Regreso al planeta de los simios. Eladi Romero García
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Читать онлайн книгу Regreso al planeta de los simios - Eladi Romero García страница 2
—Unos albaneses me han introducido una botella por el ano... Y creo que se ha roto.
El facultativo mostró un rostro de sorpresa. De inmediato comprendió por qué el recién llegado pugnaba por controlar con sus manos unos pantalones que llevaba desabrochados.
—De acuerdo, túmbese en esa camilla..., con la espalda hacia arriba, y bájese los pantalones.
Đorđe obedeció dócilmente aunque con dificultad, dejando al descubierto unas nalgas rugosas y blanquecinas, separadas por una enorme hendidura interglútea en la que se apreciaban diversas manchas de sangre reseca. El médico observó la zona y pudo comprobar que en el centro de dicha hendidura asomaban los afilados bordes de una botella rota. Sin embargo, esta se encontraba tan profundamente incrustada en el orificio anal que resultaba del todo imposible extraerla con las manos sin provocar una carnicería.
—¿Ha podido ver qué tipo de botella era, señor Martinović?
—De cerveza…
—Me refiero a la forma y al tamaño.
—De medio litro... Y creo que me la han introducido por la base. Han forzado tanto para metérmela que se ha roto... La verdad, no sé cómo ha podido ser...
—Eso parece... ¿Le duele?
—Mucho.
El médico suspiró, imaginando lo que aquel hombre debía de estar padeciendo. Por lo que pudo apreciar, al menos llevaba introducidos en su interior siete u ocho centímetros de botella, afectando probablemente al colon.
—No se preocupe... Se la vamos a sacar —aseguró, intentando con ello tranquilizar al atribulado paciente.
Una hora después, un equipo de tres cirujanos, dos albaneses y un serbio, lograban extraer una parte de la botella del interior de Đorđe. Sin embargo, la operación no pudo completarse, pues algunos pedazos quedaron incrustados en su colon, circunstancia que implicaba un alto riesgo de infección y perforación. Paralelamente, la familia del desdichado Martinović fue avisada de la presencia de su pariente en el hospital, y puesto que este trabajaba como empleado civil en el cuartel de Gnjilane, también se informó del suceso a las autoridades militares y, por supuesto, a la policía. Al conocer lo sucedido, el coronel Novak Ivanović, comandante de dicho cuartel, ordenó que no se permitiera a nadie hablar con Đorđe hasta que no lo hiciera primero él. En un día como aquel, semejante noticia podía alterar la alegría de la fiesta y el orden social que con tantas dificultades se intentaba mantener. Por tanto, Đorđe tuvo que pasar la noche solo, atendido por dos viejas enfermeras y obligado a defecar mediante una sonda. Triste y lloroso, apenas pudo dormir una media hora.
Hacia las siete de la mañana llegó al hospital el coronel Ivanović, quien, tras informarse del estado del paciente, solicitó pasar a su habitación para hablar a solas con él. Previamente, había contactado con sus superiores en Belgrado para notificar el caso y recibir instrucciones.
Đorđe se encontraba solo y medio adormilado. Gracias a la operación del día anterior, podía ya recostar su espalda sobre la cama, aunque la sonda le representaba una cierta incomodidad. La ver aparecer al militar vestido de paisano intentó incorporarse para saludar lo más marcialmente posible, aunque solo pudo levantar unos centímetros la cabeza e inclinarla en señal de sumisión.
—Coronel..., qué alegría me da verlo...
—Tranquilo, Đorđe, no te muevas... Descansa. He venido a saludarte y a charlar un poco contigo. ¿Cómo te encuentras? ¿Te tratan bien?
—Bueno... Me encuentro mejor..., dentro de lo que cabe. Todos han sido muy amables y atentos..., incluso los médicos albaneses. Pero aún no he podido ver a mi familia...
—Bien, bien... Más tarde... primero tenemos que hablar muy seriamente —manifestó el militar, matizando el tono amable inicial.
—Sí... claro..., entiendo. Lo que me hicieron fue muy grave...
—De eso vamos a hablar precisamente. ¿Qué sucedió realmente? Desde el hospital me informaron de que tú habías denunciado el ataque de unos albaneses...
—Así es..., coronel —la voz de Đorđe parecía cada vez más débil.
—Cuenta pues, cuenta —le instó Ivanović.
—Me atacaron dos tipos mientras yo cuidaba mi huerto. Me bajaron los pantalones, hincaron un palo en el suelo, metieron la botella en la parte superior y me obligaron a sentarme sobre ella... Como la base era muy ancha, tuvieron que hacer mucha fuerza. Eran jóvenes, y no paraban de decir que debía abandonar mi tierra, venderla a algún albanés y marchar a Serbia... O si no, le harían lo mismo a mi familia...
—¿Y tú no te resististe?
—Es que eran muy fuertes, mi coronel, y además me golpearon en la cabeza. Casi pierdo el sentido.
—Ya... —el militar no parecía muy convencido de lo que estaba escuchando—. Mira, Đorđe, los médicos me han informado de que necesitas de una nueva operación para extraerte lo que queda de la botella en tu estómago. Yo te prometo que ordenaré tu traslado a Belgrado, al hospital de la Academia Médica Militar..., allí te operarán los mejores especialistas... Pero debes decir la verdad...
Đorđe, desde sus pequeños ojos, mostró cierta sorpresa.
—¿La verdad? Si acabo de decírsela... Fueron dos albaneses..., me atacaron por sorpresa...
—Mira, Đorđe. Los médicos creen que lo que te sucedió solo pudiste provocarlo tú mismo.
Ahora, los ojos del paciente se abrieron un poco más. Era evidente que no esperaba aquella apreciación de parte de un militar que, como él, también era serbio.
—¿Que me lo hice yo? Pero esa gente está loca... ¿Cómo voy a hacérmelo yo?
—Muy sencillo... Querías provocarte..., cierto placer..., y la cosa se te fue de las manos.
Đorđe se mantuvo en silencio durante unos cuantos segundos, intentando digerir lo que el militar acababa de insinuar.
—No, mi coronel... No... Yo no soy un maricón que va por ahí metiéndose cosas por el culo... No..., eso me lo hicieron unos albaneses..., ¿o acaso no me cree?
—Mira, Đorđe, voy a serte muy sincero. O dices la verdad, o te quedas aquí incomunicado hasta nueva orden y no te llevamos a operar a Belgrado...
Estaba claro que, al objeto de no empeorar la tensa situación que se vivía entre la mayoría albanesa de Kosovo y la minoría serbia que residía en dicha provincia, las autoridades militares habían optado por no echar más leña al fuego rechazando la tesis del supuesto ataque sufrido por Đorđe. Según las instrucciones recibidas de sus superiores por Ivanović, el asunto debía pasar oficialmente como un simple episodio de masturbación homosexual fallida por parte de un hombre..., de 55 años, casado y con hijos.
Al final, Đorđe acabó admitiendo la tesis de los militares, pasando a ser el hazmerreír de todos los serbios y albaneses de la Yugoslavia entera.
Sin embargo, el caso no terminó ahí. Contrariamente