Antología. José Carlos Mariátegui
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la experiencia racionalista ha tenido esta paradójica eficacia de conducir a la humanidad a la desconsolada convicción de que la Razón no puede darle ningún camino. El racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la razón. […]
La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito.[83]
En su polémica con De Man, Mariátegui escribía que “a través de Sorel, el marxismo asimila los elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filosóficas posteriores a Marx”. Pero persuadido de que el autor de Reflexiones sobre la violencia había tenido seguidores tanto en la izquierda como en el fascismo, ataba su recuperación a la figura de Lenin, a quien siguiendo una senda soreliana consideraba “el restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista”.[84] No por casualidad Mariátegui había traducido y publicado en Amauta un conocido texto tardío de Sorel que elogiaba al revolucionario ruso.[85] En rigor, el peruano llevaba a cabo una operación exactamente opuesta a la que desplegaba la corriente principal de seguidores del pensador francés, cuyas demandas imperiosas de concreción de un mito revolucionario habilitaron el pasaje de la clase a la nación, aportando así un ingrediente de peso en la conformación de la cultura política fascista.[86] En Mariátegui el camino iba a ser el inverso. Según escribió, “el nuevo romanticismo, el nuevo misticismo, aporta otros mitos, los del socialismo y el proletariado”.[87] Su atenta lectura de los componentes emocionales del movimiento liderado por Mussolini lo llevó a presagiar una sentimentalidad análoga férreamente asentada en el mito de la clase obrera mundial. De allí el modo en que concluye su “Biología del fascismo”: “Solo en el misticismo revolucionario de los comunistas se constatan los caracteres religiosos que Gentile descubre en el misticismo reaccionario de los fascistas”.[88]
En definitiva, en su discusión con De Man Mariátegui se preocupó por ofrecer numerosas pistas que daban muestras de la vitalidad de la que en su época continuaba gozando el marxismo. Desde una perspectiva analítica, señalaba que “mientras el capitalismo no haya tramontado definitivamente, el canon de Marx sigue siendo válido”. Pero más importante le parecía advertir, desde un punto de vista político, que el autor de El capital “está vivo en la lucha que por la realización del socialismo libran, en el mundo, innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina”.[89] Finalmente, como fenómeno intelectual el marxismo exhibía gran plasticidad, tanto en su diseminación espacial (contaba con especialistas en países como China o Japón) como en las maneras en que absorbía otros saberes y se fusionaba con otras corrientes de la contemporaneidad. No obstante, corresponde decir que ese señalamiento habla seguramente más de las aperturas del socialismo de Mariátegui que de tendencias efectivamente existentes, como evidencian su singular insistencia en valorar la orientación comunista del surrealismo o, más aún, su interés en favorecer una zona de contacto apenas incipiente: la que buscaba yuxtaponer freudismo y marxismo.[90]
Una deriva singular del énfasis de Mariátegui en los componentes vitalistas y favorables a la acción de figuras y grupos está asociada a un tema recurrente en sus textos: el de la aventura. Según llegó a consignar, tenía planeado incluir en el libro El alma matinal un ensayo titulado “Apología del aventurero”, que aparentemente no llegó a escribir (es posible conjeturar que, de haberlo hecho, se habría servido de las incursiones sobre el asunto de Georg Simmel, cuya obra conocía).[91] En una muestra más de su heterodoxia, Mariátegui citaba elogiosamente de un célebre discurso de Mussolini el apotegma nietszcheano que predicaba “vivir peligrosamente”.[92] Así, por caso, ofrecía el siguiente perfil del escritor socialista boliviano Tristán Marof, “caballero andante de Sudamérica”:
Yo no lo había visto nunca; pero lo había encontrado muchas veces. En Milán, en París, en Berlín, en Viena, en Praga, en cualquiera de las ciudades donde, en un café o un mitin, he tropezado con hombres en cuyos ojos leía la más dilatada y ambiciosa esperanza. Lenines, Trotskis, Mussolinis de mañana. Como todos ellos, Marof tiene el aire a la vez jovial y grave. Es un Don Quijote de agudo perfil profético.[93]
