo que quiebra las identidades colectivas y las solidaridades, y hace trizas la civilidad y el dominio de sí. En síntesis, “estamos en crisis” y “antes estábamos mejor”.

      Desde hace casi treinta años, alrededor del 80% de los franceses creen que las desigualdades aumentan, aun en períodos en que no es así. La percepción es que se refuerzan, porque salimos del extenso período en que parecía darse por sentado que las desigualdades sociales se reducirían continuamente, aunque solo fuera por la elevación del nivel de vida. En definitiva, muchas desigualdades crecen, mientras que algunas otras disminuyen. Por lo tanto, sería erróneo establecer una correlación mecánica entre la amplitud de las desigualdades y el modo en que los individuos las perciben, las justifican o se indignan a causa de ellas.

      Sufrir “en calidad de”

      Nos encontramos en una situación paradójica: la acentuación más o menos fuerte de las desigualdades se conjuga con el agotamiento de cierto régimen de desigualdades, el de las clases sociales constituido en las sociedades industriales. Así como en épocas pasadas las desigualdades sociales parecían inscriptas en el orden estable de las clases y sus conflictos, hoy en día no dejan de multiplicarse las brechas, las segmentaciones y las desigualdades, como si cada individuo estuviera surcado por varias de ellas. En el vasto conjunto que engloba a todos los que no están ni en la cima ni en el fondo de la jerarquía social, las disparidades ya no se superponen de manera tan nítida, tan tajante como poco tiempo atrás, mientras que en tiempos pasados la posición en el sistema de clases parecía acumular todas y cada una de las desigualdades.

      En este caso no se trata de una vasta clase media a la cual, sin embargo, dice pertenecer la mayoría de los individuos, sino de un mundo fraccionado según una multitud de criterios y dimensiones. Se constituye así un universo social en el cual somos más o menos desiguales en función de los diversos bienes económicos y culturales de que disponemos y de las diversas esferas a las cuales pertenecemos. Somos desiguales “en calidad de”: asalariado más o menos bien pago, estable o precarizado, poseedor o no de un título educativo, joven o viejo, mujer u hombre, residente de una ciudad dinámica o de un territorio en conflicto, de un barrio chic o de un suburbio popular, solo o en pareja, de origen extranjero o no, blanco o no, etc. A decir verdad, esta lista, infinita, no es una novedad.

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