Masculinidades, familias y comunidades afectivas. María del Rocío Enríquez Rosas

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Masculinidades, familias y comunidades afectivas - María del Rocío Enríquez Rosas

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en las emociones y su relación con tres importantes campos de estudio: el complejo campo de generación de conocimiento sobre las masculinidades; las familias contemporáneas, caracterizadas por su heterogeneidad, y las comunidades afectivas, término acuñado por Rosenwein (2006), el cual está en íntima relación con la noción bourdiana de habitus y refiere el proceso de internalización de normas, que incluye no solo lo que se piensa sino también su dimensión afectiva.

      Los planteamientos de inicio se encuentran en la perspectiva del construccionismo social de las emociones (Wood, 1986; Coulter, 1989; Swanson, 1989; Hochschild, 1990; Gordon, 1990; y Perinbanayagam, 1989, entre otros). En específico, se trata del construccionismo social moderado (Armon‒Jones, 1986), que centra su atención en la connotación sociocultural de las emociones sin negar su componente psicológico y biológico. Por ello, se pone especial interés en desentrañar las formas en que los significados, las creencias, las normas y los mandatos sociales influyen en las formas de significación de las emociones, así como en las prácticas de regulación emocional (Swanson, 1989).

      Se parte de problematizar que las sociedades contemporáneas tienden a jerarquizar en un nivel superior a las dimensiones cognitivas, intelectuales o racionales, y en un nivel inferior a aquellas que tienen que ver con lo emocional y sentimental. Existe aún una tendencia en las ciencias sociales a escindir al actor social entre aquel que es consciente / cognitivo y el inconsciente / emocional. El desafío para el estudio social de las emociones estriba en el reconocimiento del actor consciente y también emocional o sentiente, capaz de llevar a cabo ejercicios reflexivos sobre sus experiencias en el marco de las condicionantes y expectativas socioculturales que también son emocionales (Hochschild, 2007).

      Para Hochschild (2007) las emociones solo pueden ser analizadas en relación con un contexto sociohistórico con coordenadas espacio–temporales claramente definidas. De esta manera, es posible el análisis de las emociones a partir de los factores de contexto centrales como el normativo, el expresivo y el político. Estos adquieren especial relevancia cuando se les analiza desde la perspectiva de género y se encuentran las especificidades que dan lugar a la construcción —en particular importante para esta obra— de las masculinidades. El normativo se refiere a la emoción y las reglas vinculadas con ella —socialmente construidas— y pueden generar tensiones diversas entre aquello que se siente y las normas preestablecidas sobre lo permitido y lo sancionado, lo apropiado y lo deseado. Para la autora existen tres formas de corrección de las emociones: la clínica, cuando lo que se espera es algo concebido como saludable y normal; la moral, que está legitimada desde el marco de la ética, y la corrección, en relación con las situaciones sociales y la correspondencia con las expectativas de acuerdo con estas. La segunda, la expresiva, relacionada con aquello que siente el sujeto y su comprensión por parte de los otros en un entorno específico. De acuerdo con el repertorio de expresiones y predominio de unas y la escasez de otras, podemos descifrar las relaciones complejas entre las emociones y el contexto. El factor político tiene que ver con las emociones y las relaciones / conflictos de poder.

      Las emociones son proveedoras de sentido y orientación en el mundo (Döveling, 2009), a la vez vehículos centrales para la interpretación de lo social a través de códigos culturales particulares (Kleres, 2010).

      La perspectiva teórica de las emociones, que pone en el centro la búsqueda de relaciones entre las situaciones sociales concretas y los contenidos emocionales socialmente construidos, expresados a través de las palabras y con diferencias y matices de acuerdo con las especificidades culturales (Lutz, 1986), es la que adquiere especial relevancia. A cada situación social corresponde una constelación de emociones que se configura de manera diferenciada; nos referimos al conjunto de emociones vinculadas / emparentadas entre sí de manera compleja y no lineal que permite desentrañar la cultura emocional de un fenómeno social en particular. Esta constelación de emociones puede variar de acuerdo con los grupos socioculturales a partir de la generación de nuevas emociones que favorezcan la reproducción, o bien la trasformación, de un orden social existente.

