Antología. José Carlos Mariátegui
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![Antología - José Carlos Mariátegui Antología - José Carlos Mariátegui Biblioteca del Pensamiento Socialista](/cover_pre631846.jpg)
Aptitud crítica y velocidad fueron en efecto facetas que, adquiridas en el trajín de la labor periodística, definieron el estilo intelectual de Mariátegui. Los ritmos y formatos de los diarios, primero, y de los semanarios, posteriormente –Mundial y Variedades, las revistas limeñas en las que el grueso de los textos de su etapa madura vio la luz–, moldearon el pulso de su escritura. Y si el espacio de la prensa fue para él un “laboratorio”, fue porque dispuso un terreno para la experimentación literaria (propiciada en su juventud por sus frecuentaciones de los ambientes de la bohemia, sobre todo en su paso por el grupo Colónida liderado por Abraham Valdelomar), y porque lo abasteció de los materiales contemporáneos a los que inevitablemente encadenaría su reflexión ensayística. La mayor parte de sus crónicas juveniles gira en torno a los claroscuros de la modernidad limeña, desde la serie que tituló “Glosario de las cosas cotidianas” hasta retratos de los mundos sociales que cohabitaban en la ciudad, pasando por la cobertura de la actividad parlamentaria nacional que radiografió con mordacidad para el diario El Tiempo. En esos textos, tanto podía entonar un canto alabado a “nuestro siglo” –“muy hermoso a pesar de sus crueldades, a pesar de sus injusticias, a pesar de sus mercantilismos”, según escribía en una carta al poeta Alberto Hidalgo–, como, a la inversa, evocar con nostalgia un espectáculo circense en su niñez, radiografiar la neurosis urbana y las tendencias al suicidio o, en su conocida crónica “La procesión tradicional” –que le valió un premio municipal–, dejar aflorar las emociones que le despertaba el desfile de una multitud creyente, a sus ojos capaz de provocar “una intensa resurrección del misticismo de Lima, asfixiado y sojuzgado ordinariamente por el vértigo y el olvido de la ciudad moderna”.[13] Pero ese timbre nostálgico y pasadista (como lo llama Oscar Terán),[14] de tintes incluso intimistas y religiosos, se iba a evaporar rápidamente en Mariátegui al calor de nuevos estímulos.
Socialista e intérprete de la época
Si en los casos referidos eran sucesos del acontecer local los que motivaban la escritura del autor de los 7 ensayos, la arena periodística sobre todo lo iba a vincular, y con especial protagonismo desde su viaje a Europa, a la escena internacional. El periódico, según señalaría en 1923, “es un vehículo, mensajero, agente infatigable de las ideas”, un artefacto que “recoge el latido y la pulsación de la humanidad infatigable”.[15] Una de las primeras tareas de Mariátegui al ingresar en su adolescencia al diario La Prensa había estado vinculada al trabajo con telegramas provenientes de las provincias peruanas y con cables de las agencias internacionales.[16] Ya entonces, esas partículas informativas constituían un insumo sustancial para sus ulteriores elaboraciones.[17] Y en su madurez lo serían aún más, al punto que uno de los espacios permanentes en los que volcaría sus ensayos semanales en Mundial iba a llevar por nombre “Lo que el cable no dice”, un título que tanto confirma ese lugar privilegiado que otorgaba al flujo internacional de noticias, como advierte acerca del necesario tamiz crítico con que esa fuente debía ser procesada.
