Regreso al planeta de los simios. Eladi Romero García

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Regreso al planeta de los simios - Eladi Romero García Camelot

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a una empresa dedicada a gestionar espectáculos, por el que se le hacía llegar en formato PDF una entrada para el concierto de Pablo und Destruktion, que debía celebrarse el próximo sábado en la Casa del Cordón de Burgos. Una entrada que, como Adrián constató en su cuenta bancaria digital, había sido pagada mediante su tarjeta de crédito. Que no recordara el asunto de los presupuestos generales del Estado tampoco resultaba tan relevante..., pero que hubiera olvidado la adquisición de una entrada para asistir a un concierto al día siguiente... Aquello sí resultaba extremadamente preocupante.

      Conocía a Pablo García Díaz, era consciente de ello. Un cantante gijonés que había creado el proyecto musical denominado Pablo und Destruktion, basado en la combinación muy personal de la psicodelia, el blues y el folk. A Adrián le gustaban algunas de sus canciones, y de hecho, había descargado (gratis, por supuesto) casi toda su discografía. Pero de ahí a asistir a uno de sus conciertos, que además iba a celebrarse en Burgos, a más de 200 kilómetros de Llanes, había un abismo.

      ¿O no? Porque en algún momento decidió que le agradaría escuchar a su nuevo ídolo musical en vivo. Ahora bien, ¿cuándo lo decidió realmente? Aunque la respuesta parecía clara, y apuntaba inevitablemente al 14 de febrero, por más que se esforzaba no lograba recordar nada, ni cuándo se había enterado de que Pablo García iba a cantar en Burgos, ni cuándo había decidido acudir a oírlo, ni en qué momento del día anterior había adquirido la entrada. El asunto del concierto parecía haber sido engullido por una espesísima tiniebla cerebral.

      Los gatos, comprendiendo que algo grave le estaba sucediendo a su colega, habían decidido tumbarse pacientemente en el sofá, confiando en que Adrián pudiera recomponerse cuanto antes.

      —Bueno, chicos, vamos —anunció entonces, sorprendiendo gratamente a los felinos—. ¿Qué más da que no recuerde nada de lo que hice ayer? Aunque..., la verdad, vosotros podríais darme alguna pista... Imagino que también dimos nuestro paseo..., ¿o no?

      Chapinete maulló algo parecido a una afirmación, aunque su colega humano no quedó muy convencido.

      Adrián se sentía razonablemente feliz en su nueva casita de Poo de Llanes, un pueblecito situado a tres kilómetros de la capital del concejo. Casi dos años después de jubilarse, por fin había logrado cumplir su sueño de residir en aquel rincón de Asturias que tanto lo hechizaba. Con lo que había conseguido ahorrar después de mucho tiempo de estrecheces, sumado al importe obtenido de la venta de su pequeño apartamento de Binéfar, logró reunir el importe exigido para adquirir una vivienda que, tras varios meses de búsqueda por la Red, satisfacía ampliamente todas sus necesidades. Una casita de dos plantas, modesta, pero bien soleada cuando el astro rey aparecía por aquellas tierras, y a escasos setecientos metros de una playa en la que resultaba del todo imposible ahogarse. Además, pudo obtenerla completamente amueblada, por lo que el día en que abandonó el secarral oscense donde había transcurrido su existencia durante casi veinticinco años, lo hizo prácticamente con lo puesto, dejando atrás toda una inmensa biblioteca de libros en papel que sin duda, por el aspecto de la persona que había comprado su anterior pisito, acabarían vendidos en una librería de viejo o, en el peor de los casos, lanzados al contenedor de papeles. Una cuestión que al viejo profesor jubilado lo traía sin cuidado, habida cuenta de que solo en su ordenador tenía almacenados más de cinco mil libros digitales, todos ellos descargados gratuitamente, a los que había que sumar otros quince mil guardados en una memoria externa. Suficientes para tener lectura durante el resto de su vida y tres o cuatro reencarnaciones más.

