Regreso al planeta de los simios. Eladi Romero García

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Regreso al planeta de los simios - Eladi Romero García Camelot

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otro mundo.

      «La que pareces llegada de otro mundo eres tú... ¿Qué es lo que estás buscando? Porque si es dinero, has ido a pinchar en hueso. De todas formas, voy a seguirte la corriente, a ver hasta dónde alcanza este asunto... A nadie le amarga un dulce... Aunque no sé si debería fiarme demasiado...».

      —De acuerdo —aceptó Adrián—, una bebida rápida en algún lugar cercano. Luego tengo que viajar.

      Abandonaron el local casi en procesión, empujados por el público asistente. En la calle la temperatura debía de rondar los cuatro o cinco grados, por lo que ambos se colocaron sus piezas de abrigo. El atribulado pensionista no dejaba de observar disimuladamente a aquella extraña mujer que parecía haberse encaprichado de él, lo cual decía más bien poco en favor de su cordura.

      —¿Es usted de Burgos? —le preguntó.

      —No, madrileña, estoy visitando a unos amigos.

      —¿Y dónde le apetece que vayamos? Yo tampoco vivo aquí, ni conozco demasiado el ambiente de la ciudad.

      —Un poco más adelante hay una cafetería que está bien. Tú déjate guiar, chico.

      La insistencia en el uso del término «chico» comenzó a mosquearlo, porque Adrián, con sesenta y dos años a cuestas, precisamente estaba bien lejos de parecer un chico. En su cráneo, allí donde había pelo, primaban las canas; el clásico diseño de sus gafas le confería un aire de anciano de residencia, y en su rostro podían apreciarse ya algunas arrugas bastante notables. En justicia, llamarle «chico» sonaba más bien a burla. O aquella mujer estaba como una cabra, o definitivamente era una prostituta en busca de cliente, aunque un auditorio no fuera precisamente el lugar más adecuado para hacerlo. Decidió andar con ojo por si las cosas se torcían.

      Mientras cruzaban la plaza de la Libertad, la rubia no dejó de alabar las cualidades musicales de Pablo und Destruktion. Llegados ya a la calle del Condestable, de inmediato dieron con una cafetería bastante concurrida y aparente.

      —Aquí podemos tomarnos un gin-tonic —señaló por la mujer.

      —Bueno, no sé si me conviene tomar alcohol, luego tengo que conducir, ya se lo he dicho. Con este frío, un café con leche me vendrá mejor.

      —Toma lo que quieras, chaval, a mí me apetece un gin-tonic.

      «Chico», «chaval»... Decididamente, o estaba loca de remate, o necesitaba urgentemente una visita al oculista.

      La cafetería resultaba elegante, con un diseño interior bastante moderno y funcional, en el que destacaban algunas reproducciones de pinturas que en su momento fueron vanguardistas. En aquellos momentos apenas acogía a media docena de clientes. La improvisada pareja se acomodó frente a frente ante una mesa, y al instante una joven de acento eslavo les preguntó qué deseaban.

      —Un gin-tonic bien cargado, a poder ser de London.

      —No sé si tenemos —dijo tímidamente la camarera—, ahora le digo.

      —Si no es London, de cualquier otra marca, pero bien cargado —insistió la rubia, a quien parecía importarle más la cantidad que la calidad.

      —Para mí un café descafeinado con leche.

      La muchacha se retiró, y lo dos quedaron solos, Adrián se sentía ciertamente incómodo en una situación en la que no sabía a qué atenerse.

      —¿Acostumbra usted a toma copas con extraños? —se le ocurrió preguntar.

      —Ya lo sé, chico, ya lo sé que suena raro todo esto, pero es que el concierto me ha... emocionado, y necesitaba comentarlo con alguien. Y como tú también estás solo... —insistió la mujer recurriendo de nuevo al argumento de la soledad.

      «Pero antes de que Pablo comenzara a cantar ya me habías sacado la lengua... O sea que ya venías predispuesta...».

      —Yo soy muy abierta —continuó la rubia—, quizá demasiado, ya lo dice Mario, mi pareja...

      —¿Y por qué no ha venido con él?

      —No le va este tipo de música. Es más de Café Quijano y gente así. Por cierto, estamos aquí de cháchara y aún ni sabemos nuestros nombres. Yo me llamo Mónica, ¿y tú?

      El pensionista constató que, de cerca, la tal Mónica era aún mucho más hermosa de lo que había podido apreciar en la distancia. De hecho, lo que él había percibido como arrugas no eran más que unos pequeños hoyuelos en la mejilla que resaltaban la belleza de su rostro, un rostro jovial, en absoluto propio de una prostituta. Algo que le llevó a preguntarse de nuevo qué buscaba ella realmente al empeñarse en tomar una copa con él.

      —Adrián.

      —Pues encantada, Adrián... ¿Y de dónde eres?

      —Vivo en un pueblecito costero de Asturias que se llama Poo de Llanes.

      —Ah, Llanes, lo conozco, un lugar precioso. Y como eres asturiano, has venido a ver a tu paisano Pablo a Burgos, ¿no?

      —No, de hecho no soy asturiano sino catalán..., y también medio aragonés, porque he vivido mucho tiempo en Aragón. En Poo llevo solo un año escaso. Después de jubilarme, en cuanto pude me compré una casita allí, un lugar que ya conocía y que siempre me pareció paradisíaco..., incluso cuando llueve.

      —¿Estás ya jubilado? Pero si pareces un chaval.

      La camarera llegó con las consumiciones y las colocó sobre la mesa, rompiendo brevemente el encanto de semejantes halagos.

      —Al final sí teníamos ginebra London —anunció con una sonrisa.

      —Estupendo, eres toda una campeona —agradeció Mónica, que de inmediato dio un sorbo a su combinado—. Mmmm, riquísimo, y bien cargadito, como a mí me gusta. Muchas gracias.

      La alegría de la mujer, que parecía consustancial a su persona, comenzó a contagiar a Adrián. Este, caballeroso, se empeñó en pagar las consumiciones, dejando incluso medio euro de propina.

      —Pues sí, señora —continuó cuando la eslava los dejó de nuevo solos—, estoy jubilado y bien jubilado. A los profesores nos permiten retirarnos a los sesenta, ya ves. Entonces, tú, madrileña.

      Sin percatarse de ello, el viejo profesor había pasado al tuteo, como si el gin-tonic le estuviera afectando a él.

      —Madrileña, madrileña pura.

      —¿Y cómo conociste a Pablo und Destruktion?

      —Unos amigos de Madrid que habían asistido a uno de sus conciertos me comentaron que merecía la pena, así que, al ver que actuaba en Burgos, me dije «pues vete a verlo, Mónica, para que puedas opinar». Y no me arrepiento, la verdad. Lo he disfrutado mucho.

      —Ya lo he notado, ya —dijo Adrián, recordando los gritos enfervorizados de la mujer—. En mi caso, el hecho de residir en Asturias me ha permitido acercarme más fácilmente a Pablo. Leí de él en la prensa local, lo busqué en Youtube, me gustó y me descargué sus temas. Aunque hay una de sus canciones que me chirría bastante. Es esa

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