Masculinidades, familias y comunidades afectivas. María del Rocío Enríquez Rosas

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Masculinidades, familias y comunidades afectivas - María del Rocío Enríquez Rosas

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visuales más constantes y se redujeron totalmente los contactos físicos que son parte tradicional del encuentro y van junto con las palabras en los diálogos en Venezuela. Por lo cual las primeras preguntas: ¿qué es para ti la emoción? ¿cómo identificas cuando estás emocionado? generaron un estado de incomodidad, pero cuando empezamos a aterrizar en situaciones cotidianas existió mayor apertura en las respuestas: ¿qué cosas te gusta hacer? ¿con qué cosas te sientes orgulloso y feliz? ¿cuentas con alguien para contarles tus problemas? Ante esta última pregunta todos respondieron inmediatamente que no, “eso de tener problemas es de uno, para qué molestar a otros con los problemas de uno”. Los momentos más nutridos de las entrevistas, emocionalmente hablando, se dieron cuando se incluyó en la conversación el tema de la frustración y de la humillación: ¿cuál ha sido la vergüenza más grande que has vivido en tu vida? ¿qué te sucede cuando sientes que no logras algo?

      Las sensaciones y emociones son experiencias humanas constituyentes de nuestro estar y actuar en el mundo, dichas experiencias son afectadas al recibir la influencia de las expectativas y asignaciones genéricas. En el caso de los hombres, la manera como estas son experimentadas presenta ciertas particularidades que iremos revisando a partir de los relatos.

      LAS EMOCIONES COMO TERRITORIO PROTEGIDO

      La seguridad, como una cualidad que se gestiona en el campo de la identidad, es asumida como un elemento fundamental. Para cada uno de los entrevistados ser seguros y fuertes correspondería a una cualidad que se tramita en el nivel personal y social; ambas disposiciones se sostienen en la necesidad de demostrar y demostrarse que se tiene la fuerza, la capacidad, esto es, en sentido coloquial y criollo: tener “las bolas”.

      En lo personal se gestiona desde la lógica del desafío, que implica que el hombre pueda controlar la capacidad que posee para cumplir y sortear dificultades. A su vez, en términos conductuales, se coloca frente a las adversidades asumiéndose como el momento en que tramita su hombría y se condensa en un solo acto de valía personal y social.

      En el barrio uno se tiene que saber defender, siempre hay unos por ahí que quieren someterlo a uno, pero uno debe saber cuidarse y hacerse respetar (E3: 25 años, TSU, trabajador de negocio de comida).

      La búsqueda y el esfuerzo de alcanzar la seguridad, como expresión de potencia y de autosuficiencia, conduce a los hombres a sentir el poder, asumido como atribución de lo masculino, asentándose en la aptitud de hacer y de poseer que se enlaza con la capacidad del control asociada con la no expresión de sentimientos, sobre todo si son de tristeza, dolor o vulnerabilidad. Estos deben estar y mantenerse bajo control.

      Cuando siento una emoción muy fuerte necesito matarla, porque lo que muere se va, se esfuma y se saca de la mente y del corazón, como dice el dicho: muerto el perro se acaba la rabia (H4: 26 años, bachiller, cesante).

      Se evidencia la relación cercana del control con el riesgo al fracaso que está asociado directamente con la exigencia de la masculinidad por alcanzar logros. Por un lado, es común encontrarnos con la idea de que el hombre “enfrenta la realidad” y al parecer la manera más adecuada es desde el control, con la finalidad de obtener una seguridad que se desprende del mismo, y, por otro lado, pretender controlar y desear anteponerse a los hechos para poder sobrellevar la complejidad del otro; en ambas posturas se evidencia el deseo de evitar el fracaso.

      Siempre hay un temor de enfrentar las cosas después de que uno las enfrenta, pienso, yo las encamino, o logras controlar ya lo demás, es como se dice, bueno, ya le di el primer paso, ya lo logré aquí y quiere decir que si me vuelve a pasar esta situación la logro controlar y así sucesivamente (E3: 22 años, bachiller, trabajando).

      Surge entonces una relación directa entre la noción de seguridad y potencia asociada con las prácticas y la fuerza que se expresa en la sexualidad masculina. El hombre debe transitar lo sexual desde un posicionamiento activo y exhibir un cuerpo disponible y siempre dispuesto para la acción.