Ese murmullo permanente e inquietante al que lo contactó su labor en la prensa comienza a mostrarle las limitaciones del ambiente en la capital peruana. “Nada interesante ha turbado la abrumadora monotonía de nuestro vivir limeño”, escribía en 1915.[18] Las referencias al tedio, al “hastío incurable de la vida”,[19] son habituales en sus crónicas juveniles, por ejemplo en aquellas en las que da cuenta del cansino trajín de la política criolla. También se detectan en la correspondencia con Bertha Molina, un amor platónico de juventud, en la que el tópico del aburrimiento es recurrente. En una de esas cartas, en 1916, Mariátegui revela ya “expectativas de que algún día me den un puesto en Europa”.[20]
Una modalidad de fuga de esa realidad anodina estuvo vinculada al desarrollo de una veta irreverente hacia el conservadurismo de las costumbres limeñas, enlazada a las ansias de experimentación estética que compartía con su círculo periodístico-literario (un movimiento que anticipa en Mariátegui su afición posterior por las vanguardias). El episodio más resonante en ese sentido fue el “affaire Norka Rouskaya”, la danza que una bailarina suiza –conocida internacionalmente bajo ese seudónimo ruso– realizó una noche en el cementerio de Lima al compás de la Marcha fúnebre de Chopin, una performance organizada por Mariátegui que suscitó escándalo en la opinión pública y que le valió incluso ser detenido por la policía.[21]
Pero ese incidente, ocurrido a comienzos de noviembre de 1917, coincidió exactamente en el tiempo con un acontecimiento que fue tanto más determinante en la trayectoria intelectual de nuestro autor: la Revolución Rusa. Pocos meses después Mariátegui aceptaba “con ardimiento y fervor” el mote de “bolcheviques” que le endilgaba a su grupo la prensa conservadora,[22] y entre 1918 y 1919, al compás de un ciclo de luchas obreras y estudiantiles (las vinculadas en el Perú al movimiento continental de la Reforma Universitaria), participaba ya en lo que luego llamaría sus “primeras divagaciones socialistas”.[23] Ese proceso de rápida politización, que se expresó en la factura de dos órganos independientes de breve existencia –la revista Nuestra Época, en 1918, y el diario La Razón, un año después–, y que tuvo como símbolo exterior mayor la renuncia pública al seudónimo Juan Croniqueur con que había dado a conocer su labor periodística y sus tentativas literarias, determinó en octubre de 1919 su salida obligada del Perú, junto a su compañero de andanzas César Falcón, a manos del presidente autocrático Augusto B. Leguía.
Fue entonces, en el periplo europeo que se extendió hasta 1923, cuando acabó de fraguarse en Mariátegui esa orientación que ya no habría de abandonarlo, la de un socialismo cosmopolita. “He hecho en Europa mi mejor aprendizaje”, escribió al inicio de los 7 ensayos, en referencia a los años pasados en Italia y otros países lindantes.[24] El viaje abrió la vía definitiva de escape de ese ambiente limitado y tedioso, e incentivó en él un insaciable deseo de mundo.[25] Y junto con ese apetito, afianzó de modo indeleble su credo socialista. Pero si todo ello fue así, fue porque su travesía le proveyó no solamente un abanico de nuevos saberes e incitaciones, sino también una toma de conciencia del quiebre epocal trascendental al que se asistía. También a Mariátegui, como él mismo escribiría acerca del líder chino Sun Yat Sen, “la Revolución Rusa […] lo iluminó sobre el sentido y alcance de la crisis contemporánea”.[26] Desde entonces, socialismo y cosmopolitismo estuvieron en permanente retroalimentación: si el primero marcaba en el triunfo bolchevique el inicio de la era de la revolución mundial y del avance impetuoso del proletariado internacional, y como tal habilitaba un campo visual en el que ingresaba una miríada de objetos culturales y sucesos políticos de todas las latitudes, el segundo demandaba hurgar en la literatura, el psicoanálisis, las artes plásticas, el cine y otros fenómenos de la modernidad para detectar claves culturales capaces de echar luz sobre la situación de las fuerzas socialistas.[27]
A esa tarea se entregó Mariátegui con afán pedagógico una vez regresado de Europa en 1923. En primer lugar, con la serie de conferencias sobre la “crisis mundial” que dictó en la Universidad Popular de Lima (que sus hijos habrían de publicar como uno de los tomos de la edición popular de sus obras desde fines de los años cincuenta). Ante un abarrotado público de obreros y estudiantes, en la primera de esas presentaciones explicitó el cometido de su empresa: “Presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar[le] que está viviendo una de las horas más grandes y trascendentales de la historia, contagiar[le] la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo”. Sus conferencias tenían un destinatario especial: “Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial”.[28]
Pero esos objetivos se veían facilitados por el surgimiento de una opinión pública globalizada, cuya materialización reciente Mariátegui describía con singular entusiasmo: