Masculinidades, familias y comunidades afectivas. María del Rocío Enríquez Rosas

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Masculinidades, familias y comunidades afectivas - María del Rocío Enríquez Rosas

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obligatoria que, de acuerdo con Judith Butler (2007), haría surgir una determinada performatividad del género y de las emociones. Por tanto, no se trataría de un acto singular o un acontecimiento, al ser un cuerpo que actúa y responde enmarcado en una producción ritualizada, a partir de una iteración repetida, condicionada y tutelada bajo ciertas condiciones de prohibición.

      Como lo expresan Salas y Campos (2001), las características de los varones inmersos en la cultura patriarcal se manifiestan a nivel afectivo desde la negación de la ternura y la debilidad, pues eso vincula al hombre con lo otro, lo que posee una tonalidad femenina, que se acerca a lo homosexual y dentro del patrón hegemónico de masculinidad existe una heterosexualidad obligada que establece como criterio taxativo el afán de atrincherarse o autorreconocerse en la masculinidad.

      La concepción hegemónica del hombre que se instituye culturalmente como el primer sexo requiere de otros y otras que estén en una posición inferior; tal dinámica social se complementa y enriquece desde el plano ideológico en las sociedades patriarcales donde la competitividad se presenta como un valor supremo, y son el triunfo y el éxito sus máximas expresiones. En este sentido, ser poderoso implica estar arriba y es así como podemos aseverar que en la cultura urbana venezolana se reproducen imágenes que centran el poder en la corporalidad masculina, asociada con una figura de hombre deportista, de hombre motorizado que ocupa la ciudad, con carro que arremete y tiene el dominio de la calle, el abogado que dice cómo deben ser las cosas. En síntesis: es la expresión del hombre como aquel que demuestra tener dominio y control del espacio.

      En cambio, las imágenes que se elaboran de lo femenino se remiten a considerar a la mujer como objeto de belleza, como portadora de un cuerpo escultural. No hay que consignar los datos estadísticos para confirmar está realidad en Venezuela, solo remarcar la importancia y cantidad de certámenes de belleza que se realizan en cada zona del país y del concurso “Miss Venezuela” como instancia reconocida, validada y respetada, asumida como un aspecto fundamental de la cultura del entretenimiento.

      La masculinidad hegemónica, como ya señalamos, se maneja con la creencia de que expresar sentimientos muestra vulnerabilidad ante los demás. Por ello, ese lugar común al que recurren los hombres de “no pasa nada”, y que se expresa también en su silencio, puede entenderse como una forma de control y de no expresar ni escuchar aspectos problemáticos de sí mismos.

      Las masculinidades actuales se forjan al tener como eje central el control de las emociones para responder a la actuación performativa de la racionalidad–objetiva masculina, siendo sancionada la actuación performativa subjetiva–emocional asociada con la femineidad. Por su parte, Seidler (2006) argumenta que esta dinámica se estructura “mediante una extensa identificación entre la masculinidad y el autocontrol, los hombres aprenden a relacionarse con las emociones como amenazas a su identidad” (p.105).

      En el proceso de socialización se enseña a los hombres a mantenerse bajo control y distancia del entorno, extendiendo dicha disposición con su mujer, hijos e hijas; así como con los amigos mientras esto no implique exponerse y mostrar los sentimientos que lo puedan asociar con la debilidad, es por ello que coincidimos con Leverenz, quien sostiene que “nuestro verdadero temor no es el miedo a las mujeres sino de ser avergonzados o humillados delante de otros hombres, o de ser dominados por hombres más fuertes” (1986, p.451). Por otra parte, Michael Kimmel (1997) asevera que la característica de la virilidad es el miedo, porque ser considerado poco hombre es asumido como un atentado a la imagen de sí, e impulsa a afirmar la propia masculinidad y estar constantemente supervisando y cuestionando la hombría de los otros. Por ello las emociones son un signo asumido socialmente como expresión de “ser afeminado o blandengue”, siendo imperativo destacar por su potencia, su fuerza y sus expresiones como la audacia, las conductas temerarias y las hazañas.