      Yo reconocía cuando andaba bien emocionalmente, cuando era un toro, un hombre fuerte cercano a la animalidad desbocada y que rebalse de energía en la cama con mi pareja, y siempre me preocupo de que quede satisfecha y siempre he sentido algo de esa duda, a pesar de que yo la hago sentir bien porque es así, pero bueno, como yo le digo a ella, si hay una falla que me diga, que si hay una falla que diga, es importante que me lo diga sin miedo para ver si yo la mejoro (E10: 27 años, trabajo contratado, TSU).

      Hay que proteger “la imagen de sí” de la humillación y de caer en la categoría de “pendejo” y por no exponerse ante la sospecha, por ende, hay que desplazarse y actuar en el campo de lo social con tal manejo de la corporalidad que no se preste a duda alguna el comportamiento de hombre íntegro. Para ello se debe gestionar la “imagen de sí mismo”, para no ser cuestionado, acto que implicaría ser ubicado en el paredón de la duda y la condena.

      La humillación cuando te hacen sentir que no vales ni medios, que no sirves pa’ un coño, que eres una cagadura humana, es una emoción arrechísima que se siente acá dentro y es como si el cuerpo quisiera estallar. Y cuando una persona se siente humillada es como una bomba de tiempo (H6: 23 años, estudiante licenciatura, sin trabajo).

      El hombre que no es seguro es un pendejo y el pendejo es el que siente y se deja llevar por las emociones (H2: 22 años, TSU, trabajador).

      Las emociones se hacen y hacen cuerpo, el que es vivido ya no desde su firmeza sino como un cuerpo que se quiebra, como el mismo quebranto que es interpretado como sensación de inestabilidad emocional y conlleva a que se incremente la incomodidad y se externaliza en lo social, siendo evidencia de un malestar masculino. La imagen de enfrascarse es indicio de cómo, para los hombres, recurrir a las emociones al parecer no sirve como recurso para reflexionar y ser consciente de una crisis; por el contrario, incrementa el malestar.

      Me entiende, sabe, no me aisló porque es verdad, pues no dejar de vivir por los demás, pues algo así y de reflejarlo así, me quebranto, me siento triste y, vaina, me enfrasco nada más en el problema (E8: 25 años, profesional, trabajando).

      Otra concepción muy extendida en estos hombres es la idea de vivir en un mundo inhóspito, conformado por una calle llena de gente hipócrita, por lo que no hay en quién confiar; esta consideración conduce en muchas ocasiones a una absoluta condena al aislamiento que se adosa al mandato masculino de la autorreferencialidad.

      Este mundo en la calle todo está lleno de hipocresía, hoy te estoy dando un abrazo y por detrás te estoy destruyéndote, te estoy hablando, estoy hablando mal de ti, “mira ese pedazo de gordo qué se cree, mira cómo camina” (E7: 23 años, TSU, trabajando).

      Yo lo que siempre he sido cerrado, he sido temeroso de que se enteren de mis cosas, de que no se metan conmigo, yo he armado como quien dice y me he dado cuenta es ahora un mundo, porque creo que todo el mundo viene a dañar, soy celoso con lo mío (E1: 22 años, estudiando licenciatura, trabajando).

      En la experiencia y conexión con las emociones y los afectos hay un aspecto vital en la trayectoria de los hombres, lo cual queda muy bien descrito en un relato recogido donde se afirma que “la vida continúa”; en esta sentencia se resume una cantidad de factores y aspectos relevantes de las masculinidades, donde el mandato es no echarse a morir y hay que pensar para adelante, surgir, sobrevivir, caracterizado por la carencia de tiempo para pensar en sí y, por tanto, brindarse el espacio para sentir. Esto nos habla de cómo se producen masculinidades inscritas en una construcción de tiempo fordista, basado en la productividad, conformando cuerpos productivos para cumplir con el rol de hombre–ganador: un sujeto que responde sería un hombre que produce.

      La vida continúa y yo tengo que buscar la manera de sobrevivir, yo no me voy a estar echándome pa’ abajo, tengo que saber responder y surgir, cumplir con mis cosas, el trabajo, sacar los estudios

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