La época de las pasiones tristes. François Dubet
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Las leyes Jim Crow[6] recuerdan que los Estados Unidos, después de la abolición de la esclavitud, preservaron durante mucho tiempo un sistema de castas y de segregación de “razas”. Desde ese punto de vista, puede considerarse que el racismo biológico no es solo una invención de la Inquisición española, empeñada en desenmascarar a los judíos o “criptojudíos” que “pasaban por” conversos: es un producto de la modernidad, porque en ella la naturaleza es la única que puede reemplazar el nada igualitario orden querido por Dios. A pesar de la abolición del régimen estamental, también las mujeres quedaron asignadas a la naturaleza y la reproducción, mientras que los hombres se consagraban a la producción y la razón: ellas no accedían a todos los derechos universales –en especial, a la ciudadanía– ni a los estudios y las profesiones reservados a los hombres. En cuanto a los colonizados, se los encerró en el estatus de subcasta, aunque la colonización se haya efectuado en nombre de los valores universales de la libertad y la igualdad.
Como demuestra Philippe d’Iribarne, ni siquiera la Revolución de 1789 abolió por completo las barreras del rango y el honor; más que borrarla, democratizó la “lógica del honor”.[7] El miedo a la impureza, al mal casamiento, a la corrupción infligida por los subalternos no desapareció en las sociedades democráticas, que pese a todo proclaman la igualdad como pináculo de sus valores.
Aún hoy, muchas de las desigualdades que abordamos en términos de discriminaciones y estereotipos pueden comprenderse como las “supervivencias” de una sociedad de estamentos y castas. Si bien esta ya no tiene marco legal, la prohibición de franquear las barreras subsiste más de lo que podría creerse. En “Un corazón sencillo” de Flaubert, Félicité, después de haber criado y amado a los hijos de la familia, queda a la deriva en su destino de criada inútil. Jamás será de la familia, tampoco lo será Louise en Canción dulce de Leïla Slimani, un siglo y medio después.
En términos generales, no basta con trabajar juntos para comer en la misma mesa en el comedor, tomar una copa juntos, verse por fuera de la oficina y el taller. Las barreras invisibles del origen social y cultural, el color de la piel, el sexo y el nivel educativo funcionan como fronteras, a veces infranqueables.
El régimen de clases
A pesar de todo, las revoluciones democráticas e industriales inauguraron un nuevo régimen de desigualdades, el de las clases sociales, nacido del encuentro de dos grandes revoluciones. La “providencia democrática” instaura la igualdad y la libertad de todos. La abolición de las barreras estamentales hace que los individuos ya no tengan impedimentos para cambiar de posición en la escala de las desigualdades, el prestigio y el poder. Pero si la destrucción del régimen estamental redunda en una sociedad integrada por individuos libres e iguales, una sociedad fundada sobre la voluntad general y el contrato –no sobre la tradición y lo sagrado–, esa revolución es ante todo política. No inaugura por sí sola un nuevo régimen de desigualdades. Sigue habiendo ricos y pobres, rentistas y trabajadores, campesinos, artesanos, comerciantes y burgueses, propietarios y proletarios, pero no es aún una sociedad de clases.
Para eso, hace falta que, en el marco democrático, se instale un nuevo tipo de economía, un nuevo modo de producción: el de la Revolución Industrial. El régimen de clases sociales se construye en torno a la formación de la clase obrera miserable y el surgimiento de una clase de industriales capitalistas. Como ya nadie se define esencialmente por su nacimiento y su rango, la posición en la división del trabajo se torna central. Y es aún más esencial porque las desigualdades siguen siendo extremadamente fuertes, a la vez que se despliegan en un marco político y moral que afirma la igualdad de todos.
Está claro que, en el apogeo del desarrollo industrial en Europa Occidental, la mayoría de la población no pertenece ni a la clase obrera ni a la de los capitalistas. Si bien Marx destacaba el preeminente e ineluctable enfrentamiento entre proletarios y capitalistas, no dejaba de enumerar una docena de clases en Las luchas de clases en Francia. Más adelante, Max Weber trazaría una distinción entre las clases, definidas por las relaciones de producción, y los grupos, definidos por el poder y el prestigio; pero, a su juicio, el régimen de clases sería el de las sociedades industriales.
Este régimen de desigualdades es moderno en más de un concepto. En él las posiciones sociales se definen por el trabajo, la creatividad humana, y no por la tradición y el orden teológico-político. También es moderno porque, si bien las desigualdades de clases chocan con el principio democrático de la igualdad de los individuos, no se eliminan. Se las impugna en nombre de la igualdad democrática. Las clases sociales nacen pues del encuentro contradictorio entre la igualdad democrática y la división del trabajo capitalista. Más aún, son la expresión del conflicto entre esas dos dimensiones. Por este motivo, el régimen de clases va más allá de las fábricas y las grandes concentraciones industriales.
Las clases sociales se convierten en “hechos sociales totales”, un “concepto total”, como decía Raymond Aron. El régimen de clases es una manera de leer las desigualdades sociales, porque la sumatoria de las clases da un conjunto. Las posiciones en las relaciones de producción determinan los ingresos, los modos de vida, las relaciones con la cultura, las representaciones de la vida social y la oposición entre “nosotros” y “ellos”. En ese sentido, no hay clases sin conciencia de clase, sin la articulación de una entidad para sí y una oposición a la clase dominante.
El postulado de una sobredeterminación de las actitudes, las conductas y las representaciones por la posición de clase adquiere una consistencia tal que, durante un largo período, los sociólogos procurarían poner en relación posiciones sociales objetivas con actitudes subjetivas, a fin de “verificar” la existencia de las clases sociales. En Francia, esta manera de comprender las desigualdades se encarnó en Pierre Bourdieu, para quien el capital económico determina “en última instancia” las otras formas de capital.
Combates por la igualdad
El régimen de clases parece aún más robusto porque terminó por estructurar la representación política. Tras la oposición entre conservadores y liberales, clericales y modernos, monárquicos y republicanos, todos ellos definidos por su relación con el Antiguo Régimen, la representación política se construyó alrededor de los conflictos de clase, alrededor de la oposición entre los representantes de los trabajadores y los de la burguesía. En todas partes se establecieron izquierdas y derechas que supuestamente representaban clases, sus intereses y su visión del mundo.[8] En todas partes, parecía que los obreros y sus aliados votaban a la izquierda y que la burguesía y sus aliados votaban a la derecha.
En la sociedad industrial, el régimen de clases sociales tuvo su expresión en movimientos sociales y sindicatos orientados hacia un modelo de justicia social que apuntaba a reducir las desigualdades entre las posiciones sociales, por medio de los derechos sociales, el Estado de bienestar, los servicios públicos y las transferencias sociales. Ese modelo de justicia invitaba menos a desarrollar la movilidad social en nombre de la igualdad de oportunidades que a reducir las desigualdades entre las posiciones sociales y entre los lugares ocupados por los individuos en la división del trabajo.[9]
Si la movilidad social se desarrollaba, era porque la igualdad social ganaba terreno, pero la movilidad no era el primer objetivo de la justicia. El combate por la igualdad social era legítimo porque se tenía a los individuos por fundamentalmente iguales, pero también porque la sociedad debía devolver a los trabajadores una parte de las riquezas producidas, de las que la explotación capitalista los había despojado.
Los derechos sociales fueron ante todo los de los trabajadores y sus familias, protegidos contra los efectos de la enfermedad y el desempleo, y que, en nombre de su trabajo, conquistaban