El tópico de la aventura reaparece con frecuencia en los ensayos de Mariátegui para ilustrar formas de vida antiburguesa. Por ejemplo, para comentar el cine de Charles Chaplin, trazar un perfil del escritor trashumante de origen rumano Panait Istrati (cuyas novelas se publican y traducen en Minerva) o referir a la “existencia aventurera y magnífica” de la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan, desde su San Francisco natal hasta su consagración parisina, y de allí hacia su bienio en la Rusia bolchevique.[94] La cuestión ronda también la visión de Mariátegui sobre “La misión de Israel”, que no podía ser, como pretendía el sionismo, la de confinarse en un Estado nacional. “El pueblo judío que yo amo no habla exclusivamente hebrero ni ídish; es políglota, viajero, supranacional”, escribió en ese ensayo. Por ello, estaba destinado a contribuir “al advenimiento de una civilización universal”.[95]
¿Cómo pensar, en definitiva, el gesto de Mariátegui al componer la que probablemente haya sido la respuesta más sofisticada recibida por el libro de De Man, el texto que por excelencia buscaba desafiar al marxismo en la escena internacional de su tiempo? Mariano Siskind ha escrito que la figura del intelectual cosmopolita latinoamericano opera desde la presuposición de
un campo discursivo horizontal y universal donde [los intelectuales] pueden representar su subjetividad cosmopolita en igualdad de condiciones con las culturas metropolitanas. […] Estos planteos se construyen sobre la estructura de una fantasía omnipotente, […] una fantasía estratégica y voluntarista, pero muy eficaz en su capacidad de abrir un horizonte de significación cosmopolita.[96]
Al polemizar con De Man, al apropiarse del surrealismo y debatir sobre sus derivas a fines de la década de 1920, al sopesar las alternativas del socialismo en el Japón, o al elogiar matizadamente la figura de Rabindranath Tagore (es decir, al discutir con las expresiones más significativas de la cultura mundial de su tiempo), Mariátegui actúa como si el mundo fuera un espacio liso y sin estrías ni jerarquías culturales, como si fuera lo mismo escribir desde París que desde Lima. El corolario de esa actitud es que, en términos de modernización cultural y aggiornamento político-intelectual, su postura resultó más fértil que la de quienes se contentan con quejarse o denunciar las asimetrías geopolíticas o culturales.
Entre la brújula y la arborescencia, un socialista cosmopolita en América Latina
José Carlos Mariátegui murió en Lima el 16 de abril de 1930, víctima de los problemas de salud que lo afectaban. En el momento de su fallecimiento se hallaba próximo a concretar junto a su familia su traslado a Buenos Aires, desde donde planeaba continuar editando Amauta, crecientemente hostilizada en la capital peruana por el régimen de Leguía.[97] Hasta el final de su vida, Mariátegui mantuvo la pasión por informar y dar a conocer lo nuevo que había adquirido en su faz como periodista; persistió, también, en ofrecer sobre los hechos que comunicaba puntos de vista e interpretaciones muy personales. Sus escritos, destinados como estaban a públicos amplios, requerían y aún requieren lectores curiosos, interesados en seguir los múltiples vericuetos que proponen. En ese sentido, son textos exigentes, que usualmente, y a distancia de una imagen habitual que existe sobre Mariátegui, no “traducen” ni facilitan los nombres y referencias que traen consigo, sino que simplemente los disponen induciendo a proseguir averiguaciones propias.
José Aricó señaló que el carácter antidogmático del marxismo del autor de los 7 ensayos encuentra su explicación en el hecho de haberse originado a partir de un careo con “la parte más avanzada y moderna de la cultura burguesa contemporánea”.[98] Y ese es quizás el rasgo más sobresaliente de Mariátegui: como pocos otros intelectuales del mundo de las izquierdas, el haber sido al mismo tiempo ardorosamente socialista y notablemente flexible en sus intereses por