El estallido. Hassan Akram

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chileno rápidamente superaron los otros casos internacionales. La movilización social chilena no era simplemente contra un gobierno de turno, sino contra todo un sistema, como reconoció el mismo Piñera. Por consiguiente, solo cabían comparaciones con la autoinmolación de un vendedor ambulante en Túnez en 2010, en señal de protesta por los abusos y corrupción policial. Este evento parecía tan intrascendente como una protesta escolar contra el alza del pasaje de metro. Sin embargo, desató una lucha social amplia, encabezada por jóvenes, mujeres y trabajadores, que finalmente derrocó al sistema político de aquel país, dando luz a lo que hoy conocemos como la ‘Primavera Árabe’. El viernes 18 de octubre de 2019 empezó una ‘primavera chilena’.

      Analizar la naturaleza de este estallido va a dar trabajo a muchos sociólogos y otros estudiosos de los movimientos sociales por varios años más, pero sus efectos políticos están a la vista. Inmediatamente la aprobación del presidente Piñera se vino al suelo –según Cadem bajó a solo un 13% (con 79% de desaprobación) y según Criteria a 16% (con 78% de desaprobación).6 A pesar de sus diferencias metodológicas, las dos encuestas eran coincidentes: Piñera había llegado al nivel de aprobación más bajo de un presidente, al menos desde el retorno a la democracia. Además, como contrapunto de un mandatario completamente deslegitimado, la movilización social goza de un apoyo transversal –según Cadem 79% de las personas la apoyan; según el Desoc, un 86%.7

      Se ha hablado mucho de las tácticas de las protestas. Es innegable, como observaron Joignant y Basaure, que en las manifestaciones recientes “la línea divisoria que separaba formas legítimas o no violentas de la protesta y formas no legítimas o violentas ha sido mucho más borrosa que [en] otras ocasiones”.8 Aunque ha habido una condena de todos los sectores políticos a las prácticas más violentas, en la opinión pública aumentó el apoyo a formas de protesta que podrían ser constitutivas de delitos. Por ejemplo, según Cadem, 58% apoya las evasiones masivas ilegales, y según Statknows un 29% apoya las protestas violentas a secas (esta cifra sube a 41% para la gente entre 18 y 25 años).9

      Estas cifras hablan de la intensidad de la rabia de la población y su sensación creciente de que sin actos de destrucción que imponen un costo económico al gobierno, no hay forma de que las demandas sean escuchadas. Este argumento es muy controvertido, pero parece que de muchos modos tiene un fondo de razón. Las protestas masivas y bastante pacíficas a favor de la educación gratuita en 2011, y en contra de las AFP en 2016, terminaron sin que se lograra cambiar el modelo educacional (con lucro) ni el modelo previsional (capitalización individual pura). Pero en este caso, después de casi un mes de movilizaciones masivas y violentas el gobierno tuvo que ceder. Se abrió a la idea de un plebiscito para crear una Asamblea Constituyente, el primer paso para la transformación del modelo político y económico de Chile.