      Otro elemento central en el análisis de las emociones, desde la vía narrativa, tiene que ver con la construcción de agencia. De acuerdo con Kleres (2010) es posible encontrar las formas diversas en que un sujeto se posiciona como agente u objeto en relación con un suceso y respecto a los otros. Algunas de las expresiones lingüísticas de las emociones que pueden ser analizadas en las narrativas son las palabras (nivel léxico), las oraciones (nivel sintáctico) y los datos no verbales como el ritmo, la velocidad y los silencios (prosodia). El análisis narrativo de las emociones permite resolver un asunto metodológico en este importante campo de generación de conocimiento en las ciencias sociales.

      Entendemos las emociones como insumos clave para la comprensión del mundo íntimo y social, como procesos socialmente construidos que incluyen una dimensión biológica y psicológica, susceptibles de ser analizados. Para Turner y Stets (2005), las emociones son el pegamento de lo social que fijan las interacciones entre los sujetos y contribuyen a la definición de las estructuras sociales; así como participan en la reproducción y en la trasformación de un orden social. Según la sociología de las emociones, estas se encuentran socialmente construidas en el sentido de que, lo que los sujetos sienten, está condicionado por la socialización en la cultura y la participación de las estructuras sociales. Los miembros que conforman una sociedad aprenden el vocabulario de los comportamientos expresivos de otros, de las respuestas automáticas y los significados compartidos de cada emoción asociada con diferentes tipos de relaciones sociales. La perspectiva sociológica contemporánea de las emociones señala que estas incluyen los siguientes elementos: un componente biológico, definiciones culturales socialmente construidas, la aplicación de niveles lingüísticos, la abierta expresión de emociones a través del rostro, el habla, el cuerpo, el movimiento, así como las percepciones y evaluaciones de las situaciones, objetos e interacciones con los que están relacionadas las emociones específicas.

      Las emociones se construyen, expresan y regulan en las distintas esferas de socialización, y son las relaciones de género, familiares y comunitarias un ámbito central privilegiado para su análisis. La diferenciación de las expresiones y experiencias emocionales también guardan, en el sentido social, una relación con el género en la medida en que la socialización de hombres y mujeres pasa por el manejo emocional basado en el sexo. A las mujeres se les ha etiquetado como el sexo emocional, mientras que a los hombres el sexo fuerte y de la razón. De manera amplia, los estudios de género —en particular de masculinidades— se han encargado de desmitificar esa supuesta naturalización que coloca a los hombres como incapaces de sentir y expresar emociones. Las denominadas masculinidades ponen de manifiesto la trascendencia de la vida afectiva de los varones al reconocer que su derecho a la ternura (por ejemplo, la participación activa en el cuidado y la crianza de sus hijos, el derecho de expresar sus emociones, entre otros) constituye un nodo central en la construcción de sus identidades.

      La familia, por otro lado, representa el espacio primario de socialización de los sujetos, y parte de sus funciones es enseñar el manejo emocional de acuerdo con el sexo de los hijos y la consecuente construcción de género, en la cual la relación entre masculinidades y emociones adquiere especial relevancia: la clase social, la pertenencia étnica, el nivel sociocultural, que está en estrecha vinculación con el habitus. Así, desde otra mirada, más allá de la psicológica, la familia orienta las pautas de normalización de las emociones de acuerdo con sus rasgos de pertenencia social en los niveles señalados por la socióloga Arlie Hochschild (2007). Las distintas comunidades afectivas en las que interactúa el sujeto contemporáneo contribuyen de manera central para tejer el entramado emocional que rebasa al sujeto individual y le ubica en un entorno socioafectivo complejo y heterogéneo.

      La intersección entre las emociones y masculinidades contemporáneas, así como en la esfera de las familias y comunidades afectivas, dan sentido a la organización y los contenidos de este tercer volumen. Los trabajos aquí incluidos, en dos ejes vertebradores, muestran con nitidez y profundidad la pertinencia del análisis de la dimensión emocional en los estudios que abordan las relaciones de género, familiares y socioafectivas

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