Masculinidades, familias y comunidades afectivas. María del Rocío Enríquez Rosas

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Masculinidades, familias y comunidades afectivas - María del Rocío Enríquez Rosas

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torrentes, que pueden ser conducidos por diques que, en ocasiones, operan como canalizaciones donde circulan armónicamente: un espacio íntimo, el uso del alcohol para ahogar las penas, la música como una red simbólica para procesar las emociones.

      Verga, mano, me voy para mi cuarto, o de repente una que otra curdita por ahí, una vaina así, de repente cuando estoy triste me pongo a escuchar música. Tuve la oportunidad de alejarme de mi noviecita de tanto tiempo y llegué y me fui triste y andaba triste de sentimiento, de tristeza, que tú dices que cónchale chamo, qué bola ese sentimiento de querer llorar, de querer votar lágrimas, esa es la misma emoción de la tristeza ¿o no? (H5: 22 años, estudiante de licenciatura, trabajando esporádico).

      La música, en especial la salsa y la balada, son géneros que tienen gran aceptación y valoración en los jóvenes. Escuchar salsa erótica acompañado de un trago de ron representa para muchos hombres el único espacio para mostrar sensibilidad, para expresar amor y sentimientos, que son coartados cuando se comparte en grupo.

      Ese tipo de salsa son canciones que a uno le llegan al corazón, de sentimiento. Escucho canciones como de perro, como de maltripear una mujer… pero me gustan más las de sentimiento, como enamorar a una mujer, le hablo en el oído, le canto esas canciones para atraparla. Canciones como “Me fascina esa mujer”, que dice “me fascina esa mujer, esa mirada, esa manera de amarme” (E3: 22, bachiller, trabajando).

      Escucha la lírica de esa canción, mira, ve cómo te toca el alma, yo cuando ando en despecho me encierro en mi cuarto y la pongo a todo volumen (E7: 23 años, TSU, trabajando).

      Son muchas las experiencias cotidianas que conectan directamente a los hombres con las emociones y una muy significativa es el ejercicio de la paternidad, que hoy ya no se ejercería solamente desde la expresión de una figura de autoridad distante y fría; más bien podemos encontrarnos con despliegues de afectos y de expresiones mucho más libres y diversas.

      El otro día tuve un problema con mi hija, ella me dijo que yo no la quería porque varias veces le había dicho que era una cualquiera igual que su madre, y bueno, a lo que me dijo eso me desarmó y le pedí perdón, que nunca más lo iba a hacer y que eso lo hice sin pensar y que no era verdad y en esa época estaba muy equivocado, le pedí un abrazo y ella no quería y lloraba, la menor estaba ahí al ladito también llorando y se acercó y me abrazó y luego se acercó la mayor. Allí estuvimos un rato abrazados y llorando (H10: 27 años, TSU, trabajando).

      En la mayoría de relatos es posible apreciar cómo es necesaria la presencia de un estímulo externo para conectarse con la sensación inspiradora de las emociones, al recurrir a grandes sucesos para reconocerlas y permitir que se expresen en la cotidianidad; esta realidad nos muestra una suerte de analfabetismo emocional que deviene desconexión cultural en la que están inmersos los hombres.

      Para poder conectarme con las emociones, pensando en ellas como aquello que te inspira, necesito sentir algo trascendente y en los últimos años eso ha ocurrido en pocas ocasiones, con el nacimiento de mi hija, la guerra en Irak (H6: 23 años, estudiando licenciatura, sin trabajo).

      A MODO DE CONCLUSIÓN

      La contribución central de esta investigación radica en mostrar cómo el campo de las emociones continúa siendo un tabú y un escenario obviado y evitado por las masculinidades, condicionadas y limitadas por la necesidad de demostrar constantemente la seguridad y el poder, asociados con el control y el manejo de las emociones.

      El miedo y el dolor a la pérdida de la imagen de sí conecta a los hombres con los aspectos incómodos y desestabilizadores de su aparente tranquilidad, que se asocia con la sensación de seguridad y control del entorno. Cada relato nos sitúa ante la necesidad que atraviesa a cada hombre, desde sus masculinidades, de tener que luchar para mantener el statu quo, considerado como un espacio libre de contrariedades y no necesariamente de dificultades, las cuales significarían un aliciente para el crecimiento; en cambio, las contrariedades son señal de pérdida asociada con la incapacidad para manejar los asuntos cotidianos, quedando en evidencia un hombre frágil y vulnerable que no sería capaz de alcanzar la tranquilidad.

      Un aspecto fundamental de la construcción de las masculinidades es asumirse como hombres con carácter, y es la rabia la que prevalece como emoción ante cualquier situación de malestar, expresada con el golpe, la descalificación, cargando sus cuerpos de ira; repertorio de conductas que resultan inflexibles y rígidas. También se observan las formas de negociación o gestión de esta emoción, que en cierta medida se basa en la acumulación e intento de controlar las sensaciones incómodas, proceder de modo introspectivo y evitar exteriorizar sus sentimientos.

      El hombre intenta responder a las asignaciones establecidas por la masculinidad hegemónica, como dicta la norma, pero aquellas están en movimiento y en negociación con diferentes situaciones como el tiempo, el contexto, la historia de la relación, la función paterna, entre otras sujetas a modificación, a medida que la mujer se posicione en diferentes espacios y asuma otras responsabilidades.

      El hecho de profundizar en las vidas cotidianas de diez hombres nos permitió constatar cómo las vivencias de las emociones responden a condiciones multifactoriales que delimitan las formas de pensar, sentir y actuar, adhiriéndose a una estructura y una imagen de sí, al ser producidas y reproducidas en un contexto cultural, social e histórico particular donde, como sostiene Butler (2002), no proceden como un acto único sino como un acto performativo “que no puede ser entendido fuera de un proceso de iterabilidad, una regulada y limitada repetición de normas […] esa iterabilidad implica que el performance no es un acto, o evento, singular, sino una producción ritualizada” (p.95). En este escenario reducido de movimientos el hombre desplegará su imagen de sí y sus esfuerzos irán orientados a mantener indemne su figura y así proteger su lugar en el mundo de lo público, como aquel que debe ser seguro de sí.

      REFERENCIAS

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      Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.

      Bourdieu, P. (2010). El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo XXI.

      Butler, J. (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós.

      Butler J. (2007). El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.

      Dussel, E. (2007). Para una erótica latinoamericana. Salamanca: Sígueme /El Perro y La Rana.

      Foucault, M. (1987). Historia de la sexualidad 3: la inquietud de sí. México: Siglo XXI

      Fuller, N. (1995). En torno a la polaridad marianismo–machismo. En L.G. Arango, M. León & M. Viveros (Comps.), Género e Identidad. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino. Santa Fe de Bogotá: Tercer Mundo /Uniandes / UN / Facultad de Ciencias Humanas.

      Gutmann, M. (1998). Ser hombre de verdad en la Ciudad de México. Ni machista ni mandilón. En T. Valdés & J. Olavarría (Comps.), Masculinidad y equidad de género en América Latina. Santiago de Chile: FLACSO.

      Heritier, F. (2007). Masculino / Femenino II. Buenos Aires: FCE.

      Kimmel, M. (1997). Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina. En T. Valdés & J. Olavarría. (Eds.), Masculinidad/es. Poder y crisis. Santiago de Chile: Ediciones de las Mujeres, 24, Isis Internacional/FLACSO.

      Leverenz,

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