      Las masculinidades subalternas

      Inicialmente, grupos de autores anglosajones reunidos en torno a los Men’s Studies, han venido manifestando que no es posible hablar de masculinidad, ya que comúnmente, cuando se habla sobre el hombre, se le sobreidentifica a partir de la noción de un solo modelo que responde a la concepción de masculinidad, blanca, occidental, ejecutiva, heterosexual. Desde estos estudios se comienza a establecer que no existe la masculinidad como tal en singular sino que es múltiple y tanto sus concepciones como prácticas varían según los tiempos, lugares, estratos económicos, entre otros. No es posible hablar de una noción de masculinidad universal que se imponga como categoría única y permanente, por tanto, Kimmel (1997) expone esta realidad múltiple de las masculinidades con uno de los atributos nodales de la masculinidad —la “virilidad”—, de esta manera: “La virilidad no es estática ni atemporal, es histórica; no es la manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada en la cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas” (p.49).

      Específicamente, en la población masculina de los sectores urbanos de Caracas se pueden encontrar diferentes expresiones de masculinidades que no necesariamente responden a la imagen tradicional y clásica del hombre viril hegemónico, y mantienen una distancia de la concepción de hombre de raíz europea que se ha impuesto mediante la fuerza colonial, posicionando un imaginario de la masculinidad angloamericana, siendo este un intento de institucionalizar y legitimar la imagen de un hombre racional con un alto razonamiento analítico y juicio moral y extenderlo como una norma científica universal. Tal distinción omite o niega los matices del hombre racional–latino que no se expresa de igual manera en el caluroso Caribe y en el frío sur, por lo que los hombres latinos no constituyen una masa homogénea, monolítica e invariable como busca imponer el estereotipo de masculinidad hegemónica, en América Latina.

      Más bien es necesario comenzar a describir las constantes contradicciones que están experimentando los hombres venezolanos en relación con los sentidos y significados de ser hombres y cómo viven sus emociones.

      Podríamos decir que los hombres latinoamericanos experimentan particularidades que devienen de los procesos complejos asentados en las circunstancias históricas, sociales y culturales, que configuran masculinidades diferentes a la figura de lo racional propia de las explicaciones angloeuropeas, y nos conectan con identidades latinoamericanas cercenadas por su fundación a fuego y masacres, resultando siglos después identidades que se debaten entre el deseo de dominar (asimilándose a la imagen del español conquistador) y pertenecer al grupo de los dominados. Siguiendo a Dussel (2007), el “ego fálico que se constituye en su fuerza bruta y en su opresión armada, de derecho, económica, como el fundamento de la dominación erótica” (p.103). Esto nos habla de la presencia de un ethos de la dominación erótica hispánica colonizadora que es resignificada en la noción de control de territorio, la valentía como acto heroico, de asumir una actitud y disposición a la conquista como residuos que se cuelan en los cuerpos con la fuerza del estereotipo, configurando un símbolo de la dominación latinoamericana.

      Espacio para que emerjan los relatos

      La relación con los participantes es especialmente importante, puesto que por lo general la información requerida no está disponible y, para tal efecto, es necesario construir una relación de confianza con el fin de familiarizar a la persona con el tema. En este sentido, se realizó un primer encuentro de selección para hallar al informante clave que, como señalan Taylor y Bogdan (1992), su característica ideal es “que conozca también una cultura que ya no piense acerca de ella” (p.66). La intención primordial de esta selección es poder entrevistar a buenos narradores, entendidos como personas que puedan contar su experiencia a través de relatos detallados. Luego de haber establecido el contacto en los espacios cotidianos con cada uno y discriminar a los buenos narradores, se les comunicaron las intenciones, los objetivos, el destino de la investigación y se les informó sobre el anonimato de su identidad y el carácter voluntario de la participación.

      Una vez que se les compartió el tema de la investigación —hablar de las emociones

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