      En cuanto abrió la puerta de la casa, los gatos salieron en estampida hacia la parte de atrás, donde abundaba la vegetación y el sol solía calentar durante todo el día. Allí se dedicaron a retozar, revolcarse entre las hierbas y cultivar su bien afinado olfato, mientras Adrián los observaba sumido en sus pensamientos.

      Aspiró profundamente el aroma a laurel y eucalipto, sintiendo cómo la naturaleza tranquilizaba su ánimo. El alzhéimer podía hacer de las suyas en las personas que necesitaban recordar, convertirse en un auténtico drama para sus familiares, aunque no era este el caso de Adrián. Desde que se instaló en Poo de Llanes, todo su pasado había quedado relegado al olvido. Su fracasado matrimonio, roto muchos años atrás... El alejamiento de su único hijo, al que solo escuchaba por Navidades, cuando uno u otro se decidía a telefonear para felicitar el nuevo año. Sus amores imposibles con Olvido, aquella colega de la que se enamoró perdidamente, y con la que nunca pudo llegar a nada por estar ella felizmente casada con otro... De hecho, Adrián carecía ya de sueños e ilusiones, y también de alguien que sintiera preocupación por él. Con su humilde casita y la compañía de sus dos gatos le bastaba para soportar lo que le quedaba de vida. ¿Qué problema había en haber olvidado un día de su existencia, cuando todos los días, desde hacía ya bastante tiempo, transcurrían de la misma manera? ¿Acaso había hecho algo especial aquel difuminado 14 de febrero, aparte de adquirir las entradas para un concierto? Casi con toda seguridad, no. Habría sacado a sus gatos; habría cumplido con la acostumbrada hora y media de caminata por el sendero costero; de haber lucido el sol habría acudido a la playa para leer tumbado en la arena; habría visto alguna película en su ordenador..., y poca cosa más, aparte de calmar sus necesidades de higiene corporal, alimento y evacuación de órganos internos. En definitiva, no se había perdido nada trascendental, de ahí que no se sintiera excesivamente preocupado por aquel fallo en su memoria.

      Por curiosidad, comprobó su móvil de primera generación, un teléfono que carecía de conexión a Internet e incluso de cámara fotográfica. Un aparatito pequeño, que se abría en dos hojas para dejar a la vista un minúsculo teclado y una pantalla aún más diminuta, adquirido al menos veinte años atrás. Adrián lo empleaba exclusivamente para telefonear una o dos veces por semana como mucho, principalmente para solventar asuntos derivados de la adquisición de la casa, y escuchar la radio durante sus caminatas, aunque dicha función apenas la activaba al preferir el canto de los pájaros o el silencio de la naturaleza a las estupideces de tertulianos, políticos y espontáneos empeñados en divulgar sus estúpidas opiniones a toda costa.

      El día 14, es decir, ese día del que no tenía memoria, curiosamente había realizado dos llamadas, una a la biblioteca de Llanes y otra a un teléfono fijo con prefijo 947 que no tenía registrado. Lo pulsó para comprobar a quién pertenecía y le respondió de inmediato una dulce voz femenina.

      —Centro cultural Casa del Cordón, ¿dígame?

      Al principio Adrián se sorprendió, aunque tras unos instantes de duda logró recordar que de una forma u otra había contactado ya con dicha institución.

      —Perdone, ¿mañana canta ahí Pablo und Destruktion?

      —Sí, a las ocho de la tarde.

      —¿Y puedo comprar entrada por Internet?

      —Claro, en nuestra página web. Creo que ayer ya se lo expliqué.

      —No me diga...

      —Su voz me suena... Me parece que fue usted quien hizo esa misma consulta, la única que tuve ayer sobre ese mismo asunto.

      —Ya..., es que ando un poco flojo de memoria últimamente.

      —No se preocupe, para eso estamos.

      —Pues ahora mismo compro la mía. Gracias y perdone.

      —Hágalo ya, porque el concierto es mañana, no se le olvide otra vez —concluyó con cierta sorna la mujer.

      Por lo que respecta a su llamada a la biblioteca de Llanes, Adrián intuyó que simplemente la habría realizado para consultar algún dato de su catálogo, gestión que solía realizar con relativa frecuencia.

      «En

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