Concepto clave: el saqueo como acto políticoNo tenemos muchos datos sobre la población que ha estado protestando de forma violenta –hay dificultades evidentes para hacer entrevistas cualitativas o aplicar encuestas a un grupo de personas que está cometiendo delitos o faltas. Sin embargo, los saqueos e incendios que han acompañado el estallido en Chile no son un fenómeno único, sino que parte de una realidad recurrente de violencia cíclica que se expresa cuando existe un conflicto político fuerte. Puesto que esta realidad es común, hay investigaciones de las ciencias sociales que sí analizan a los saqueadores durante disturbios politizados. Probablemente el estudio más reciente y extenso es del LSE (universidad de Londres) con el periódico The Guardian, posterior a los disturbios y saqueos generalizados en Londres en 2011, también gatillados por la represión policial de manifestaciones pacíficas. Lewis et al.10 entrevistaron a 270 saqueadores identificados por una búsqueda tipo ‘bola de nieve’ de un universo total de aproximadamente 14 mil, y hay lecciones importantes que podemos sacar de ahí.Primero, el argumento de que los saqueadores son delincuentes comunes, es poco convincente. Durante los disturbios la policía británica argumentaba que los saqueos fueron provocados por pandillas criminales organizadas. Inicialmente dijeron que 28% de los detenidos eran miembros de pandillas, pero luego este número bajó a solo 13%. Siendo ya conocidos por la policía, fue más fácil encarcelar a miembros de las pandillas que a saqueadores sin antecedentes, así que es probable que 13% también sea una sobreestimación de la prevalencia de pandillas entre los manifestantes que realizan actos violentos. De hecho, durante los disturbios las pandillas se retiraron de muchos espacios para dejar que las manifestaciones pudieran consolidarse. En Chile, los múltiples rumores de la participación de narcotraficantes en los saqueos carecen de evidencia a favor o en contra, pero la experiencia comparada de los estudios de saqueadores en contextos politizados sugiere que no son un factor tan importante.Segundo, mientras solo 32% de los saqueadores mencionó la cultura del narcotráfico para explicar sus acciones, más del 85% habló del deseo de vengarse contra la brutalidad de la policía y de una rabia contra las injusticias de la pobreza. Además, solo 51% de ellos dijo que se sentía parte de la sociedad británica (el promedio de la población general es 92%). Otro dato muy llamativo es que solo 3% de los saqueadores provenía del quintil más rico, mientras que dos tercios pertenecían al quintil más pobre. Entonces, lo que se lee de las entrevistas es que tenemos un grupo grande de saqueadores que no son meros delincuentes. Más bien se trata de un grupo joven de bajos recursos, con mucho malestar y rabia por un sistema que no los incluye, sino que los reprime, dejándolos con pocas opciones salvo la violencia, como una forma de hacerse escuchar.

      Frente a esta apertura se abre una interrogante política más profunda sobre el estallido. Para poder resolver las múltiples demandas de la gente, hay que entender por qué siente tanta rabia y malestar. La gente habla específicamente de los bajos salarios y los altos precios. Pero ¿por qué es así?, ¿cuáles son las causas subyacentes de esta rabia y malestar con la situación económica?, ¿pueden ser subsanadas por políticas públicas? También se habla de la importancia de una nueva constitución (87% de la población dice que es importante cambiarla).11¿Es necesaria una nueva constitución para arreglar los problemas que aquejan a la gente? Este libro pretende dar respuestas a estas preguntas para aportar al proceso que está desplegándose en las calles del país.

      Sin embargo, para poder responder a estos puntos primero hay que enfrentar una serie de respuestas prehechas que han sido ampliamente difundidas por académicos e intelectuales, muchos de ellos vinculados a los grandes empresarios, y también por los gremios empresariales mismos. Carlos Peña, columnista dominical de El Mercurio, es un ejemplo representativo de este tipo de análisis del estallido. Él no ha hecho ningún análisis de las demandas de la movilización social, negándose a debatir sobre las especificidades del modelo económico chileno, a pesar de la evidente naturaleza económica de buena parte de las consignas y demandas del estallido.

      En vez de eso, Peña se ha quedado en un análisis psicoanalítico de la supuesta irracionalidad de los manifestantes. Dice que “[n]o le daría un contenido de tanta racionalidad a este movimiento”, que “es una explosión emocional muy fuerte de ciertos grupos sociales”.12 Dando por hecho que la rabia en Chile es una reacción emocional sin causa racional, Peña obvia cualquier discusión de los problemas económicos que aquejan a la gente. Además, evita hablar de soluciones políticas que han surgido de la movilización porque, según él, ella “es un movimiento pulsional. Acá no están en juego ideologías, no hay un pliego de peticiones sociales, no son derechos ciudadanos. Son pulsiones, reacciones instintivas frente a la autoridad”.

      El análisis del estallido que hace Peña no es caprichoso –se desprende de una línea interpretativa del desarrollo de la sociedad chilena que viene trabajando desde hace bastante tiempo. Argumenta que lo que él llama la ‘modernización capitalista’ de Chile ha sido exitosa, aumentando las posibilidades de consumo de las crecientes capas medias, dejándoles fundamentalmente satisfechas con las oportunidades que este modelo económico y social les ha entregado. Dentro de este marco explicativo, los síntomas de malestar y rabia que surgen en la sociedad chilena son temas menores, quejas típicas de cualquier proceso de transformación social. Serían una indicación de la necesidad de hacer ajustes al modelo, pero no de cambiarlo completamente.

      Los

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